Se pican perfectamente el lomo y mazas de una liebre con dos terceras partes de su peso de tocino. Se cuece todo en un cuartillo de agua con sal hasta que la carne esté deshecha. Entonces se le añade un poquito de azúcar y vinagre, para que quede de un sabor agridulce.
Hecho esto, se baten cinco huevos, que se unen luego a la carne, revolviéndolo bien, sin apartar la cacerola del fuego hasta que los huevos se cuajen y mezclen con el picadillo, al que se escurre el caldo.
Este caldo, colado por un paño, se pondrá sobre cinco cuarterones de harina, amasándola bien hasta quedar de la consistencia de masa de pan; se extiende entonces con el rodillo y se hacen los pastelillos, rellenándolos con la pasta de liebre y friéndolos en aceite. Al sacarlos, se sirven envueltos en azúcar y canela.