Se toman dos o tres lenguados muy frescos, que pesen entre todos un kilo aproximadamente. Si no fuesen muy frescos, se conocerán en que tienen los ojos un poco empañados.
Para limpiarlos, se les quita de un tirón la piel oscura, se raspan por el otro lado, cortándoles las cabezas y aletas y sacándolos las tripas. Cuando estén bien lavados y escurridos se secan con un paño, se espolvorean de sal y pimienta, se enharinan bien, sacudiéndoles un poco, y se colocan en una cacerola muy extendida, puestos unos al lado de otros y sobre mantequilla fina o clarificada.
Hecho esto, se pone la cacerola al fuego; pasado un ratito, se les da vuelta, con cuidado de que queden cocidos por los dos lados y también dorados por igual.
Entretanto, se cortan y espolvorean de sal y pimienta unas ruedas de berenjena, se enharinan y fríen después por ambos lados en cantidad de quince o veinte aproximadamente, y cuando estén fritas y los lenguados preparados hay que servirlos inmediatamente, para que no pierdan el mérito.
Para esto se ponen los lenguados uno al lado de otro sobre una fuente calentada de antemano, se espolvorean con perejil muy picadito, se riegan con zumo de limón, y entretanto se pone al fuego en una sartén o cacerolita una cucharada colmada de mantequilla para que se derrita y dore un poquito, sin que se ponga negra.
Se escurren bien de la grasa las ruedas de berenjena, y colocándolas alrededor de los lenguados, se vierte sobre éstos, la mantequilla hirviente, en el momento de llevarlos a la mesa, para que al presentar en ella el pescado vaya la grasa levantando burbujitas.