o un
flechazo recibido al subir a la nave, para que tema quien ose mover la luctuosa
guerra a
los troyanos, domadores de caballos. Los heraldos, caros a Zeus, vayan a la
población y
pregonen que los adolescentes y los ancianos de canosas sienes se reúnan
en las torres
que fueron construidas por las deidades y circundan la ciudad; que las tímidas
mujeres
enciendan grandes fogatas en sus respectivas casas, y que la guardia sea continua
para
que los enemigos no entren insidiosamente en la ciudad mientras los hombres
estén fuera.
Hágase como os to encargo, magnánimos troyanos. Dichas quedan
las palabras que al
presente convienen; mañana os arengaré de nuevo, troyanos domadores
de caballos; y
espero que, con la protección de Zeus y de las otras deidades, echaré
de aquí a esos pe-
rros rabiosos, traídos por las parcas en los negros bajeles. Durante
la noche hagamos
guardia nosotros mismos; y mañana, al comenzar el día, tomaremos
las armas para trabar
vivo combate junto a las cóncavas naves. Veré si el fuerte Diomedes
Tidida me hace
retroceder de las naves al muro, o si lo mato con el bronce y me llevo sus cruentos
despojos. Mañana probará su valor, si me aguarda cuando lo acometa
con la lanza; mas
confío en que, así que salga el sol, caerá herido entre
los combatientes delanteros, y con
él muchos de sus camaradas. Así fuera yo inmortal, no tuviera
que envejecer y gozara de
los mismos honores que Atenea o Apolo, como este día será funesto
para los argivos.
542 De este modo arengó Héctor, y los troyanos lo aclamaron. Desuncieron
de debajo
del yugo los sudados corceles y atáronlos con correas junto a sus respectivos
carros;
sacaron pronto de la ciudad bueyes y pingües ovejas, y de las casas pan
y vino, que alegra
el corazón, y amontonaron abundante leña. Después ofrecieron
hecatombes perfectas a
los inmortales, y los vientos llevaban de la llanura al cielo el suave olor
de la grasa
quemada; pero los bienaventurados diqses no quisieron aceptar la ofrenda, porque
se les
había hecho odiosa la sagrada Ilio y Príamo y su pueblo armado
con lanzas de fresno.
553 Así, tan alentados, permanecieron toda la noche en el campo, donde
ardían muchos
fuegos. Como en noche de calma aparecen las radiantes estrellas en torno de
la fulgente
luna, y se descubren los promontorios, cimas y valles, porque en el cielo se
ha abierto la
vasta región etérea, vense todos los astros, y al pastor se le
alegra el corazón: en tan gran
número eran las hogueras que, encendidas por los troyanos, quemaban ante
Ilio entre las
naves y la corriente del Janto. Mil fuegos ardían en la llanura, y en
cada uno se agrupaban
cincuenta hombres a la luz de la ardiente llama. Y los caballos, comiendo cerca
de los
carros avena y blanca cebada, esperaban la llegada de la Aurora, la de hermoso
trono.
CANTO IX*
Embajada a Aquiles- Súplicas
* Agamenón, arrepentido y lamentando su disputa con Aquiles, por consejo
de su anciano asesor Néstor,
despacha a Ulises, Ayante y al viejo Fénix como embajadores ante Aquiles,
para solicitar su ayuda, con
plenos poderes para prometerle la devolución d e Briseide y abundantes
regalos que compensen la afrenta
sufrida. Pero Aquiles se mantiene obstinado a inflexible.
1 Así los troyanos guardaban el campo. De los aqueos habíase
enseñoreado la ingente
fuga, compañera del glacial terror, y los más valientes estaban
agobiados por insufrible
pesar. Como conmueven el ponto, en peces abundante, los vientos Bóreas
y Céfiro,
soplando de improviso desde la Tracia, y las negruzcas olas se levantan y arrojan
a la
orilla multitud de algas; de igual modo les palpitaba a los aqueos el corazón
en el pecho.
9 El Atrida, en gran dolor sumido el corazón, iba de un lado para otro
y mandaba a los
heraldos de voz sonora que convocaran al ágora, nominalmente y en voz
baja, a todos los
capitanes, y también él los iba llamando y trabajaba como los
más diligentes. Los
guerreros acudieron afligidos. Levantóse Agamenón, llorando, como
fuente profunda que
desde altísimo peñasco deja caer sus aguas sombrías; y,
despidiendo hondos suspiros,
habló de esta suerte a los argivos:
17 -¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los argivos! En grave
infortunio envolvióme
Zeus Cronida. ¡Cruel! Me prometió y aseguró que no me iría
sin destruir la bien murada
Ilio y todo ha sido funesto engaño; pues ahor a me manda regresar a Argos,
sin gloria,
