Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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después de haber perdido tantos hombres. Así debe de ser grato al prepotente Zeus, que
ha destruido las fortalezas de muchas ciudades y aún destruirá otras, porque su poder es
inmenso. Ea, obremos todos como voy a decir: Huyamos en las naves a nuestra patria
tierra, pues ya no tomaremos a Troya, la de anchas calles. 29 Así dijo. Enmudecieron todos y permanecieron callados. Largo tiempo duró el
silencio de los afligidos aqueos, mas al fin Diomedes, valiente en el combate, dijo:
32 -¡Atrida! Empezaré combatiéndote por tu imprudencia, como es permitido hacerlo,
oh rey, en el ágora, pero no te irrites. Poco ha menospreciaste mi valor ante los dánaos,
diciendo que soy cobarde y débil, lo saben los argivos todos, jóvenes y viejos. Mas a ti el
hijo del artero Crono de dos cosas te ha dado una: te concedió que fueras honrado como
nadie por el cetro, y te negó la fortaleza, que es el mayor de los poderes. ¡Desgraciado!
¿Crees que los aqueos son tan cobardes y débiles como dices? Si tu corazón te incita a
regresar, parte: delante tienes el camino y cerca del mar gran copia de naves que desde
Micenas lo siguieron; pero los demás melenudos aqueos se quedarán hasta que
destruyamos la ciudad de Troya. Y, si también éstos quieren irse, huyan en los bajeles a
su patria; y nosotros dos, yo y Esténelo, seguiremos peleando hasta que a Ilio le llegue su
fin; pues vinimos debajo del amparo de los dioses.
50 Así habló; y todos los aqueos aplaudieron, admirados del discurso de Diomedes,
domador de caballos. Y el caballero Néstor se levantó y dijo:
53 -¡Tidida! Luchas con valor en el combate y superas en el consejo a los de tu edad;
ningún aqueo osará vituperar ni contradecir tu discurso, pero no has llegado hasta el fin.
Eres aún joven -por tus años podrías ser mi hijo menor- y, no obstante, dices cosas
discretas a los reyes argivos y has hablado como se debe. Pero yo, que me vanaglorio de
ser más viejo que tú, lo manifestaré y expondré todo; y nadie despreciará mis palabras, ni
siquiera el rey Agamenón. Sin familia, sin ley y sin hogar debe de vivir quien apetece las
horrendas luchas intestinas. Ahora obedezcamos a la negra noche: preparemos la cena y
los guardias vigilen a orillas del cavado foso que corre delante del muro. A los jóvenes se
lo encargo; y tú, oh Atrida, mándalo, pues eres el rey supremo. Ofrece después un
banquete a los caudillos, que esto es lo que te conviene y lo digno de ti. Tus tiendas están
llenas de vino, que las naves aqueas traen continuamente de Tracia por el anchuroso
ponto; dispones de cuanto se requiere para recibir a aquéllos, a imperas sobre muchos
hombres. Una vez congregados, seguirás el parecer de quien te dé mejor consejo; pues de
uno bueno y prudente tienen necesidad los aqueos, ahora que el enemigo enciende tal
número de hogueras junto a las naves. ¿Quién lo verá con alegría? Esta noche se decidirá
la ruina o la salvación del ejército.
79 Así dijo, y ellos lo escucharon atentamente y lo obedecieron. A1 punto se
apresuraron a salir con armas, para encargarse de la guardia, Trasimedes Nestórida,
pastor de hombres; Ascálafo y Yálmeno, hijos de Ares; Meriones, Afareo, Deípiro y el
divino Licomedes, hijo de Creonte. Siete eran los capitanes de los centinelas, y cada uno
mandaba cien mozos provistos de luengas picas. Situáronse entre el foso y la muralla,
encendieron fuego, y todos sacaron su respectiva cena.
99 El Atrida llevó a su tienda a los príncipes aqueos, así que se hubieron reunido, y les
dio un espléndido banquete. Ellos metieron mano en los manjares que tenían delante, y,
cuando hubieron satisfecho el deseo de beber y de comer, el anciano Néstor, cuya opinión
era considerada siempre como la mejor, empezó a aconsejarles; y. arengándolos con
benevolencia, les dijo:
96 -¡Gloriosísimo Atrida! ¡Rey de hombres, Agamenón! Por ti acabaré y por ti
comenzaré también, ya que reinas sobre muchos hombres y Zeus te ha dado cetro y leyes
para que mires por los súbditos. Por esto debes exponer tu opinión y oír la de los demás y
aun llevarla a cumplimiento cuando cualquiera, siguiendo los impulsos de su ánimo, pro-
ponga algo bueno; que es atribución tuya ejecutar lo que se acuerde. Te diré lo que
considero más convenience y nadie concebirá una idea mejor que la que tuve y sigo
teniendo, oh vástago de Zeus, desde que, contra mi parecer, te llevaste la joven Briseide arrebatándola de la tienda del enojado Aquiles. Gran empeño puse en disuadirte, pero


 

 
 

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