Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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Horas desuncieron los
corceles de hermosas crines, los ataron a pesebres divinos y apoyaron el carro en el
reluciente muro. Y las diosas, que tenían el corazón afligido, se sentaron en áureos tronos
mezcladamente con las demás deidades.
438 El padre Zeus, subiendo al carro de hermosas ruedas, guió los caballos desde el Ida
al Olimpo y llegó a la mansión de los dioses; y a11í el ínclito dios que sacude la tierra
desunció los corceles, puso el carro en el estrado y lo cubrió con un velo de lino. El
largovidente Zeus tomó asiento en el áureo trono y el inmenso Olimpo tembló debajo de
sus pies. Atenea y Hera, sentadas aparte y a distancia de Zeus, nada le dijeron ni
preguntaron; mas él comprendió en su mente to que pensaban, y dijo:
447 -¿Por qué os halláis tan abatidas, Atenea y Hera? No os habréis fatigado mucho en
la batalla, donde los varones adquieren gloria, matando troyanos, contra quienes sentís
vehemente rencor. Son tales mi fuerza y mis manos invictas, que no me harían cambiar
de resolución cuantos diosés hay en el Olimpo. Pero os temblaron los hermosos
miembros antes que llegarais a ver el combate y sus terribles hechos. Diré lo que en otro caso hubiera ocurrido: Heridas por el rayo, no hubieseis vuelto en vuestro carro al
Olimpo, donde se halla la mansión de los inmortales.
457 Así dijo. Atenea y Hera, que tenían los asientos contiguos y pensaban en causar
daño a los troyanos, mordiéronse los labios. Atenea, aunque airada contra su padre y
poseída de feroz cólera, guardó silencio y nada dijo; pero a Hera la ira no le cupo en el
pecho, y exclamó:
462 -¡Crudelísimo Cronida! ¡Qué palabras proferiste! Bien sabemos que es
incontrastable to poder; pero tenemos lástima de los belicosos dánaos, que morirán, y se
cumplirá su aciago destino. Nos abstendremos de intervenir en la lucha, si nos lo mandas,
pero sugeriremos a los argivos consejos saludables para que no perezcan todos víctimas
de tu cólera.
469 Respondióle Zeus, que amontona las nubes:
470 -En la próxima mañana verás, si quieres, oh Hera veneranda, la de ojos de novilla,
cómo el prepotente Cronión hace gran riza en el ejército de los belicosos argivos. Y el
impetuoso Héctor no dejará de pelear hasta que junto a las naves se levante el Pelida, el
de los pies ligeros, el día aquel en que combatan cerca de las popas y en estrecho espacio
por el cadáver de Patroclo. Así lo decretó el hado, y no me importa que te irrites. Aunque
lo vayas a los confines de la tierra y del mar, donde moran Jápeto y Crono, que no
disfrutan de los rayos del Sol Hiperión ni de los vientos, y se hallan rodeados por el
profundo Tártaro; aunque, errante, llegues hasta a11í, no me importará verte enojada,
porque no hay nada más impudente que tú.
484 Así dijo; y Hera, la de los níveos brazos, nada respondió. La brillante luz del sol se
hundió en el Océano, trayendo sobre la alma tierra la noche obscura. Contrarió a los
troyanos la desaparición de la luz; mas para los aqueos llegó grata, muy deseada, la
tenebrosa noche.
489 El esclarecido Héctor reunió a los troyanos en la ribera del voraginoso Janto, lejos
de las naves, en un lugar limpio donde el suelo no aparecía cubierto de cadáveres.
Aquéllos descendieron de los carros y escucharon a Héctor, caro a Zeus, que arrimado a
su lama de once codos, cuya reluciente broncínea punta estaba sujeta por áureo anillo, así
los arengaba:
497 -¡Oídme, troyanos, dárdanos y aliados! En el día de hoy esperaba volver a la
ventosa Ilio después de destruir las naves y acabar con todos los aqueos; pero nos
quedamos a obscuras, y esto ha salvado a los argivos y a las naves que tienen en la playa.
Obedezcamos ahora a la noche sombría y ocupémonos en preparar la cena; desuncid de
los carros a los corceles de hermosas crines y echadles el pasto; traed pronto de la ciudad
bueyes y pingües ovejas, y de vuestras casas pan y vino, que alegra el corazón;
amontonad abundante leña y encendamos muchas hogueras que ardan hasta que despunte
la aurora, hija de la mañana, y cuyo resplandor llegue al cielo: no sea que los melenudos
aqueos intenten huir esta noche por el ancho dorso del mar. No se embarquen tranquilos y
sin ser molestados, sino que alguno tenga que curarse en su casa una lanzada


 

 
 

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