Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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quemaron y volvieron a las cóncavas naves.
433 Cuando aún no despuntaba la aurora, pero ya la luz del alba se difundía, un grupo
escogido de aqueos se reunió en torno de la pira. Erigieron con tierra de la llanura un tú-
mulo común; construyeron a partir del mismo una muralla con altas torres, que sirviese
de reparo a las naves y a ellos mismos; dejaron puertas, que se cerraban con bien ajustadas tablas, para que pudieran pasar los carros, y cavaron delante del muro un gran
foso profundo y ancho, que defendieron con estacas.
442 De tal suerte trabajaban los melenudos aqueos; y los dioses, sentados junto a Zeus
fulminador, contemplaban la grande obra de los aqueos, de broncíneas corazas. Y Posi-
dón, que sacude la tierra, empezó a decirles:
446 -¡Padre Zeus! ¿Cuál de los mortales de la vasta tierra consultará con los dioses sus
pensamientos y proyectos? ¿No ves que los melenudos aqueos han construido delante de
las naves un muro con su foso, sin ofrecer a los dioses hecatombes perfectas? La fama de
este muro se extenderá tanto como la luz de la aurora; y se echará en olvido el que ¡abra-
mos yo y Febo Apolo cuando con gran fatiga construimos la ciudad para el héroe
Laomedonte.
454 Zeus, que amontona las nubes, respondió muy indignado:
455 -¡Oh dioses! ¡Tú, prepotente batidor de la tierra, qué palabras proferiste! A un dios
muy inferior en fuerza y ánimo podría asustarle tal pensamiento; pero no a ti, cuya fama
se extenderá tanto como la luz de la aurora. Ea, cuando los aqueos, de larga cabellera,
regresen en las naves a su patria tierra, derriba el muro, arrójalo entero al mar, y enarena
otra vez la espaciosa playa para que desaparezca la gran muralla aquea.
464 Así éstos conversaban. Al ponerse el sol los aqueos tenían la obra acabada;
inmolaron bueyes y se pusieron a cenar en las respectivas tiendas, cuando arribaron,
procedentes de Lemnos, muchas naves cargadas de vino que enviaba Euneo Jasónida,
hijo de Hipsípile y de Jasón, pastor de hombres. El hijo de Jasón mandaba
separadamente, para los Atridas, Agamenón y Menelao, mil medidas de vino. Los me-
lenudos aqueos acudieron a las naves; compraron vino, unos con bronce, otros con
luciente hierro, otros con pieles, otros con vacas y otros con esclavos; y prepararon un
festín espléndido. Toda la noche los melenudos aqueos disfrutaron del banquete, y lo
mismo hicieron en la ciudad los troyanos y sus aliados. Toda la noche estuvo el próvido
Zeus meditando cómo les causaría males y tronando de un modo horrible: el pálido temor
se apoderó de todos, derramaron a tierra el vino de las copas, y nadie se atrevió a beber
sin que antes hiciera libaciones al prepotente Cronión. Después se acostaron y el don del
sueño recibieron. CANTO VIII*
Batalla interrumpida
* Y la tercera es favorable a los troyanos, que quedan vencedores y pernoctan en el campo en vez de
retirarse a la ciudad, y así poder rematar la victoria al día siguiente. Zeus, en asamblea divina había
prohibido a los inmonales acudir en socorro de los hombres, y él ha ayudado a los troyanos. 1 La Aurora, de azafranado velo, se esparcía por toda la tierra, cuando Zeus, que se
complace en lanzar rayos, reunió el ágora de los dioses en la más alta de las muchas
cumbres del Olimpo. Y así les habló, mientras ellos atentamente lo escuchaban:
5 -¡Oídme todos, dioses y diosas, para que os manifieste to que en el pecho mi corazón
me dicta! Ninguno de vosotros, sea varón o hembra, se atreva a transgredir mi mandato;
antes bien, asentid todos, a fin de que cuanto antes lleve a cabo lo que pretendo. El dios
que intente separarse de los demás y socorrer a los troyanos o a los dánaos, como yo lo
vea, volverá afrentosamente golpeado al Olimpo; o, cogiéndolo, lo arrojaré al tenebroso
Tártaro, muy lejos, en lo más profundo del báratro debajo de la tierra -sus puertas son de
hierro, y el umbral, de bronce, y su profundidad desde el Hades como del cielo a la
tierra-, y conocerá en seguida cuánto aventaja mi poder al de las demás deidades. Y, si
queréis, haced esta prueba, oh dioses, para que os convenzáis. Suspended del cielo áurea
cadena, asíos todos, dioses y diosas, de la misma, y no os será posible arrastrar del cielo a la tierra a Zeus, árbitro supremo, por mucho que os fatiguéis; mas, si yo me resolviese a
tirar de aquélla, os levantaría con la tierra y el mar, ataría un cabo de la cadena en la
cumbre del Olimpo, y todo quedaría en el aire. Tan superior soy a los dioses y a los


 

 
 

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