Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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de Ilio, cerca del palacio de Príamo, y la junta fue agitada y turbulenta. El prudente
Anténor comenzó a arengarles de esta manera:
348 -¡Oídme, troyanos, dárdanos y aliados, y os manifestaré to que en el pecho mi
corazón me dicta! Ea, restituyamos la argiva Helena con sus riquezas y que los Atridas se
la lleven. Ahora combatimos después de quebrar la fe ofrecida en los juramentos, y no
espero que alcancemos éxito alguno mientras no hagamos to que propongo.
354 Dijo, y se sentó. Levantóse el divino Alejandro, esposo de Helena, la de hermosa
cabellera, y, dirigiéndose a aquél, pronunció estas aladas palabras:
357 -¡Anténor! No me place lo que propones y podías haber pensado algo mejor. Si
realmente hablas con seriedad, los mismos dioses to han hecho perder el juicio. Y a los
troyanos, domadores de caballos, les diré to siguiente: Paladinamente lo declaro, no
devolveré la mujer, pero sí quiero dar cuantas riquezas traje de Argos y aun otras que
añadiré de mi casa. 365 Dijo, y se sentó. Levantóse Príamo Dardánida, consejero igual a los dioses, y les
arengó con benevolencia diciendo:
368 -¡Oídme, troyanos, dárdanos y aliados, y os manifestaré lo que en el pecho mi
corazón me dicta! Cenad en la ciudad, como siempre; acordaos de la guardia, y vigilad
todos; al romper el alba, vaya Ideo a las cóncavas naves; anuncie a los Atridas,
Agamenón y Menelao, la proposición de Alejandro, por quien se suscitó la contienda, y
háganles esta prudente consulta: Si quieren, que se suspenda el horrísono combate para
quemar los cadáveres; y luego volveremos a pelear hasta que una deidad nos separe y
otorgue la victoria a quien le plazca.
379 Así dijo; ellos lo escucharon y obedecieron, tomando la cena en el campo sin
romper las filas, y, apenas comenzó a alborear, encaminóse Ideo a las cóncavas naves y
halló a los dánaos, servidores de Ares, reunidos en junta cerca de la nave de Agamenón.
El heraldo de voz sonora, puesto en medio, les dijo:
385 -¡Atrida y demás príncipes de los aqueos todos! Mándanme Príamo y los ilustres
troyanos que os participe, y ojalá os fuera acepta y grata, la proposición de Alejandro, por
quien se suscitó la contienda. Ofrece dar cuantas riquezas trajo a Ilio en las cóncavas
naves -¡así hubiese perecido antes!- y aun añadir otras de su casa; pero se niega a
devolver la legítima esposa del glorioso Menelao, a pesar de que los troyanos se to
aconsejan. Me han ordenado también que os haga esta consulta: Si queréis, que se
suspenda el horrísono combate para quemar los cadáveres; y luego volveremos a pelear
hasta que una deidad nos separe y otorgue la victoria a quien le plazca.
398 Así habló. Todos enmudecieron y quedaron silenciosos. Pero al fin Diomedes,
valiente en la pelea, dijo:
400 -No se acepten ni las riquezas de Alejandro, ni a Helena tampoco; pues es evidente,
hasta para el más simple, que la ruina pende sobre los troyanos.
403 Así se expresó; y todos los aqueos aplaudieron, admirados del discurso de
Diomedes, domador de caballos. Y el rey Agamenón dijo entonces a Ideo:
406 -¡Ideo! Tú mismo oyes las palabras con que responden los aqueos; ellas son de mi
agrado. En cuanto a los cadáveres, no me opongo a que sean quemados, pues ha de
ahorrarse toda dilación para satisfacer prontamente a los que murieron, entregando sus
cuerpos a las llamas. Zeus tonante, esposo de Hera, reciba el juramento.
412 Dicho esto, alzó el cetro a todos los dioses; a Ideo regresó a la sagrada Ilio, donde
lo esperaban, reunidos en junta, troyanos y dárdanos. El heraldo, puesto en medio, dijo la
respuesta. En seguida dispusiéronse unos a recoger los cadáveres, y otros a it por leña. A
su vez, los argivos salieron de las naves de muchos bancos, unos para recoger los cadá-
veres, y otros para ir por leña.
421 Ya el sol hería con sus rayos los campos, subiendo al cielo desde la plácida y
profunda corriente del Océano, cuando aqueos y troyanos se mezclaron unos con otros en
la llanura. Difícil era reconocer a cada varón; pero lavaban con agua las manchas de
sangre de los cadáveres y, derramando ardientes lágrimas, los subían a los carros. El gran
Príamo no permitía que los troyanos lloraran: éstos, en silencio y con el corazón afligido,
hacinaron los cadáveres sobre la pira, los quemaron y volvieron a la sacra Ilio. Del
mismo modo, los aqueos, de hermosas grebas, hacinaron los cadáveres sobre la pira, los


 

 
 

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