mucho mayor,
la despidió haciéndola voltear con una fuerza inmensa. La piedra
torció el borde inferior
del hectóreo escudo, cual pudiera hacerlo una muela de molino, y chocando
con las
rodillas de Héctor lo hizo caer de espaldas asido al escudo; pero Apolo
en seguida lo puso
en pie. Y ya se hubieran atacado de cerca con las espadas, si no hubiesen acudido
dos
heraldos, mensajeros de Zeus y de los hombres, que llegaron respectivamente
del campo
de los troyanos y del de los aqueos, de broncíneas corazas: Taltibio
a Ideo, prudentes
ambos. Éstos interpusieron sus cetros entre los campeones, a Ideo, hábil
en dar sabios
consejos, pronunció estas palabras:
279 -¡Hijos queridos! No peleéis ni combatáis más;
a entrambos os ama Zeus, que
amontona las nubes, y ambos sois belicosos. Esto lo sabemos todos. Pero la noche
comienza ya, y será bueno obedecerla.
282 Respondióle Ayante Telamonio:
283 -¡Ideo! Ordenad a Héctor que lo disponga, pues fue él
quien retó a los más
valientes. Sea el primero en desistir; que yo obedeceré, si él
lo hiciere.
287 Díjole el gran Héctor, el de tremolante casco:
288 -¡Ayante! Puesto que los dioses te han dado corpulencia, valor y cordura,
y en el
manejo de la lanza descuellas entre los aqueos, suspendamos por hoy el combate
y la
lucha, y otro día volveremos a pelear hasta que una deidad nos separe,
después de otorgar
la victoria a quien quisiere. La noche comienza ya, y será bueno obedecerla.
Así tú
regocijarás, en las naves, a todos los aqueos y especialmente a tus amigos
y compañeros;
y yo alegraré, en la gran ciudad del rey Príamo, a los troyanos
y a las troyanas, de
rozagantes peplos, que habrán ido a los sagrados templos a orar por mí.
¡Ea! Hagámonos
magníficos regalos, para que digan aqueos y troyanos: «Combatieron
con roedor encono,
y se separaron unidos por la amistad.»
303 Cuando esto hubo dicho, entregó a Ayante una espada guarnecida con
argénteos
clavos, ofreciéndosela con la vaina y el bien cortado ceñidor;
y Ayante regaló a Héctor un
vistoso tahalí teñido de púrpura. Separáronse luego,
volviendo el uno a las tropas aqueas
y el otro al ejército de los troyanos. Éstos se alegraron al ver
a Héctor vivo, y que re-
gresaba incólume, libre de la fuerza y de las invictas manos de Ayante,
cuando ya
desesperaban de que se salvara; y lo acompañaron a la ciudad. Por su
parte, los aqueos,
de hermosas grebas, llevaron a Ayante, ufano de la victoria, a la tienda del
divino
Agamenón.
313 Así que estuvieron en ella, Agamenón Atrida, rey de hombres,
sacrificó al
prepotente Cronión un buey de cinco años. Al instante to desollaron
y prepararon, lo
partieron todo, lo dividieron con suma habilidad en pedazos muy pequeños,
lo
atravesaron con pinchos, to asaron cuidadosamente y lo retiraron del fuego.
Terminada la
faena y dispuesto el festín, comieron sin que nadie careciese de su respectiva
porción; y
el poderoso héroe Agamenón Atrida obsequió a Ayante con
el ancho lomo. Cuando
hubieron satisfecho el deseo de beber y de comer, el anciano Néstor,
cuya opinión era
considerada siempre como la mejor, comenzó a darles un consejo. Y, arengándolos
con
benevolencia, así les dijo:
327 -¡Atrida y demás príncipes de los aqueos todos! Ya que
han muerto tantos
melenudos aqueos, cuya negra sangre esparció el cruel Ares por la ribera
del Escamandro
de límpida corriente y cuyas almas descendieron a la mansión de
Hades, conviene que
suspendas los combates, y mañana, reunidos todos al comenzar del día,
traeremos los
cadáveres en carros tirados por bueyes y mulos, y los quemaremos cerca
de los bajeles
para llevar sus cenizas a los hijos de los difuntos cuando regresemos a la patria
tierra!
Erijamos luego con sierra de la llanura, amontonada en torno de la pira, un
túmulo
común; edifiquemos en seguida a partir del mismo una muralla con altas
torres, que sea
un reparo para las naves y para nosotros mismos; dejemos puertas que se cierren
con bien
ajustadas tablas, para que pasen los carros, y cavemos delante del muro un profundo
foso,
que detenga a los hombres y a los caballos si algún día no podemos
resistir la acometida
de los altivos troyanos.
344 Así habló, y los demás reyes aplaudieron. Reuniéronse
los troyanos en la acrópolis
