Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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-Cierto, señor -dijo D'Artagnan-, y sacada por otro o por mí, os aseguro que siempre veré con
pesar la sangre de un caballero tan valiente; por eso me batiré yo también con jubón como vos.
-Vamos, vamos - dijo Porthos-, basta de cumplidos, y pensad que nosotros esperamos nuestro
turno. -Hablad por vos solo, Porthos, cuando digáis semejantes incongruencias -interrumpió Aramis-.
Por lo que a mí se refiere, encuentro las cosas que esos señores se dicen muy bien dichas y a
todas luces dignas de dos gentileshombres.
-Cuando queráis, señor -dijo Athos poniéndose en guardia.
-Esperaba vuestras órdenes -dijo D'Artagnan cruzando el hierro.
Pero apenas habían resonado los dos aceros al tocarse cuando una cuadrilla de guardias de Su
Eminencia, mandada por el señor de Jussac, apareció por la esquina del convento.
-¡Los guardias del cardenal! -gritaron a la vez Porthos y Aramis-. ¡Envainad las espadas,
señores, envainad las espadas!
Pero era demasiado tarde. Los dos combatientes habían sido vistos en una postura que no
permitía dudar de sus intenciones.
-¡Hola! -gritó Jussac avanzando hacia ellos y haciendo una señal a sus hombres de hacer otro
tanto-. ¡Hola, mosqueteros! ¿Nos estamos batiendo? ¿Para qué queremos entonces los edictos?
-Sois muy generosos, señores guardias -dijo Athos lleno de ren cor, porque Jussac era uno de
los agresores de la antevíspera-. Si os viésemos batiros, os respondo de que nos guardaríamos
mucho de impedíroslo. Dejadnos pues hacerlo, y podréis tener un rato de placer sin ningún
gasto.
-Señores -dijo Jussac-, con gran pesar os declaro que es im posible. Nuestro deber ante todo.
Envainad, pues, por favor, y seguidnos.
-Señor -dijo Aramis parodiando a Jussac-, con gran placer obedeceríamos vuestra graciosa
invitación, si ello dependiese de nosotros; pero desgraciadamente es imposible: el señor de
Tréville nos lo ha prohibido. Pasad, pues, de largo, es lo mejor que podéis hacer.
Aquella broma exasperó a Jussac.
-Cargaremos contra vosotros si desobedecéis.
-Son cinco -dijo Athos a media voz-, y nosotros sólo somos tres; seremos batidos y tendremos
que morir aquí, porque juro que no volveré a aparecer vencido ante el capitán.
Entonces Porthos y Aramis se acercaron inmediatamente uno a otro, mientras Jussac alineaba
a sus hombres.
Este solo momento bastó a D'Artagnan para tomar una decisión: era uno de esos momentos
que deciden la vida de un hombre, había que elegir entre el rey y el cardenal; hecha la elección,
había que perseverar en ella. Batirse, es decir, desobedecer la ley, es decir, arriesgar la cabeza,
es decir, hacerse de un solo golpe enemigo de un ministro más poderoso que el rey mismo, eso
es lo que vislumbró el joven y, digámoslo en alabanza suya, no dudó un segundo. Voviéndose,
pues, hacia Athos y sus amigos dijo:
-Señores, añadiré, si os place, algo a vuestras palabras. Habéis dicho que no sois más que tres,
pero a mí me parece que somos cuatro.
-Pero vos no sois de los nuestros -dijo Porthos.
-Es cierto -respondió D'Artagnan-; no tengo el hábito, pero sí el alma. Mi corazón es
mosquetero, lo siento de sobra, señor, y eso me entusiasma.
-Apartaos, joven -gritó Jussac, que sin duda por sus gestos y la expresión de su rostro había
adivinado el designio de D'Artagnan-. Podéis retiraros, os lo permitimos. Salvad vuestra piel, de
prisa.
D'Artagnan no se movió. -Decididamente sois un valiente -dijo Athos apretando la mano del joven.
-¡Vamos, vamos, tomemos una decisión! -prosiguió Jussac.
-Veamos -dijeron Porthos y Aramis-, hagamos algo.
-El señor está lleno de generosidad -dijo Athos.
Pero los tres pensaban en la juventud de D'Artagnan y temían su inexperiencia.
-No seremos más que tres, uno de ellos herido, además de un niño -prosiguió Athos-, y no por
eso dejarán de decir que éramos cuatro hombres.
-¡Sí, pero retroceder...! -dijo Porthos.
-Es difícil -añadió Athos.
D'Artagnan comprendió su falta de resolución.
-Señores, ponedme a prueba -dijo-, y os juro por mi honor que no quiero marcharme de aquí si
somos vencidos.
-¿Cómo os llamáis, valiente? -dijo Athos.
-D'Artagnan, señor.
-¡Pues bien, Athos, Porthos, Aramis y D'Artagnan, adelante! -gritó Athos.
-¿Y bien? Veamos, señores, ¿os decidís a decidiros?


 

 
 

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