Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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lo
malo y la adorna con todo lo bueno, depurando la experiencia, cristali-
zándola en los moldes de perfección que concibe más puros. Los idea-
les son, por ende, reconstrucciones imaginativas de la realidad que
deviene.
Son siempre individuales. Un ideal colectivo es la coincidencia de
muchos individuos en un mismo afán de perfección. No es que una
"idea" los acomune, sino que análoga manera de sentir y de pensar
convergen hacia un "ideal" común a todos ellos. Cada era, siglo o ge-
neración puede tener su ideal; suele ser patrimonio de una selecta mi-
noría, cuyo esfuerzo consigue imponerlo a las generaciones siguientes.
Cada ideal puede encarnarse en un genio; al principio, mientras él lo
define o lo plasma, sólo es comprendido por el pequeño núcleo de
espíritus sensibles al ritmo de la nueva creencia. 7
El concepto abstracto de una perfección posible toma su fuerza de
la Verdad que los hombres le atribuyen: todo ideal es una fe en la posi-
bilidad misma de la perfección. En su protesta involuntaria contra lo
malo se revela siempre una indestructible esperanza de lo mejor; en su
agresión al pasado fermenta una sana levadura de porvenir.
No es un fin, sino un camino. Es relativo siempre, como toda cre-
encia. La intensidad con que tiende a realizarse no depende de su ver-
dad efectiva sino de la que se le atribuye. Aun cuando interpreta
erróneamente la perfección venidera, es ideal para quien cree sincera-
mente en su verdad o su excelsitud.
Reducir el idealismo a un dogma de escuela metafísica equivale a
castrarlo; llamar idealismo a las fantasías de mentes enfermizas o igno-
rantes, que creen sublimizar así su incapacidad de vivir y de ilustrarse,
es una de tantas ligerezas alentadas por los espíritus palabristas. Los
más vulgares diccionarios filosóficos sospechan este embrollo delibe-
rado: "Idealismo: palabra muy vaga que no debe emplearse .sin expli-
carla".
Hay tantos idealismos como ideales; y tantos ideales como idea-
listas y tantos idealistas como hombres aptos para concebir perfeccio-
nes y capaces de vivir hacia ellas. Debe rehusarse el monopolio de los
ideales y cuantos lo reclaman en nombre de escuelas filosóficas, siste-
ma de moral, credos de religión, fanatismo de secta o dogma de estéti-
ca.
El "idealismo" no es privilegio de las doctrinas espiritualistas que
desearían oponerlo al "materialismo", llamando así, despectivamente, a
todas las demás; ese equívoco, tan explotado por los enemigos de las
Ciencias -tenidas justamente como hontanares de Verdad y de Liber-
tad-, se duplica al sugerir que la materia es la antítesis de la idea, des-
pués de confundir al ideal con la idea y a ésta con el espíritu, como
entidad trascendente y ajena al mundo real. Se trata, visiblemente, de
un juego de palabras, secularmente repetido por sus beneficiarios, que
transportan a las doctrinas filosóficas el sentido que tienen los vocablos
idealismo y materialismo en el orden moral. El anhelo de perfección en
el conocimiento de la Verdad puede animar con igual ímpetu al filóso-
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fo monista y al dualista, al teólogo y al ateo, al estoico y al pragmatista.
El particular ideal de cada uno concurre al ritmo total de la perfección
posible, antes que obstar al esfuerzo similar de los demás.
Y es más estrecha, aún, la tendencia a confundir el idealismo, que
se refiere a los ideales, con las tendencias metafísicos que así se deno-
minan porque consideran a las "ideas" más reales que la realidad mis-
ma, o presuponen que ellas son la realidad única, forjada por nuestra
mente, como en el sistema hegeliano. "Ideólogos" no puede ser sinó-
nimo de "idealistas", aunque el mal uso induzca a creerlo.
No podríamos restringirlo al pretendido idealismo de ciertas es-
cuelas estéticas, porque todas las maneras del naturalismo y del realis-
mo pueden constituir un ideal de arte, cuando sus sacerdotes son
Miguel Ángel, Ticiano, Flaubert o Wagner; el esfuerzo imaginativo de
los que persiguen una ideal armonía de ritmos, de colores, de líneas o
de sonidos, se equivale, siempre que su obra transparente un modo de
belleza o una original personalidad.
No le confundiremos, en fin, con cierto idealismo ético que tiende
a monopolizar el culto de la perfección en favor de alguno de los fana-
tismos religiosos predominantes en cada época, pues sobre no existir
un único e inevitable. Bien ideal, difícilmente cabría en los catecismos
para mentes obtusas. El esfuerzo individual hacia la virtud puede ser
tan magníficamente concebido y realizado por el peripatético como por
el cirenaico, por el cristiano como por el anarquista, por el filántropo
como por el epicúreo, pues todas las teorías filosóficas son igualmente
incompatibles con la aspiración individual hacia el perfeccionamiento
humano. Todos ellos pueden ser idealistas, si saben iluminarse en su
doctrina; y en todas las doctrinas pueden cobijarse dignos y buscavi-
das, virtuosos y sin vergüenza. El anhelo y la posibilidad de la perfec-
ción no es patrimonio de ningún. credo: recuerda el agua de aquella
fuente, citada por Platón, que no podía contenerse en ningún


 

 
 

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