los troyanos a igualmente esforzado; que reine poderosamente en Ilio; que digan
de él
cuando vuelva de la batalla: «¡Es mucho más valiente que
su padre!»; y que, cargado de
cruentos despojos del enemigo quien haya muerto, regocije el alma de su madre.
482 Esto dicho, puso el niño en brazos de la esposa amada, que, al recibirlo
en el
perfumado seno, sonreía con el rostro todavía bañado en
lágrimas. Notólo el esposo y
compadecido, acaricióla con la mano y le dijo:
486 -¡Desdichada! No en demasía tu corazón se acongoje,
que nadie me enviará al
Hades antes de lo dispuesto por el destino; y de su suerte ningún hombre,
sea cobarde o
valiente, puede librarse una vez nacido. Vuelve a casa, ocúpate en las
labores del telar y
la rueca, y ordena a las esclavas que se apliquen al trabajo; y de la guerra
nos cuidaremos
cuantos varones nacimos en Ilio, y yo el primero.
494 Dichas estas palabras, el preclaro Héctor se puso el yelmo adornado
con crines de
caballo, y la esposa amada regresó a su casa, volviendo la cabeza de
cuando en cuando y
vertiendo copiosas lágrimas. Pronto llegó Andrómaca al
palacio, lleno de gente, de
Héctor, matador de hombres; halló en él muchas esclavas,
y a todas las movió a lágrimas.
Lloraban en el palacio a Héctor vivo aún, porque no esperaban
que volviera del combate
librándose del valor y de las manos de los aqueos.
503 Paris no demoró en el alto palacio; pues, así que hubo vestido
las magníficas armas
de labrado bronce, atravesó pr esuroso la ciudad haciendo gala de sus
pies ligeros. Como
el corcel avezado a bañarse en la cristalina corriente de un río,
cuando se ve atado en el
establo, come la cebada del pesebre y rompiendo el ronzal sale trotando por
la llanura,
yergue orgulloso la cerviz, ondean las crines sobre su cuello, y ufano de su
lozanía mueve
ligero las rodillas encaminándose a los acostumbrados sitios donde los
caballos pacen; de
aquel modo, Paris, hijo de Príamo, cuya armadura brillaba como un sol,
descendía gozoso
de la excelsa Pérgamo por sus ágiles pies llevado. Alejandro alcanzó
en seguida a su her-
mano el divino Héctor cuando éste regresaba del lugar en que había
pasado el coloquio
con su esposa, y fue el primero en hablar diciendo:
518 -¡Mi buen hermano! Mucho te hice esperar deteniéndote, a pesar
de tu impaciencia;
pues no he venido oportunamente, como ordenaste.
520 Respondióle Héctor, el de tremolante casco:
521 -¡Querido! Nadie que sea justo reprenderá tu trabajo en el
combate, porque eres
valiente; pero a veces te complaces en desalentarte y no quieres pelear, y mi
corazón se
aflige cuando oigo que te baldonan los troyanos que tantos trabajos sufren por
ti. Pero.
vámonos y luego lo arreglaremos todo, si Zeus nos permite ofrecer en
nuestro palacio la
cratera de la libertad a los celestes sempiternos dioses, por haber echado de
Troya a los
aqueos de hermosas grebas.
CANTO VII*
Combate singular de Héctor y Ayante
Levantamiento de los cadáveres
* La segunda también se suspende inopinadamente, porque Héctor
desafia a los héroes aqueos. Echadas
las suertes, le toca a Ayante, y luchan hasta el anochecer. Se pacta una tregua
de un día, que los aqueos
aprovechan pra enterrar a los muertos y construir un muro en torno al campamento.
1 Dichas estas palabras, el esclarecido Héctor y su hermano Alejandro
traspusieron las
puertas, con el ánimo impaciente por combatir y pelear. Como cuando un
dios envía
próspero viento a navegantes que to anhelan porque están cansados
de romper las olas,
batiendo los pulidos remos, y tienen relajados los miembros a causa de la fatiga,
así, tan
deseados, aparecieron aquéllos a los troyanos.
8 Paris mató a Menestio, que vivía en Arna y era hijo del rey
Areítoo, famoso por su
clava, y de Filomedusa, la de ojos de novilla; y Héctor con la puntiaguda
lanza tiró a
Eyoneo un bote en la cerviz, debajo del casco de bronce, y dejóle sin
vigor los miembros.
Glauco, hijo de Hipóloco y príncipe de los licios, arrojó
en la reñida pelea un dardo a
Ifínoo Dexíada cuando subía al carro de corredoras yeguas,
y le acertó en la espalda:
Ifínoo cayó al suelo y sus miembros se relajaron.
17 Cuando Atenea, la diosa de ojos de lechuza, vio que aquéllos mataban
a muchos
argivos en el duro combate, descendiendo en raudo vuelo de las cumbres del Olimpo,
se
encaminó a la sagrada Ilio. Pero, al advertirlo Apolo desde Pérgamo,
fue a oponérsele,
porque deseaba que los troyanos ganaran la victoria. Encontráronse ambas
deidades junto
