Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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sobreponerse a todos los demás; a todos quiere dominar, a todos gobernar, a todos dar
órdenes que alguien, creo, se negará a obedecer. Si los sempiternos dioses le hicieron
belicoso, ¿le permiten por esto proferir injurias?
292 Interrumpiéndole, exclamó el divino Aquiles:
293 -Cobarde y vil podría llamárseme si cediera en todo lo que dices; manda a otros, no
me des órdenes, pues yo no pienso ya obedecerte. Otra cosa te diré que fijarás en la
memoria: No he de combatir con estas manos por la joven ni contigo, ni con otro alguno,
pues al fin me quitáis lo que me disteis; pero, de lo demás que tengo junto a mi negra y
veloz embarcación, nada podrías llevarte tomándolo contra mi voluntad. Y si no, ea,
inténtalo, para que éstos se enteren también; y presto tu negruzca sangre brotará en torno
de mi lanza.
304 Después de altercar así con encontradas razones, se levantaron y disolvieron el
ágora que cerca de las naves aqueas se celebraba. Fuese el Pelida hacia sus tiendas y sus
bien proporcionados bajeles con el Menecíada y otros amigos; y el Atrida echó al mar
una velera nave, escogió veinte remeros, cargó las víctimas de la hecatombe para el dios,
y, conduciendo a Criseide, la de hermosas mejillas, la embarcó también; fue capitán el
ingenioso Ulises.
312 Así que se hubieron embarcado, empezaron a navegar por líquidos caminos. El
Atrida mandó que los hombres se purificaran, y ellos hicieron lustraciones, echando al
mar las impurezas, y sacrificaron junto a la orilla del estéril mar hecatombes perfectas de
toros y de cabras en honor de Apolo. El vapor de la grasa llegaba al cielo, enroscándose
alrededor del humo. 318 En tales cosas ocupábanse éstos en el ejército. Agamenón no olvidó la amenaza
que en la contienda había hecho a Aquiles, y dijo a Taltibio y Euríbates, sus heraldos y
diligentes servidores:
322 -Id a la tienda del Pelida Aquiles, y asiendo de la mano a Briseide, la de hermosas
mejillas, traedla acá, y, si no os la diere, ire yo mismo a quitársela, con más gente, y
todavía le será más duro.
326 Hablándoles de tal suerte y con altaneras voces, los despidió. Contra su voluntad
fuéronse los heraldos por la orilla del estéril mar, llegaron a las tiendas y naves de los
mirmidones, y hallaron al rey cerca de su tienda y de su negra nave. Aquiles, al verlos, no
se alegró. Ellos se turbaron, y, habiendo hecho una reverencia, paráronse sin decir ni
preguntar nada. Pero el héroe lo comprendió todo y dijo:
334 -¡Salud, heraldos, mensajeros de Zeus y de los hombres! Acercaos; pues para mí no
sois vosotros los culpables sino Agamenón, que os envía por la joven Briseide. ¡Ea, Pa-
troclo, del linaje de Zeus! Saca la joven y entrégasela para que se la lleven. Sed ambos
testigos ante los bienaventurados dioses, ante los mortales hombres y ante ese rey cruel,
si alguna vez tienen los demás necesidad de mí para librarse de funestas calamidades
porque él tiene el corazón poseído de furor y no sabe pensar a la vez en lo futuro y en lo
pasado, a fin de que los aqueos se salven combatiendo junto a las naves.
345 Así dijo. Patroclo, obedeciendo a su amigo, sacó de la tienda a Briseide, la de
hermosas mejillas, y la entregó para que se la llevaran. Partieron los heraldos hacia las
naves aqueas, y la mujer iba con ellos de mala gana. Aquiles rompió en llanto, alejóse de
los compañeros, y, sentándose a orillas del blanquecino mar con los ojos clavados en el
ponto inmenso y las manos extendidas, dirigió a su madre muchos ruegos:
352 -¡Madre! Ya que me pariste de corta vida, el olímpico Zeus altitonante debía
honrarme y no lo hace en modo alguno. El poderoso Agamenón Atrida me ha ultrajado,
pues tiene mi recompensa, que él mismo me arrebató.
357 Así dijo derramando lágrimas. Oyóle la veneranda madre desde el fondo del mar,
donde se hallaba junto al padre anciano, a inmediatamente emergió de las blanquecinas
ondas como niebla, sentóse delante de aquél, que derramaba lágrimas, acariciólo con la
mano y le habló de esta manera:
362 -¡Hijo! ¿Por qué lloras? ¿Qué pesar te ha llegado al alma? Habla; no me ocultes lo
que piensas, para que ambos lo sepamos.
364 Dando profundos suspiros, contestó Aquiles, el de los pies ligeros:
365 -Lo sabes. ¿A qué referirte lo que ya conoces? Fuimos a Teba, la sagrada ciudad de
Eetión; la saqueamos, y el botín que trajimos se lo distribuyeron equitativamente los


 

 
 

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