Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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Hera, la diosa
de los níveos brazos, que os ama cordialmente a entrambos y por vosotros se interesa. Ea,
cesa de disputar, no desenvaines la espada a injúrialo de palabra como te parezca. Lo que
voy a decir se cumplirá: Por este ultraje se te ofrecerán un día triples y espléndidos pre-
sentes. Domínate y obedécenos.
213 Y, contestándole, Aquiles, el de los pies ligeros, le dijo:
216 -Preciso es, oh diosa, hacer lo que mandáis, aunque el corazón esté muy irritado.
Proceder así es lo mejor. Quien a los dioses obedece es por ellos muy atendido.
219 Dijo; y puesta la robusta mano en el argénteo puño, envainó la enorme espada y no
desobedeció la orden de Atenea. La diosa regresó al Olimpo, al palacio en que mora
Zeus, que lleva la égida, entre las demás deidades.
223 El Pelida, no amainando en su cólera, denostó nuevamente al Atrida con injuriosas
voces:
225 -¡Ebrioso, que tienes ojos de perro y corazón de ciervo! Jamás te atreviste a tomar
las armas con la gente del pueblo para combatir, ni a ponerte en emboscada con los más
valientes aqueos: ambas cosas te parecen la muerte. Es, sin duda, mucho mejor arrebatar
los dones, en el vasto campamento de los aqueos, a quien te contradiga. Rey devorador de
tu pueblo, porque mandas a hombres abyectos...; en otro caso, Atrida, éste fuera tu último
ultraje. Otra cosa voy a decirte y sobre ella prestaré un gran juramento: Sí, por este cetro
que ya no producirá hojas ni ramos, pues dejó el tronco en la montaña; ni reverdecerá,
porque el bronce lo despojó de las hojas y de la corteza, y ahora lo empuñan los aqueos
que administran justicia y guardan las leyes de Zeus (grande será para ti este juramento):
algún día los aqueos todos echarán de menos a Aquiles, y tú, aunque te aflijas, no podrás
socorrerlos cuando muchos sucumban y perezcan a manos de Héctor, matador de
hombres. Entonces desgarrarás tu corazón, pesaroso por no haber honrado al mejor de los
aqueos.
245 Así dijo el Pelida; y, tirando a tierra el cetro tachonado con clavos de oro, tomó
asiento. El Atrida, en el opuesto lado, iba enfureciéndose. Pero levantóse Néstor, suave
en el hablar, elocuente orador de los pilios, de cuya boca las palabras fluían más dulces
que la miel -había visto perecer dos generaciones de hombres de voz articulada que nacieron y se criaron con él en la divina Pilos y reinaba sobre la tercera-, y benévolo los
arengó diciendo:
254 -¡Oh dioses! ¡Qué motivo de pesar tan grande le ha llegado a la tierra aquea!
Alegrananse Príamo y sus hijos, y regocijaríanse los demás troyanos en su corazón, si
oyeran las palabras con que disputáis vosotros, los primeros de los dánaos así en el
consejo como en el combate. Pero dejaos convencer, ya que ambos sois más jóvenes que
yo. En otro tiempo traté con hombres aún más esforzados que vosotros, y jamás me
desdeñaron. No he visto todavía ni veré hombres como Pirítoo, Driante, pastor de
pueblos, Ceneo, Exadio, Polifemo, igual a un dios, y Teseo Egeida, que parecía un in-
mortal. Criáronse éstos los más fuertes de los hombres; muy fuertes eran y con otros muy
fuertes combatieron: con los montaraces centauros, a quienes exterminaron de un modo
estupendo. Y yo estuve en su compañía -habiendo acudido desde Pilos, desde lejos, desde
esa apartada tierra, porque ellos mismos me llamaron- y combatí según mis fuerzas. Con
tales hombres no pelearía ninguno de los mortales que hoy pueblan la tierra; no obstante
lo cual, seguían mis consejos y escuchaban mis palabras. Prestadme también vosotros
obediencia, que es lo mejor que podéis hacer. Ni tú, aunque seas valiente, le quites la
joven, sino déjasela, puesto que se la dieron en recompensa los magnánimos aqueos; ni
tú, Pelida, quieras altercar de igual a igual con el rey, pues jamás obtuvo honra como la
suya ningún otro soberano que usara cetro y a quien Zeus diera gloria. Si tú eres más
esforzado, es porque una diosa te dio a luz; pero éste es más poderoso, porque reina sobre
mayor número de hombres. Atrida, apacigua tu cólera; yo te suplico que depongas la ira
contra Aquiles, que es para todos los aqueos un fuerte antemural en el pernicioso
combate.
285 Y, contestándole, el rey Agamenón le dijo:
286 -Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas de decir. Pero este hombre quiere


 

 
 

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