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Teatro y cine - Shakespeare, señero de siglos
Hay sólo una época en la historia del teatro que pueda ser clasificada con un genio único: la
isabelina de Inglaterra. Decir Shakespeare es decirlo todo. Si se quiere estudiar en su obra cuál
es el espíritu religioso de su tiempo, nos encontramos con el equilibrio entre el poder
moderador V sereno del pueblo inglés, frente al ímpetu reformista y revolucionario de su
siglo. Si se trata de auscultar el carácter político y analizamos el ciclo romano, vemos que sus
obras no sólo están llenas de alusiones sobre los personajes que entonces sobresalían, sino que
hay referencias directas del pueblo mismo, exaltando unas veces sus virtudes cívicas y
alentándolo otras a emanciparse de los poderes opresores. Un ejemplo evidente es la
representación en 1601 del Ricardo II, en el momento en que el conde de Essex iba a rebelarse
contra la reina Isabel. Es Shakespeare quien hace la crónica viva de la historia de Inglaterra,
dando desde Juan sin Tierra hasta Enrique VIII un panorama completo de la formación
nacional y ofreciendo una rica galería de caracteres. En este dominio
de lo histórico, se fue
identificando con los problemas esenciales del pueblo, hasta alcanzar el secreto de su
verdadero sentido social. Sólo así se puede comprender que su nombre abarca todas las
categorías de su época.
Cuando el mundo, curioso de encontrar novelería en todo, discutía si era Shakespeare o no el
autor de sus obras, se buscó, entre otros, el nombre de Francisco Bacon, nacido en 1561. Hoy,
casi seguros de la personalidad del autor de Macbeik, podemos asociar a Bacon y darle su
justo sentido. Se podría decir que Shakespeare representó las ideas de su época, y que
Francisco Bacon las pensó. Bacon también significó un poder moderador en el reinado de
Isabel, y, como Shakespeare, sentía la necesidad del equilibrio en las ideas y en los sentidos. Y
si el autor dramático no fue consecuente con las ideas teológicas o éticas que se iban
arrastrando desde la
Edad Media, imponiendo moderación a los impulsos fanáticos, el
filósofo se caracterizó por imponer una política de profunda realidad inglesa.