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MNEMOTECNIA - ¡Desarrolle su memoria!
UN HOSPEDAJE ACOGEDOR
El Plaza Hotel de Nueva York goza de merecida reputación por el ambiente de cordialidad
que en seguida rodea a todo huésped. ¿Cómo ocurre eso? Muy sencillamente; la sensación de
sentirnos extraños cohíbe: cuando llaman por teléfono al señor del cuarto 315, cuando varias
veces al día el portero nos interroga sin reconocernos, nuestra personalidad se siente
disminuida. Ningún lazo de simpatía nos une con esas gentes, y las mejores comodidades del
hotel no impiden que lo cambiemos por otro más modesto pero más acogedor. Así lo
comprendieron los directores del Plaza Hotel de Nueva York. Una hora después de haber
llegado, todos los empleados conocen al huésped: "¿A qué piso va, señor Gutiérrez?,
pregunta el ascensorista; "¡Señor Gutiérrez, el té está servido!", dice la mucama. "Buenos días,
señor Gutiérrez", exclama el portero. Todos, desde el gerente al mozo, saben que usted se
llama Gutiérrez. No es el señor del cuarto 315, no es un extraño que deambula por pasillos y
salas, es —gracias al mágico puente de simpatía que tiende su nombre— un amigo entre
amigos. No pensará cambiar de hotel, y cada vez que vuelva a Nueva York se albergará en el
Plaza Hotel.
En esta casa modelo los empleados están educados para recordar el nombre y la fisonomía de
los clientes. ¿Cree usted que son especialmente seleccionados? No; simplemente, como los de
otros hoteles, por su capacidad de trabajo. La memoria la educan ellos mismos, bajo la guía
del jefe de personal, y ponen mucho interés en el asunto, pues comprenden que aumentan su
estabilidad, y además, reconocer al cliente despierta la generosidad de éste.
Sabemos que Temístocles reconocía a los 21.000 ciudadanos de Atenas a primera vista y por
su nombre; Napoleón repetía las hazañas de cualquiera de sus mejores soldados. Temístocles
y Napoleón son casos excepcionales, pero todos debemos tener buena memoria de rostros y
nombres: el político que espera el voto de sus conciudadanos, el comerciante que debe guiar
a su cliente en la elección de la mercadería, el médico ante quien desfilan centenares de
pacientes, el portero que debe satisfacer pedidos de los locatarios. Estas experiencias de la
vida diaria nos hacen comprender que la habilidad para reconocer una persona se apoya en
tres requisitos, todos de igual importancia, pero uno de los cuales —el último—es más difícil
de poseer y, por ello, sobre el que más se debe insistir:
1) La facultad de recordar un rostro.
2) La facultad de recordar un nombre.
3) La facultad adecuada para ligar un nombre con un rostro.
Afortunadamente, casi siempre poseemos una o dos de estas facultades, y aun careciendo de
las tres, la voluntad puesta al servicio de la ejercitación las desarrolla.