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LITERATURA ESPAÑOLA - Siglo XVI: plenitud renacentista
EL "LAZARILLO" Y LA NOVELA PICARESCA
No es, sin embargo, en el mundo de la ficción idealista, en el que crea la literatura española
el tipo novelesco llamado a imprimir al arte de novelar una dirección nueva, viva aún en
nuestro tiempo. Cuando las otras formas, caballeresca, pastoril o morisca, desaparecen casi
para resurgir sólo ocasionalmente, como la morisca en el romanticismo, la novela de crítica
social y de pintura amarga o irónica de las bajas realidades, prosigue su desarrollo casi
ininterrumpido.
La literatura realista, sea en continuaciones de La Celestina, en cuentos imitados de la novela
italiana o en novelas donde se narran episodios de la vida licenciosa, de que sería ejemplo La
lozana andaluza (1527), de Francisco Delicado, abunda durante la primera mitad del siglo
XVI. La manera de ver la vida del nuevo realismo era, por tanto, rigurosamente coetánea y
paralela al auge extraordinario de idealismo. Pero en la novela no logra estructurarse en una
forma fija hasta que en 1554 se publica la Vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y
adversidades, de autor desconocido.
Con el Lazarillo comienza la novela picaresca, primera manifestación de una actitud literaria,
en gran medida nueva: la de rebajar con un propósito crítico-ascético los valores de la vida y
cerrar los ojos en el arte a todo resquicio de idealismo.
Si bien esta actitud y su producto directo, la novela picaresca, no adquieren sus proyecciones
amplias ni su forma más desarrollada hasta medio siglo después, en el Lazarillo están ya
definidos el espíritu y los caracteres artísticos del nuevo género, que son los siguientes: 1,
narración en forma autobiográfica de la vida de un pícaro, que generalmente sirve a varios
amos; 2, pintura satírica de las diversas clases sociales vistas a través de los ojos del pícaro; 3,
ambiente social y moralmente bajo; 4, considerar la satisfacción de necesidades elementales,
especialmente del hambre, como móvil supremo de la vida; 5, usar del engaño, del robo o de
otros medios al margen de la ley, como únicas formas eficaces de satisfacer esas necesidades,
en contraste con un marcado desprecio por el trabajo o por cualquier otro modo de actividad
creativa. La agudeza para el engaño, el deseo de libertad y de una existencia andariega son
las marcas distintivas de la psicología picaresca.
En la génesis del nuevo realismo entran elementos bastante complejos. Es, en parte,
resultado de una natural reacción contra los excesos del idealismo renacentista, que en su
preocupación por la belleza, como forma suprema del espíritu, había hecho olvidar al poeta
los problemas morales, la existencia del dolor y del mal. Surge así una literatura antiheroica.
Al caballero y al pastor se opone el pícaro, el antihéroe. A una visión de la vida donde sólo el
honor, la gloria y el amor ideal parecen existir, se opone la proyección de la personalidad
humana en sus formas primarias: crueldad, hambre, desconfianza. Pero esta reacción del
gusto artístico no obedece sólo a razones literarias. Es, a su vez, reflejo de un cambio en el
espíritu. La sombra del desengaño postridentino, el desprecio hacia la vida y la estricta
moralidad que ve al hombre gobernado primariamente por sus instintos se muestran,
aunque débilmente, en el Lazarillo y se irán acrecentando en el pesimismo sombrío de las
novelas posteriores. A estas razones de índole general se añaden sin duda otras nacidas del
seno mismo de la sociedad española: por un lado, los comienzos de la decadencia económica,
que hacen la vida difícil, y por otro, el mismo espíritu de dinamismo, aventura y fantasía
característico del español, que al terminar la etapa expansiva de conquistas, incapaz de
adaptarse a una existencia ordenada, encuentra en las actividades antisociales la salida
natural para su individualismo. No es casual que la mayoría de los pícaros salgan casi niños
de su casa para ver el mundo y que los antiguos soldados vengan a engrosar el ejército de
mendigos, rufianes, valentones, embaucadores de bolsas o hidalgos hambrientos y
vanidosos que pueblan las páginas de la novela picaresca.
Los autores del nuevo género, casi todos ellos moralistas severos educados en el humanismo,
contemplan el espectáculo social, la caducidad de los ideales y la facilidad con que el hombre
sucumbe a la inclinación de sus instintos para crear al pícaro y dar, a través de sus juicios
sobre la sociedad que le rodea, una interpretación amarga de la vida cuya crueldad pintan
con ironía y estoica indiferencia. Estéticamente el carácter primordial del nuevo realismo
consiste, pues, en hacer entrar en el arte lo moral y lo social frente a lo poético, que antes
predominaba, y en reflejar la realidad presente exagerando los elementos naturalistas con
detalles que a un lector moderno pueden parecerle de mal gusto. La pintura de lo inmediato
en sus aspectos más groseros viene a sustituir a la idealización de un pasado mítico o de un
mundo puramente imaginativo, dominante en toda la literatura de tipo idealista o poético. A
pesar de que su fin es aparentemente moral, ajeno por tanto al arte, el nuevo género se
justifica artísticamente por transformar la visión de lo feo y lo bajo en substancia cómica y
satírica. La risa, a veces un poco amarga, viene a sustituir a la solemne seriedad de casi toda
la novela anterior. Además, con los escritores picarescos, la esencia de la lengua viva penetra
definitivamente en la literatura y se enriquece enormemente el estilo.
Se aplica cuanto hemos dicho al género considerado en su totalidad, según aparecerá, sobre
todo, en Mateo Alemán, Quevedo y en otros autores del siglo XVII, que es en rigor la época
típica de la novela picaresca. En el Lazarillo todo esto se halla sólo en esbozo. La obra cuenta
la historia de un muchacho -Lázaro de Tormes- de humildísimo nacimiento, que sirve como
criado sucesivamente a un ciego mendigo, a un clérigo, a un escudero, a un fraile de la
Merced y a un buldero, y que al fin contrae matrimonio y protegido por el señor arcipreste
de San Salvador, obtiene un puesto de pregonero de Toledo. Malas lenguas murmuran que
la protección del arcipreste no era del todo desinteresada, porque la mujer de Lázaro
frecuenta demasiado, en calidad de sirvienta, la casa del protector. Mas Lázaro, después de
haber sufrido hambre y malos tratos con todos sus amos, no es muy sensible a los estímulos
del honor y considera que ha llegado a la prosperidad y cumbre de su buena fortuna.
Al narrar las relaciones de Lázaro con sus diversos amos presenta el autor una serie de
estampas o cuadros de costumbres al par que hace el estudio de varios tipos sociales.
Cuando el Lazarillo se escribe, España vive aún bajo el signo de la ilusión heroica. No ha
empezado todavía la decadencia ni el humanismo ha derivado hacia la severa doctrina
moral de la contrarreforma y el barroco. Por eso la sátira aparece en la novela mitigada por
una gracia pintoresca e ingenua; los personajes, dibujados con gran naturalidad, no tienen la
exageración caricaturesca que adquieren en obras posteriores y el conjunto, mantenido por
un estilo siempre vivo, tiene el equilibrio de las obras maestras. Hasta hay en el tratado
tercero del Lazarillo asomos ideales de un sentimiento superior en la compasión que Lázaro,
el pícaro, siente por uno de sus amos, el escudero, pobre hidalgo en quien el puntilloso
sentimiento de la honra zozobra ante los perentorios estímulos del hambre.
La nota dominante en la novela es la de la sátira eclesiástica, censura de las malas
inclinaciones y hábitos de sacerdotes y frailes, que se ha interpretado siempre como efecto de
la filiación erasmista del autor, aunque algunos críticos modernos hayan puesto esto en
duda. La libertad con que se habla de temas religiosos es producto de la época en que se
escribe el Lazarillo y no se volverá a encontrar en la literatura picaresca posterior, escrita ya
en tiempo de la rígida censura contrarreformista.