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LITERATURA ESPAÑOLA - Siglo XVI:  Didáctica, humanismo, erasmismo y mística
LA PROSA DIDACTICA Y EL ERASMISMO
LOS HERMANOS VALDES Y EL ERASMISMO. - Un movimiento espiritual que durante la
primera mitad del siglo XVI tuvo gran importancia en España fue el eras-mismo, impulsado
por un selecto grupo de humanistas, personajes políticos y dignatarios de la Iglesia. Su
centro fue la corte de Carlos V, en la que algunos erasmistas ocuparon altos cargos.
Influyeron en la política religiosa del emperador; proclamaron la necesidad de una reforma
moral de la Iglesia y constituyeron conjuntamente una especie de partido político, de
sociedad de gentes cultas y una escuela literaria.
Facilitado por la unión política el contacto con los Países Bajos, la influencia de Erasmo, el
humanista de Rotterdam, se extendió rápidamente entre los españoles.
Entre sus discípulos españoles las doctrinas de Erasmo se reflejaron en varias tendencias: a)
Crítica de la corrupción eclesiástica, basada en la fórmula de monachatus non est pietas. Es
decir, que la perfección espiritual, la piedad, no se alcanza sólo y automáticamente por vestir
el hábito religioso o pertenecer a una orden y practicar sus reglas; puede alcanzarse
igualmente en un estado laico. b) Defensa de la religión interior y crítica de las
manifestaciones externas, ritos, ceremonias, oración puramente verbal, cuando no nacen del
verdadero sentimiento religioso. c) Vuelta a la simplicidad del cristianismo primitivo, a la
pura doctrina de Cristo. d) Ideal de una vida simple, honesta, basada en la fe y en la práctica
de la verdadera caridad, tal y como la explicó San Pablo en sus Epístolas.
Estas ideas tuvieron honda repercusión en la vida espiritual de la época y aunque los
erasmistas se limitaron a atacar al papa en su política temporal y nunca pusieron en duda la
autoridad de la Iglesia en materias dogmáticas ni pretendieron romper la unidad católica,
pronto entraron en pugna con Roma. Su influjo se apaga al fundarse la Compañía de Jesús e
iniciarse en Trento la Contrarreforma.
Como forma literaria, los erasmistas cultivaron con preferencia el diálogo satírico, imitación
directa de los Coloquios, de Erasmo e indirecta de los diálogos griegos de Luciano, escritor
satírico-alegórico del siglo u y modelo del humanista holandés. Las dos obras más
representativas de este movimiento en la literatura española son el Diálogo de Lactancio o
Diálogo de las cosas ocurridas en Roma y el Diálogo de Mercurio y Carón. Tras una
complicada historia crítica se ha probado que ambos fueron escritos por Alfonso de Valdés
(1490-1532), que emerge así como la figura más notable del erasmismo español en el aspecto
moral y político, junto a su hermano Juan, que lo es en él puramente religioso y humanístico.
Alfonso -de quien se dijo que era más erasmista que Erasmo- fue secretario y consejero de
Carlos V. Sus dos diálogos tienen una motivación predominantemente política y gran parte
de su contenido se encamina a defender la conducta del emperador en sus diferencias con el
papa Clemente VII. El Lactancio trata del saqueo de Roma en 1527 y justifica este hecho por
la oposición del papa a la política de unidad cristiana en que se inspiraba Carlos V y por la
corrupción de la corte pontificia. En el de Mercurio y Carón, el tema político es el de las
rivalidades del monarca español con Francisco I de Francia, Enrique VIII de Inglaterra y con
el mismo papa.
Fuera de su significación política, ambos diálogos tienen importancia como exposición de la
moral erasmista. En el de Mercurio y Carón especialmente, Valdés da una visión amplia de
la sociedad y del hombre, mediante el examen que Carón hace a las diferentes almas que
llegan a su barca: predicadores, frailes, obispos, reyes, consejeros, etc. Aquellos que han
practicado una religión falsa, externa, especialmente los eclesiásticos, se condenan; los que
han hecho una vida inspirada en la caridad, trabajando honestamente en su oficio o
pensando en el bien de los demás antes que en el suyo propio, aun habiendo descuidado las
prácticas externas de la religión, se salvan; son los verdaderos cristianos. A la agudeza
satírica en la pintura de los personajes se une en la obra de Alfonso de Valdés el valor
estilístico de su prosa elegante y natural sin los excesos retóricos de la de Guevara ni las
artificiosidades que encontramos en la novela de este tiempo.
Si Alfonso de Valdés es el gran moralista del erasmismo español, Juan es su primer
humanista y escritor místico. Durante mucho tiempo se atribuyeron a Juan las obras de su
hermano. Hoy la personalidad de cada uno de ellos parece definitivamente fijada. Juan, alma
de mayor espiritualidad, se desentiende de los problemas políticos o de la doctrina
estrictamente moral que preocupan a Alfonso y expone en sus obras, el Alfabeto cristiano,
Ciento diez consideraciones divinas y el Diálogo de la doctrina cristiana, una concepción
religiosa y mística, según la cual "todo el negocio cristiano consiste en confiar, creer, amar".
Hay todavía muchos puntos oscuros en la vida de Juan de Valdés. Se sabe, sin embargo, que
pasó parte de ella en Italia, presidiendo un grupo de personas refinadas del cual formaba
parte la bella Julia Gonzaga. Entre ellas Juan de Valdés extendió sus doctrinas espiritualistas,
fundando una especie de secta que terminó por apartarse del catolicismo.
En Italia y para sus amigos italianos escribió también su obra más conocida, el Diálogo de la
lengua, compuesto en 1535, pero no publicado hasta el siglo XVIII. Es un estudio del origen
y carácter de la lengua castellana, enriquecido por la exposición de una doctrina lingüística
inspirada en las ideas del Renacimiento, por numerosas observaciones sobre el vocabulario,
la sintaxis y otros elementos de la lengua, y por juicios críticos sobre las principales obras
literarias. En sus ideas acerca del estilo, así como en el lenguaje de la obra, muéstrase Valdés
opuesto a la afectación imperante en su tiempo. Con la teoría y con el ejemplo encabeza una
tendencia hacia la naturalidad en la expresión que influye mucho en la formación definitiva
de un ideal estilístico en los grandes prosistas clásicos posteriores.