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LITERATURA ESPAÑOLA - Siglo XVI:  Didáctica, humanismo, erasmismo y mística
LOS MISTICOS
FRAY LUIS DE GRANADA: RETORICO Y ESCRITOR ASCETICO. - Cronológicamente el
primero de los cuatro es Luis de Sarriá (1504-1588), conocido por su nombre de religión, fray
Luis de Granada. Hombre de origen humilde -era hijo de una lavandera- se elevó, como
otras figuras sobresalientes del catolicismo, a una alta posición social dentro del ambiente de
España, donde la religión ocupaba el primer plano entre las actividades humanas.
Fue el
predicador de más autoridad en su tiempo y consejero y confesor de nobles -como los
duques de Alba y de Medina Sidonia- y de los reyes de Portugal, país en el que residió
muchos años.
Respondiendo a la tradición intelectual y combativa de su orden, la de los dominicos -orden
de predicadores, de origen español, fundada por Santo Domingo en el siglo XIII para
combatir la herejía de los albigenses-, se consagró especialmente al púlpito y la confesión.
Fue
teólogo de vasta cultura religiosa y clásica y de fe ardiente. Su obra tiene carácter
práctico y de divulgación. Es, más que místico, escritor ascético. No tuvo ni la fuerte
originalidad personal de Santa Teresa ni la elevación filosófico-poética de fray Luis de León
ni el espíritu iluminado de San Juan de la Cruz. Sus cualidades dominantes fueron un
temperamento intelectual equilibrado, una viva imaginación andaluza, meridional, y una
delicada sensibilidad artística. Combinándolas, creó una prosa cuya abundancia y armonía
tomaron como modelo inmediatamente muchos escritores religiosos y profanos. Por ella es
considerado Granada como uno de los mejores prosistas clásicos.
De sus numerosas obras en castellano -escribió también en latín y portugués- nos
ocuparemos sólo de las dos más importantes: Guía de pecadores (escrita en 1556, refundida
con ampliaciones considerables en 1567), e Introducción del símbolo de la fe (1582).
La Guía de pecadores, el libro ascético por excelencia, es a la vez, un tratado doctrinal y un
manual de confesión. Exhorta al hombre para que, abandonando los cuidados del mundo,
entre en soledad espiritual y elija el camino más conveniente para su salvación, que es el del
bien, el de la virtud. A practicarlos está obligado el ser humano por ser Dios quien
representa los valores supremos: justicia, hermosura, verdad; por agradecimiento a los
dones que de él ha recibido: creación y redención; y por temor a las postrimerías: muerte,
juicio, infierno. El hombre, de acuerdo con la doctrina del libre arbitrio, ha recibido de Dios
la facultad de elección y es el responsable de su propia vida. A mostrarle los beneficios de la
virtud y la manera de sustraerse a las tentaciones del mundo va encaminada la parte central
de la obra. No sólo resuelve el hombre por medio de la virtud el problema mayor de su
existencia, que es ganar la vida futura, sino que en ella, en la virtud, encuentra la única
felicidad posible en esta vida, en la temporal. Vemos así cómo el humanismo, con su
preocupación por la felicidad terrena, se infiltra en el pensamiento religioso.
La exposición que podemos llamar filosófica es, aunque prolija a ratos, modelo de claridad.
De mayor interés es su parte psicológica, análisis profundo del pecado y del mecanismo de
las pasiones e instintos humanos.
Si el sistematizador de las ideas morales se muestra con todo su poder intelectual en la Guía,
el artista imaginativo escribe las mejores páginas en la primera parte de la Introducción del
Símbolo de la fe. Al describir Granada las maravillas de la naturaleza, como creación a la vez
que espejo de la belleza divina, alcanza su pluma matices de extraordinaria delicadeza; su
elocuencia cobra vida y sentimiento poéticos. Es aquí, en la vibración espiritual
ante la
belleza sensible donde la doctrina teológica se tiñe de reflejos de emoción mística.
Con ser en el pensamiento un expositor admirable, la gran creación de Granada es su estilo
elocuente, ciceroniano, de amplio vuelo y, al mismo tiempo preciso en el detalle, ordenado
en la disposición de las cláusulas. Al estilo más probablemente que a la doctrina, debe fray
Luis su fama de prosista y la gran influencia que tuvo. Los místicos posteriores se formaron
en parte leyendo sus obras y el sello de su elocuencia se percibe en todos los grandes
oradores, hasta Castelar y otros más recientes. En otros países, Francia, por ejemplo, la Gula
de pecadores fue libro muy leído, y algunos de los grandes oradores y apologistas como
Bourdaloue o Bossuet, deben sin duda algo al padre Granada, aunque en ellos predomine el
raciocinio sobre el sentimiento fogoso que siempre termina por arrebatar al predicador
andaluz. Granada es, además de ejemplo vivo de elocuencia en sus sermones y obras
doctrinales, uno de los teóricos importantes de la oratoria, como género literario, en la
Retórica eclesiástica. En sus ideas acerca del estilo lo mismo que en la práctica su maestro es
Cicerón. Sorprende ver, sin embargo, que para él no es la abundancia ni el fuego lo más
importante. Prefiere la simplicidad, la claridad y el buen orden. Condena, en cambio, la
afectación y el "tumultuario amontonamiento de vocablos".