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LITERATURA ESPAÑOLA - El Romanticismo (1808-1850)
LA PERSONALIDAD CONTRADICTORIA DE LARRA
LARRA, CRITICO, COSTUMBRISTA, ENSAYISTA. - A los diecinueve años en 1828, con el
seudónimo de "El duende satírico del día", inicia Larra su obra periodística: una serie de
artículos sobre la vida y la sociedad españolas. La continuó después con diferentes nombres:
El Pobrecito Hablador, Andrés Niporesas, Ramón Arriala, y finalmente, el de Fígaro, con el
que ha pasado a la historia como uno de los grandes satíricos de la literatura española y
como el prosista más famoso de la primera mitad del siglo.
La colección de artículos de Larra suma varios centenares y puede clasificarse en tres
grandes grupos: artículos de costumbres, político-sociales y de crítica literaria.
Por los del primer grupo -los más importantes y característicos- encabeza Larra con
Mesonero Romanos la nómina de los costumbristas. Pero su crítica apunta mucho más lejos
que la del autor de las Escenas matritenses. No se limita a ridiculizar con sátira afable los
hábitos de la burguesía de su tiempo o a retratar con realismo fiel los tipos sociales. Va al
fondo de la psicología española, penetra en las causas de la decadencia y traza una visión
mordaz, pesimista del atraso de España. Recoge personalizándola, la actitud crítica de los
reformadores dieciochescos y adelanta la inquietud de los escritores del 98 que intentan
descubrir la esencia del problema nacional contrastando la realidad española con una triple
escala de valores: los valores de la cultura moderna; los ideales del pasado español, cuya
degeneración Larra advierte igual que los hombres del 98; y las exigencias de su sensibilidad
personal. Larra es ya por todo esto un verdadero ensayista, un intelectual en la acepción que
esta palabra ha cobrado en nuestro tiempo. Confronta los temas de la cultura y de la realidad
con su yo, siente el contraste entre vida y espíritu que caracteriza el alma moderna.
En toda su crítica va guiado Larra por un ideario preciso que no sistematiza; pero que puede
verse compendiado en el artículo Literatura y en las "Cuatro palabras del traductor", al
frente de
su versión de El dogma de los hombres libres, de Lamennais. Son ambos su
profesión de fe. La literatura debe ser ante todo, según él, por encima de fórmulas y escuelas,
expresión de la sociedad e instrumento del progreso humano. En cuanto a los principios
cardinales de su pensamiento los resume así: "Religión pura", acompañada de tolerancia y de
libertad de conciencia; igualdad ante la ley, justicia y "libertad absoluta de pensamiento
escrito". Era, pues, Larra un progresista que creía en la "perfectibilidad del género humano";
un hombre que tenía fe en la revolución que se hace por medio de la palabra, no del sable, y
un liberal que creía posible hermanar la libertad con la religión.
Estas ideas en sí no tienen nada de particular. Son las ideas comunes de la época. Pero dada
la pobreza ideológica de la España del romanticismo, en la que la retórica, a veces excelente,
enturbia la mente de los poetas y se traduce en una deplorable confusión de ideas como se
ve, por ejemplo, en Zorrilla o en una obra como El diablo mundo, de Espronceda, el
pensamiento firme de Larra era algo tan extraordinario que no hubo quien lo comprendiera.
Por eso busca con ansiedad un público -¿Quién es el público y dónde se encuentra?- y se
lamenta de que "escribir en Madrid es llorar". He aquí la raíz de su humor sangriento. En sus
primeros artículos los de "El duende satírico", el estilo es festivo, cómico. A medida que
avanza en su obra, su pluma se empapa de hiel. Al trazar el cuadro político del comienzo de
las guerras civiles -con el fracaso del liberalismo y la ferocidad de los facciosos carlistas-en
artículos como Fígaro de vuelta, Buenas noches, Nadie pase sin hablar al portero, La planta
nueva o el faccioso o los dos citados al principio, no ve esperanza para España.
El pesimismo se extiende también a la visión del hombre, de la vida, de la sociedad: El
mundo es todo máscara. El costumbrista y el crítico político se convierten en un moralista
escéptico en quien parece reencarnarse el humor sombrío de Quevedo, uno de sus maestros.
Tuvo Larra una cultura extraordinaria para sus pocos años. Su crítica literaria, hecha al día,
aunque sea inferior a la social de sus artículos de costumbres, juzga con inteligencia y
sentido de los valores gran parte de la producción contemporánea. Dejó, además, cuadros
magníficos por la gracia, por el detalle, por la penetración en los motivos humanos de la vida
de su tiempo. Y en su prosa, tras la frialdad del lenguaje sin nervio de los escritores del siglo
XVIII, parece resucitar la riqueza y el vigor estilístico de Cervantes y los grandes clásicos,
Es Larra en conjunto, a pesar de haber cultivado un género menor, el artículo de costumbres,
uno de los valores más altos del romanticismo español. Su obra no tiene el aire anticuado de
época de casi todo el resto de la producción romántica. Se conserva viva.