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LITERATURA ESPAÑOLA - El Romanticismo (1808-1850)
LOS PRIMEROS ROMANTICOS: MARTINEZ DE LA ROSA Y EL DUQUE DE RIVAS
"EL MORO EXPOSITO" Y "DON ALVARO", DEL DUQUE DE RIVAS. -
ANGEL DE
SAAVEDRA (1791-1865), duque de Rivas, pertenece a la misma generación que Martínez de
la Rosa, es andaluz como él y sus vidas se desarrollan sobre el mismo fondo histórico.
Juventud liberal en política y neoclásica en formación literaria. Años de destierro. Contacto
con el romanticismo europeo y adopción subsiguiente de su credo artístico ya en la madurez.
Exito literario, social. Ambos son, después de su vuelta a España, figuras importantes en la
política moderada, en la diplomacia y en la vida académica. Cuando surge el grupo de
escritores nacidos ya en pleno romanticismo se retiran a gozar de su alta posición y escriben
poco.
A diferencia de Martínez de la Rosa, posee el duque de Rivas un genuino temperamento de
artista. No llega nunca a identificarse por entero con la sensibilidad romántica, sino tan sólo
con la técnica romántica. Hay un romanticismo del espíritu como en España el de Larra o el
de Espronceda y un romanticismo oficial de escuela, como el del duque de Rivas. No es el
suyo genio de gran vuelo, pero pocos le igualan en su tiempo como poeta descriptivo y
dramático.
En la juventud, siguiendo las tendencias neoclásicas, escribe cinco tragedias y varios poemas
narrativos. En algunos poemas del destierro -El sueño de un proscrito, El faro de Malta-
asoman ya los sentimientos románticos. Su conversión definitiva a la nueva estética se opera
bajo el influjo del inglés Mr. Hookham Frere, que le induce a leer a los poetas españoles
antiguos. De esta lectura resulta El moro expósito, poema narrativo en doce cantos, que
renueva, con muchos episodios inventados, la gesta primitiva de los infantes de Lara. La
obra, larga y desigual, tiene todas las limitaciones de la poesía de su momento. Abunda en
escenas dramáticas de estudiado efectismo. El protagonista Mudarra, su amada Kerima y en
general todos los personajes deben más al convencionalismo sentimental o a' la fantasía
novelesca que a la verdad histórica. En cuanto a valores positivos, ofrece animadas pinturas
de la vida medieval y bellas descripciones evocadoras de Córdoba, la corte árabe; Burgos,
centro de la Castilla cristiana, y Salas, el solar de los infantes. A pesar de sus defectos, El
moro expósito trajo un soplo renovador a la árida poesía del neoclasicismo moribundo, e
indicó el camino de retorno hacia la tradición, siempre vivificante, del Romancero.
Un año después -marzo de 1835- subía a la escena Don Alvaro o la fuerza del sino, el primer
drama español íntegramente romántico y uno de los más típicos. Veamos en un rápido
resumen su tono y estilo.
La acción ocurre en el siglo XVIII. Don Alvaro, el personaje central, es un héroe de estirpe
byroniana: gallardo, valiente, noble, de origen desconocido. En su torno se cierne una
leyenda misteriosa. En la primera escena, las habladurías de un grupo de personajes
populares en los alrededores del puente de Triana, en Sevilla, nos informan de que "es el
mejor torero de España", de que hay quien dice que es pirata y de que está enamorado de
Leonor, hija del marqués de Calatrava, el cual se opone a los amores. También nos informa
Preciosilla, la gitana, de que a los amantes les espera muy "negra suerte". En efecto, va don
Alvaro a raptar a Leonor -dulce, pasiva, el "ángel consolador" que es siempre la mujer del
romanticismo-. Son sorprendidos por el padre. La pistola de don Alvaro se dispara
casualmente y "el marqués cae en los brazos de su hija y de los criados, dando un alarido".
Así termina la primera jornada. La fatalidad inexorable persigue a don Alvaro, que,
creyendo también muerta a Leonor, huye. Entre tanto Leonor se retira a una ermita, junto a
un monasterio de monjes. En la jornada tercera, aparece don Alvaro de soldado en Italia,
buscando en la guerra el olvido y la muerte. Allí le descubre don Carlos, hermano de Leonor.
Son inútiles los esfuerzos de don Alvaro para acallar la sed de venganza del nuevo marqués
de Calatrava. Se desafían y muere don Carlos. Jornada quinta: don Alvaro es ahora el
hermano Rafael, en el monasterio cercano a la ermita donde está retirada Leonor, ignorando
este hecho, por supuesto. Hasta allí llega también el furor vengativo de los Calatravas. Se
presenta don Alfonso, segundo hijo del marqués. Esfuerzos de don Alvaro por aplacar la ira
de don Alfonso. Este, al fin, le echa en cara su condición de mestizo. (Resulta que don Alvaro
era descendiente de los incas.) Ante esa injuria, don Alvaro se enfurece y mata a su
infamador. Suena la campana del monasterio. Sale Leonor de su retiro. El hermano, antes de
agonizar, la apuñala. Se desata una tempestad tremenda. Don Alvaro invoca al infierno y se
arroja a un precipicio mientras la comunidad implora misericordia.
Una sátira de la época resumía:
Hubo decoraciones muy exóticas,
Noche de tempestad, truenos, relámpagos, 
Convento, panteón, ruinas y cárceles, 
Guerreros, brujas, capuchinos.
La obra, no hay duda, peca de un melodramatismo exorbitante. El conflicto básico, el del
destino trágico, no responde a ninguna motivación fundada, ni filosófica ni psicológica. Se
traduce en una serie de casualidades, agravadas por la exageración anacrónica con que se
explota el sentimiento del honor. Y sin embargo, Don
Alvaro no deja de impresionarnos
como si realmente tuviera cierta grandeza dramática además de fantasía, colorido,
dinamismo, bellos versos y algunas escenas bien conseguidas. Si pensamos en un arte para el
que la sensación, el ímpetu emocional y la ilusión de lo extraordinario eran esenciales, teatro
espectacular y operativo, Don Alvaro conserva un valor indiscutible de época y aún puede
verse representado con gusto.
En su estructura tiene el gran interés de mostrar en toda su violenta variedad el intento de la
estética romántica por acumular efectos. Combina la prosa y el verso, lo trágico y lo cómico;
mezcla los más diversos ambientes -lo popular, lo caballeresco, lo religioso, lo militar- y
acumula las pasiones más ardientes -amor, honor, venganza, guerra, religión,
arrepentimiento-. En cuanto a lo específico del romanticismo español, Rivas crea la fórmula
exacta de sus varios componentes: temas y emocionalismo de la literatura romántica europea,
Byron, Víctor Hugo, Dumas, Merimée; reminiscencias del teatro del Siglo de Oro,
especialmente calderonianas, y comienzo de un realismo, costumbrista, de buena cepa
clásica, también, qué se traduce en otra categoría distinta del arte romántico, la de lo
pintoresco y el color local. Precisamente es este último aspecto, visible en Don Alvaro, en las
escenas de ambiente popular en el primer acto y en la venta de Hornachuelos, clara
resonancia de la prosa cervantina, el preferido por el gusto actual.