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LITERATURA ESPAÑOLA - El Romanticismo (1808-1850)
LOS PRIMEROS ROMANTICOS: MARTINEZ DE LA ROSA Y EL DUQUE DE RIVAS
"ABEN HUMEYA" Y "LA CONJURACION
DE VENECIA". - La gloria en cierto modo
circunstancial de haber lanzado la
nueva escuela en España corresponde a
FRANCISCO
MARTINEZ DE LA ROSA (1787-1862), escritor de perfil borroso, de escasa fantasía y
emoción artística, las dos cualidades distintivas de todo romántico auténtico: "Nunca le
arrastra -dice su biógrafo Sarrailh- la inspiración fogosa, nunca le arrebata una gran pasión".
Había nacido Martínez de la Rosa en 1787. Era, por tanto, escritor y ya formado en otra
escuela cuando empieza a soplar fuerte el nuevo viento. Toda su labor literaria hasta que,
como liberal, huye de España en 1823 era un producto típico del neoclasicismo: algunas
comedias moratinianas, poesías de escaso vuelo, la tragedia alfiriana La vida de Padilla, que
es una declamación política sobre el espíritu de libertad de los antiguos comuneros
castellanos de la época de Carlos V. En Francia publica una Poética neoclásica, traduce la de
Horacio y compone la tragedia Edipo, quizá lo mejor de toda su obra. Poeta sin originalidad
ni brío, de los que se dejan influir fácilmente por las modas, se contagia en París del
entusiasmo desatado por la joven generación romántica y compone allí dos dramas
históricos: Aben Humeya, sobre la rebelión de los moriscos en las Alpujarras en tiempos de
Felipe II, y La conjuración de Venecia,
inspirada en un episodio de la revuelta historia
veneciana en el siglo XIV.
Se caracterizan estos dos dramas por tener en una medida extraordinaria todos los
componentes románticos y carecer, sin embargo, totalmente de espíritu romántico y poético.
Su romanticismo es, sobre todo en Aben Humeya, postizo, teatral, escenográfico. Conjurados
árabes reunidos en una cueva, oyendo la invocación del alfaquí, cantos de Nochebuena, en
una iglesia cristiana, incendio de la iglesia por los rebeldes mientras suena el órgano y cae la
nieve. Crímenes, traiciones y sensiblería. Todo ello dialogado en una prosa correcta pero
incolora.
Un poco más poética es La conjuración de Venecia, aunque predomina lo teatral y
melodramático. Revuelta popular en Venecia, una noche de carnaval: cita de los amantes
Rugiero y Laura en un panteón. Un padre que condena a muerte a su hijo en el momento de
reconocerle después de haberle perdido desde niño. Si a esto acompaña un verso musical y
brillante y se logra dar dinamismo dramático, puede llegar a producir un efecto artístico. En
la prosa empedrada de clichés sentimentales de Martínez de la Rosa, no tiene otro atractivo
que la novedad para su tiempo y el haber sabido captar en la figura de Rugiero los perfiles
del héroe romántico, misterioso, valiente, pesimista, huérfano, enamorado y triste, víctima
inocente de su destino trágico.
Cuando se estrenó la obra en Madrid el año 1834, tuvo éxito. A ello debió de contribuir no
poco que el autor fuese el presidente del nuevo gobierno liberal. La revolución romántica
entraba, pues, en España, dándose la mano con la revolución política. Ambas un poco
indefinidas.
Martínez de la Rosa siguió cultivando la literatura, pero no supera en nada estos primeros
esbozos de romanticismo, a los que hay que añadir su novela histórica Doña Isabel de Solís.
Su papel en la historia fue facilitar con su prestigio personal y político la aceptación de un
estilo literario en el que pronto iban a brillar varios poetas de mayor inspiración.