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LITERATURA ESPAÑOLA - El Romanticismo (1808-1850)
JOSE ZORRILLA: POETA Y DRAMATURGO DE LA TRADICION NACIONAL
Dos fechas resaltan en la historia anecdótica del romanticismo español: la noche del estreno
de Don Alvaro, primera manifestación pública de la nueva escuela, y una tarde triste de
febrero, dos años después, 1837, cuando "en silenciosa procesión centenares de jóvenes, con
semblante melancólico, con ojos aterrados" seguían por las calles de Madrid el coche fúnebre
que conducía el ataúd de Larra. La escena, descrita por Nicomedes Pastor Díaz en el prólogo
a las obras de Zorrilla, tiene enorme sabor. Es por sí una estampa perfecta de la sociedad
romántica.
Ya ha llegado la procesión al cementerio. Roca de Togores acaba de hacer
el elogio del
escritor muerto, de referir su borrascosa historia. Es la primera vez que se pronuncian
discursos en un entierro. La emoción embarga a sus compañeros. Entonces, como si saliese
del sepulcro, aparece un joven, casi un niño, para todos desconocido. Alza su pálido
semblante, clava en la tumba y en el cielo una mirada sublime y empieza a leer con cortados
y trémulos acentos:
Ese vago clamor que rasga el viento
Es la voz funeral de una campana 
Vano remedo de postrer lamento
De un cadáver sombrío y macilento 
Que en sucio polvo dormirá mañana.
Siguió leyendo y Roca tuvo que arrancar los versos de su mano porque, desfallecido a fuerza
de emoción, el mismo autor no pudo concluirlos. Asombro. Nadie sabe quién es el dichoso
mortal "que tan nuevas y celestiales armonías nos había hecho escuchar". Un genio aparecía -
así dice Pastor Díaz- sobre la tumba de otro. Y concluye: "los mismos que en fúnebre pompa
habíamos conducido al ilustre Larra a la mansión de los muertos, salimos de aquel recinto
llevando en triunfo a otro poeta al mundo de los vivos y proclamando con entusiasmo el
nombre de Zorrilla".
Así hizo su aparición en el mundo literario el poeta que iba a representar, con todas sus
cualidades y defectos, lo más específico del movimiento romántico español. Era de
Valladolid, había nacido en 1817 y alimentado su imaginación leyendo a Walter Scott, a
Chateaubriand, a Hugo, a algunos poetas medievales españoles, el Romancero y las poesías
de Rivas, Espronceda, y otros románticos. En su juventud había vivido en Valladolid, Toledo
y Burgos, absorbiendo en estas viejas ciudades castellanas el ambiente del pasado y el
espíritu de la tradición que serán los componentes mayores de sus leyendas y dramas.
Rivas y Espronceda se forman por una parte en el neoclasicismo; por otra en el extranjero.
Sufren el influjo de la revolución ideológica europea y de la sensibilidad que ella lleva aneja.
La formación de Zorrilla es íntegramente romántica y española. De los extranjeros, Hugo y
Dumas, toma sólo la técnica, el carácter caballeresco y dramático de sus obras. Todo el arte
de Zorrilla se resentirá de pobreza de sentimiento y de ideas. Ni la libertad ni el mundo
interior ni los problemas espirituales tienen cabida en su alma. La religión, uno de sus temas
predilectos, es la religión tradicional de la fe popular sin dudas ni inquietudes, religión del
milagro y de lo maravilloso. Zorrilla se identifica con el genio nacional y sabe recrear el
mundo caballeresco del pasado con extraordinaria fantasía. Posee además el secreto de la
lengua, que maneja con facilidad asombrosa. Escribe probablemente algunos de los peores
versos castellanos, pero al lado de ellos, miles de versos excelentes por el colorido, la
vitalidad, la música.
Es un enamorado de la España heroica, legendaria, medieval, cristiana y árabe, y logra crear
con plasticidad y dramatismo el retrato poético de esa España: galanes donjuanescos,
aventureros; figuras históricas como el rey don Pedro, el Cid; jueces severos, capitanes que
parten hacia Flandes o hacia Italia en busca del amor y la guerra, imágenes milagrosas sobre
un fondo escenográfico de callejas vetustas, palacios señoriales, encrucijadas, alcázares y
claustros góticos.
El Romancero, las leyendas recogidas en algunos libros de historia como el de Mariana y el
teatro del Siglo de Oro fueron las fuentes principales de su inspiración. Rivas le indicó el
camino hacia el romanticismo de tipo histórico y de Espronceda tomó el estilo sonoro.
Hizo vida de poeta profesional, pobre y bohemio, dedicado por entero a su obra. Viajó por
toda España y luego por Francia, Italia y México como un moderno juglar. El mismo se
consideraba un trovador errante, llamado a cantar las glorias españolas.
Mi voz, mi corazón, mi fantasía
La gloria cantan de la patria mía.
En su vejez -murió en 1893-, cuando ya el fervor romántico había pasado, leía en público sus
versos. Era en la España burguesa de la Restauración un superviviente de otra edad, cuyo
ambiente reconstruye en su pintoresca autobiografía: Recuerdos del tiempo viejo (188083).
Zorrilla fue poeta fecundísimo. No tiene el refinado sentido artístico de Lope, con quien a
veces se le compara, pero sí su don natural de versificador. Su obra es difícil de estudiar por
la abundancia, la irregularidad y porque, siempre uniforme, de inspiración y técnica
análogas, no hay en ella nada que realmente sobresalga. En casi toda su obra encontramos
prodigados defectos y aciertos. Lo más flojo es la parte lírica, constituida por centenares de
poesías cortas, en las que encontramos con mayor variedad que en ninguno de sus
contemporáneos todos los temas, sentimientos y formas del romanticismo: bellas
descripciones de la naturaleza: Al margen de un arroyo, Crepúsculo de la tarde; emoción
religiosa: La virgen al pie de la cruz; poesía filosófica: Gloria y orgullo; cuadros de evocación
histórica: A Toledo, Un recuerdo del Arlanza; poesías de misterio y muerte: A una calavera,
Al reloj; y algunas de tono íntimo: Un recuerdo y un suspiro, A Blanca, Las hojas secas.
Habla demasiado de sí mismo, pero el lirismo es casi siempre más retórico que sentido. Lo
bueno aquí como en el resto de su obra son las descripciones y los efectos a veces
sorprendentes del verso, dinámico, musical, lleno de color.
Un aspecto especial del lirismo de Zorrilla es el de las Orientales. Aunque parte de la
imitación de Víctor Hugo, consigue un sello propio en la recreación de los temas moriscos.
Este orientalismo lo desarrolló después ampliamente en una de sus obras de mayor aliento,
el poema Granada (1852), sobre la conquista de la ciudad por los Reyes Católicos y las luchas
civiles que la precedieron. Es la obra mejor del orientalismo romántico en España. Desigual y
excesiva, como casi todo lo de Zorrilla, tiene pasajes de extraordinaria poesía narrativa; otros
de un lujo imaginativo deslumbrador por el detalle, a cuya percepción contribuyen todos los
sentidos, y en el conjunto deja una visión brillante e idealizada del refinado mundo árabe en
vísperas de su desaparición.
En lo que Zorrilla no tiene rival en su tiempo es en la poesía legendaria, ya en forma
narrativa, ya dramática. En rigor, leyenda y drama tienen asuntos semejantes, el mismo
espíritu y hasta una técnica parecida sin más diferencia que las' impuestas por el medio que
usa. Leyendas como El capitán Montoya, A buen juez mejor testigo, Para verdades el tiempo
y para justicia Dios, son pequeños dramas escritos en forma narrativa. Obras teatrales como
Don Juan Tenorio, Traidor, inconfeso y mártir, El puñal del godo o El zapatero y el rey son
como leyendas escenificadas. Pero en unos y otros se da vida al mismo mundo histórico-
poético del pasado; se advierte el mismo tino para recrear los ambientes,
la misma
penetración en el carácter nacional y el mismo dinamismo teatral.
No es posible detenerse a analizar ninguna de las innumerables leyendas que recogió en
varios libros -Recuerdos y fantasías, Cantos del trovador, Vigilias del estío- o publicó sueltas,
o incluyó en las colecciones de poesía lírica. Entre las leyendas más populares, además de las
mencionadas, deben citarse Margarita la tornera, El escultor y el duque, Un testigo de bronce,
Justicias del rey don Pedro o alguna de carácter más lírico y fantástico, como La pasionaria.
Mayor variedad si cabe e igual abundancia presenta el teatro. Hay aquí tragedias fantásticas:
Sofronia, La copa de marfil; dramas de espectáculo como El diluvio universal; comedias de
capa y espada: Vivir loco y morir más, La mejor razón la espada; dramas histórico-
legendarios: Sancho García, El rey loco, El puñal del godo, Traidor, inconfeso y mártir, y las
dos comedias de El zapatero y el rey. En estas últimas, consideradas como las obras maestras
en su género, al recrear dos temas de las leyendas de Pedro el Cruel, prueba Zorrilla hasta
qué punto estaba penetrado del verdadero sentimiento tradicional que inspiró el teatro del
Siglo de Oro. Todas sus ideas sobre la justicia, el honor, la lealtad; personajes como el villano,
representado en el drama de Zorrilla por Blas Pérez, renacen con toda su fuerza mezclados
ahora con ciertos convencionalismos románticos, pero fieles en lo esencial al espíritu de la
tradición. Estos dramas, igual que sus leyendas, representan la nacionalización definitiva del
romanticismo español, que no sigue el camino de exageración sentimental y glorificación del
individuo, sino que retorna el espíritu épico-heroico de la antigua comedia.
Una obra de Zorrilla sobrevive a todas las demás: el drama Don Juan Tenorio, estrenado en
1844, que ha llegado a ser sin disputa la creación de la literatura castellana más conocida en
el mundo de habla española. Todos los años, el día 19 de noviembre, como si se tratase de un
rito, vuelve a ser llevada a la escena en casi todas las ciudades de España.
Zorrilla vuelve a dar vida -con la técnica y la sensibilidad románticas- a la figura del
Burlador creada por Tirso. La obra es de un teatralismo sin freno, desde la escena primera en
la hostería con su fondo misterioso de enmascarados y las jactancias de don Luis y don Juan
en la famosa apuesta, hasta que cae el telón mientras el alma de don Juan, salvado por el
amor de doña Inés, asciende al cielo en una apoteosis de estatuas sepulcrales, flores, cantos y
luz de aurora. Los efectos se suceden sin que el espectador tenga tiempo de reponerse. Los
versos sonoros, redondos, cargados de vitalidad, que todos los españoles saben de memoria,
encuentran siempre eco en el ánimo del oyente. Los desplantes donjuanescos, el chocar de
espadas, la violencia en todas sus formas, alternan con intermedios de apasionado lirismo
sentimental cuando don Juan encuentra en el amor candoroso de doña Inés el camino de su
purificación a través del arrepentimiento. Aquí es cuando Zorrilla descubre con infalible
intuición artística el secreto de la substancia romántica y popular de su drama, dando
sentido nuevo a un tema viejo. El salvar a don Juan es su gran acierto porque combina -sin
falsear las implicaciones religiosas del tema (don Juan se arrepiente y, por tanto, puede
salvarse aun dentro de la ortodoxia) - la justificación por amor, que es uno de los conceptos
básicos del espíritu romántico, con la misteriosa simpatía que el valor arrogante del seductor
inspira en el pueblo español.
Al mediar el siglo, hacia 1850, la estrella de Zorrilla e incluso su capacidad creativa,
empiezan a declinar. Se termina el movimiento romántico que como tal dura en España poco
más de diez años y que culmina precisamente en Zorrilla.
La crítica posterior fue bastante dura para él. Valera y Revilla, por ejemplo, sólo vieron sus
defectos. Al aproximarse una nueva generación, la contemporánea, le juzga con más
simpatía. "Clarín" lo admira y Navarro Ledesma hace un juicio entusiasta que acaso esté más
cerca de lo que hoy se piensa que las negaciones de sus detractores. Dice: "Zorrilla, sin la
pasión y el arrebato lírico de Espronceda, sin la severa majestad del duque de Rivas, sin el
aparato de grandeza conseguido por Quintana, sin la enfermiza ternura de Bécquer, sin el
inmenso caudal de ideas poéticas de Campoamor, vale por todos, y en algún respecto, a
todos los sobrepuja, lo mismo que Lope excede y aventaja a los demás grandes dramaturgos
del Siglo de Oro".