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LITERATURA ESPAÑOLA - El Romanticismo (1808-1850)
ESPRONCEDA Y ZORRILLA: LOS POETAS MAYORES DEL ROMANTICISMO
LA PERSONALIDAD DE ESPRONCEDA. – El cantor de Teresa y el creador de don Félix de
Montemar pertenece a la misma generación de Larra -nació unos meses antes- y forma con él
la pareja humana que elegiríamos como imagen fiel de la turbulencia pasional que la
sensibilidad de 1830 exigía en el artista. Pasión mucho más real en el crítico Larra que en el
poeta Espronceda, si bien éste, magnífico de gesto, declamatorio, imitador del revolucionario
dandismo byroniano, destaca su perfil arrogante
sobre el fondo de la época como la
quintaesencia del mas ardoroso y espectacular romanticismo.
Hay bastante de falso, de pura sugestión en la leyenda esproncediana. Desde niño sus
compañeros y maestros se dejan seducir por el natural gracejo y las calaveradas del
"buscarruidos de Espronceda" como le llamaban. Preside a los quince años una sociedad
patriótica y propone una conspiración con objeto de dar muerte al tirano Fernando VII. Un
encierro, en castigo de ese audaz propósito, realza su prestigio de "enfant terrible". Vuelve al
colegio de San Mateo en Madrid y allí el sabio don Alberto Lista, que siente debilidad por
estos jóvenes bulliciosos aporta una frase a la leyenda: "El talento de Espronceda es como
una plaza de toros, inmenso, pero con mucha canalla dentro". A los dieciocho años con el
propósito de ver el mundo y huir de persecuciones políticas, embarca para Lisboa y al entrar
en la capital portuguesa arroja al río Tajo las dos pesetas que constituían todo su peculio,
"por no entrar en tan gran ciudad con tan poco dinero". En Lisboa conoce a Teresa Mancha.
Comienza la gran aventura amorosa de Espronceda, la única que justifica su leyenda de
amante apasionado, romántico. Se re- cuerda porque le inspiró al amante su poema más
hermoso. Va luego a Londres, a Holanda y a París. Lucha en la revolución del 30. Toma
después parte en una de las expediciones de los revolucionarios españoles, la dirigida por
don Joaquín de Pablo (Chapalangarra), cuya muerte cantó en una inspirada poesía. Rapta a
Teresa. Vive, pues, la doble embriaguez romántica del amor y la libertad. Mas el fuego
pasional se empieza a apagar con la vuelta a España en 1833. Sigue tomando parte en
algunos pronunciamientos, mientras entra en una brillante carrera literaria, diplomática,
política. Es hombre de éxito. Piensa en casarse y apunta ya ese destino de convertirse en
figura académica en el que naufragó la inquietud de casi todos los románticos españoles.
Muere, conservando aún la aureola de su juventud apasionada, a los treinta y cuatro años.