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LITERATURA ESPAÑOLA - El Renacimiento: época de los Reyes Católicos
LA POESIA POPULAR Y EL ROMANCERO
LA TRANSMISION DEL ROMANCERO Y EL ROMANCE ARTISTICO. - Toda esta
poderosa corriente de poesía, desdeñada hasta el Renacimiento, igual que las otras formas
populares, por los escritores cultos -recuérdense las citas de Santillana y Mena- empiezan a
recogerse y publicarse paralelamente a las otras formas de la anónima musa popular. Se
imprimen primero, a comienzos del siglo XVI, en pliegos sueltos. Aparecen luego en los
Cancioneros antes citados. Hacia 1545 se publica en Amberes el primer Cancionero de
romances, al que siguen otros varios hasta que en 1600 empieza a imprimirse el Romancero
general. Las recopilaciones continúan con ritmo más lento en los siglos XVII y XVIII. En el
XIX, avivado por Herder y los románticos el interés por la poesía primitiva y por el espíritu
popular, aparecen las grandes colecciones modernas, reimpresión de las antiguas -Grimm,
Durán, Wolf, Menéndez Pelayo, etc.)-, a las que se añadirán después nuevas versiones orales,
descubiertas por la investigación folklórica. El redescubrimiento del Romancero si así puede
llamarse al movimiento iniciado por los románticos ha ido creciendo con las aportaciones de
muchos investigadores españoles y extranjeros, hasta Menéndez Pidal, su más sabio
comentador en el siglo presente, de quien se espera una edición definitiva.
Aparte de las recopilaciones de romances, el gusto del Renacimiento abre un nuevo camino a
esta modalidad poética, el del romance llamado "artístico" de autor conocido e inspiración
personal. Ya en el Cancionero de Stúñiga figuran los del poeta Carvajal o Carvajales, el
primero que firma romances hacia 1442. En la época siguiente, la que estudiamos ahora, fray
Migo de Mendoza hace romances de tema religioso y Juan de la Encina y otros poetas crean
el romance llamado "trovadoresco". Años más tarde Gil Vicente abre la espléndida floración
del romance lírico que enriquecerán ya casi sin interrupción hasta hoy los más grandes
poetas de la lengua. Cuantos temas entran en la poesía, pastorales, religiosos, de la épica
moderna, satíricos, rústicos, históricos, etc. vienen a ahondar este inmenso cauce por el que
más que por ningún otro transcurre el genio de la lengua castellana y que fecundará además
a casi todos los otros géneros literarios, especialmente el teatro y la novela.
El espíritu íntegro de un pueblo palpita en la gloriosa tradición del romance. El alma
española adquiere en ella expresión acendrada, con una espontaneidad y sencillez sólo
posible en una poesía destilada en el transcurso de los siglos. En este sentido, como reflejo de
un espíritu nacional y popular; como depósito a un tiempo de los mitos heroicos y de los
íntimos anhelos de una colectividad humana a través de toda su historia, el Romancero no
tiene igual en las literaturas modernas. A su existencia, puramente literaria, se une el hecho
de su transmisión oral, en todos los ámbitos del mundo hispánico. De Castilla pasó a
Cataluña y Portugal. Los judíos expulsados lo llevaron al oriente mediterráneo donde se
refugiaron. Los conquistadores lo esparcieron por toda América y todavía el indio del Perú,
del Ecuador o de México, igual que el campesino de Castilla o el judío sefardita de
Constantinopla, canta con música y letras que han sufrido ciertamente algunas variaciones,
pero que conservan, sin marchitarse, su espíritu, estas viejas historias que vienen del fondo,
hoy fabuloso, de la Edad Media castellana. No para ahí la vitalidad del Romancero. Su
carácter popular y juglaresco sobrevive en la inspiración de cantores rústicos que, como el
ciego de feria en España, el payador argentino o el autor de corridos en México, componen
en metro de romance relaciones de sucesos triviales o heroicos, sangrientos o regocijados,
que mantienen entre el pueblo el sentimiento vivo de la poesía.