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LITERATURA ESPAÑOLA - Posromanticismo y realismo (1850 - 1898)
GALDOS Y LOS NOVELISTAS DE LA SEGUNDA GENERACION
VALOR Y SIGNIFICACION DE GALDOS. - La amplitud y la variedad de la obra de Galdós
se manifiesta en muchos aspectos, además de los apuntados: la masa caudalosa de vida que
sus novelas encierran; la riqueza de formas de novelar, desde la histórica hasta la psicológica
o desde la puramente narrativa hasta la simbólica y abstracta; el modo cómo absorbe las
diferentes tendencias literarias de su tiempo, desde el realismo y el naturalismo hasta la pura
fantasía en algunos de sus dramas o en su última novela El caballero encantado, y las
tendencias ideológicas desde el positivismo hasta el neoespiritualismo religioso; la verdad y
gracia de sus personajes; la exactitud del pormenor en la pintura del medio físico o social
donde sus novelas están situadas; la facilidad y abundancia del lenguaje, en la que no le
iguala ningún otro autor de su tiempo; su protesta contra todo abuso político, social o
religioso; su capacidad tan característicamente española para elevarse de la realidad, sin
falsearla, al más alto idealismo y más que nada su profundo humor, su capacidad de
transformar el dolor en risa y las debilidades humanas, lo vulgar o la locura, en afirmación
irónica del carácter superior o inmortal del hombre, facultad ésta del humor la que más le
asemeja a Cervantes, su maestro.
Pero entre todas las notas sobresalientes de su obra, conviene destacar una, no tanto porque
sea la de mayor valor artístico como por la significación que tiene en la hasta ahora ineficaz
busca de los españoles por encontrar la unidad de conciencia que resuelva el drama histórico
en el que España se debate desde hace dos siglos en forma cada día más grave.
Galdós, a diferencia del resto de los novelistas de su tiempo, abanderados de la tradición o
del liberalismo, es el único que intenta en su novela la conciliación entre lo nuevo y lo viejo y
logra comprender la identidad y la igualdad de carácter de todos los españoles, apasionados
y feroces en su intransigencia, sea tradicionalista o liberal; con todas sus cualidades nobles y
heroicas -espíritu abnegado, heroísmo, dignidad individual, idealismo y a la vez sentido de
la realidad- y su incapacidad para poner estas cualidades positivas al servicio de unos
ideales comunes.
Vio Galdós -y ningún escritor lo vio como él en su tiempo- la gravitación del pasado sobre el
presente de España como nudo del insoluble conflicto: porque un pueblo ni puede
prescindir de su pasado, base de su propio carácter, ni puede vivir al margen de las
corrientes históricas, para adaptarse a las cuales es necesaria la renovación constante. El
presente, que es la vida, está hecho de pasado y de futuro. Por eso el pueblo que se para,
como querían los tradicionalistas que España se parase, está llamado al fracaso o a la muerte.
Pero ningún país de tradición puede tirar ésta por la borda para empezar de nuevo, porque
eso significa dejar de ser. Esta es la idea viva en cada una de las páginas de Galdós y en cada
uno de los miles de seres ficticios que su imaginación sacó de la realidad.
Idea que en la obra de Galdós, aunque vista en una realidad concreta, histórica, que era la de
la España de su tiempo y pensando en sus compatriotas, adquiere una significación
universal, porque en el fondo se trata de un problema humano agudizado en todas las
sociedades modernas: cómo integrar la concepción actualista y utilitaria que se desprende de
toda la filosofía moderna, materialista y científica, con el ansia de justicia social, que
heredamos de la tradición cristiana, y con las necesidades espirituales y religiosas del
hombre como ser individual.
Galdós, entre todos los escritores españoles de su tiempo, carece de biografía porque dedicó
su vida íntegra, día tras día, sin interrupción durante cincuenta años a observar la realidad
española, a transportarla recreándola a su obra esperando en su intimidad de artista que los
españoles y quizá los hombres todos aprenderían algún día ese sencillo credo que inspira
todas sus novelas y que formula ya en 1871 en su segunda novela, El audaz: "Los hombres
no han de ser iguales destruyéndose, no; no ha de haber igualdad en el mundo sino por el
amor".