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LITERATURA ESPAÑOLA - Posromanticismo y realismo (1850 - 1898)
BECQUER: EL LIRICO Y SU MUNDO POETICO 
GUSTAVO ADOLFO BECQUER (1836-1870).
Poeta delicado, íntimo, real y hondamente
lírico, es una figura solitaria en la literatura del siglo XIX.
La aparición de un lírico puro como Bécquer en las letras castellanas de su momento
significa una doble paradoja. Por un lado la de que en su poesía se manifiesta por primera
vez en España, cuando ya el movimiento romántico ha pasado, el espíritu del romanticismo
en lo que tenía realmente de nuevo, auténtico y creador: su honda vena subjetiva, el
deslumbramiento intuitivo ante lo irreal y mágico del mundo y el sentimiento íntimo de la
soledad del artista para quien las únicas realidades son la belleza, el amor, la muerte y la
identificación de su alma con el vago encanto de la naturaleza. Por otro, la de que surja la
voz tenue, simple, clara, recatada en su mundo interior, de Bécquer, cuando los dos poetas
representativos de la época, Campoamor y Núñez de Arce, dan un tono esencialmente
externo, realista y prosaico al verso español.
Nada más significativo de este contraste radical entre Bécquer y los poetas de su siglo que la
comparación de sus vidas y del puesto que cada uno ocupó en la sociedad. Campoamor,
Núñez de Arce o Rivas y Espronceda en la generación anterior, son escritores de éxito,
populares, influyentes. Ocupan altas posiciones en las academias, en la política. Son
"grandes hombres". Hasta Zorrilla en su pintoresca bohemia de juglar anacrónico goza de la
popularidad y de la gloria. El pobre Bécquer no conoce más gloria que la admiración de un
grupo de amigos devotos. Y la dudosa aureola de ser el poeta preferido por el
sentimentalismo burgués de algunas jóvenes. Huérfano, triste, soñador y débil y enfermizo,
vivió al margen de la sociedad, minado por el fracaso económico y por la salud quebrantada,
refugiándose en el mundo de su fantasía o buscando la soledad en el silencio de viejas
ciudades -Sevilla, donde había nacido, Tole do, Soria- o en el recogimiento del Monasterio de
Veruela. Su único compañero fue su hermano Valeriano, pintor y alma realmente fraterna,
cuya muerte el 23 de septiembre de 1870, precedió en tres meses justos a la del poeta. Dejaba
de existir éste a los treinta y cuatro años. Murió en la pobreza como había vivido. La mayoría
de los críticos de su época, que creían superiores las perogrulladas en verso de Campoamor
o las disertaciones retóricas de Núñez de Arce, sin negar a Bécquer su valor, hablaron en
tono un poco condescendiente de sus "suspirillos germánicos".
Con el modernismo se empieza a reconocer el mérito de Bécquer y a medida que se acentúa -
en poetas como Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado-el carácter lírico de la nueva
poesía, sube la estimación por él y se advierte su importancia de precursor. La generación de
poetas que se da a conocer poco después de 1920 -Guillén, Salinas, Lorca, Alberti- siente por
el cantor sevillano de las Rimas una admiración creciente. Dámaso Alonso, poeta él mismo y
el crítico de mayor autoridad en esta generación de críticos y poetas, dice que Bécquer es el
"creador de uno de los mundos poéticos más simples, más hondos, más etéreos, más irreales
y extraordinarios de los que la humanidad ha producido".
Ese mundo que con tanto entusiasmo ensalza Dámaso Alonso es el mundo de las Rimas, en
verso y el de las Leyendas en prosa.
Las Rimas son una colección de setenta y seis poesías recogidas y publicadas, por los amigos
de Bécquer en 1871, un año después de su muerte. La primera impresión que su lectura
produce es la de tratarse de una poesía de suma sencillez, sobre todo si recordamos la
sonoridad un poco hueca en el estilo de sus predecesores. En la forma son poemas breves en
versos asonantes generalmente de seis, siete, ocho y once sílabas. El lenguaje es natural,
simple, fluido. No se advierte esfuerzo alguno por rebuscar la palabra y, sin embargo, con
rarísimas excepciones, las Rimas poseen una calidad esencialmente musical. Bécquer, sin
proponérselo, por don innato, descubre, casi por el mismo tiempo que Poe y los primeros
simbolistas, la misteriosa relación entre poesía y música. En el prólogo al libro La soledad, de
Augusto Ferrán, define de manera específica esa relación, identificando a la poesía ya con
una "melodía que nace, se desarrolla, acaba y se desvanece", ya "con un acorde que se
arranca de un arpa y se quedan las cuerdas vibrando con un zumbido armonioso". La
identificación se repite con insistencia en las Rimas. La poesía es "himno gigante y extraño",
"indefinible esencia", "armonioso ritmo" y notas dormidas en las cuerdas del laúd o del arpa.
Otro lamento fundamental en la poesía de Bécquer es lo que podemos llamar el tiempo
psíquico: el recuerdo. "Todo el mundo siente -dice en las Cartas literarias a una mujer-, sólo a
algunos seres les es dado el guardar como un tesoro la memoria viva de lo que han sentido.
Yo creo que éstos son los poetas. Es más, creo que únicamente por esto lo son". Es decir, el
poeta es el ser capaz de recrear con palabras que se cargan misteriosamente de significación,
como el sonido físico en los acordes musicales, la experiencia vital hecha ya sentimiento
puro en el recuerdo.
Esta concepción de la poesía que hemos resumido es el tema de las primeras rimas: I, Yo sé
un himno gigante y extraño; II, Saeta que voladora; III, Sacudimiento extraño; IV, No digáis
que agotado su tesoro; V, Espíritu sin nombre. Aparece así como punto de arranque de la
inspiración del poeta la conciencia de ser instrumento de una forma especial de creación.
Después, las Rimas, que a pesar de haber sido escritas por separado y posiblemente sin plan,
constituyen un solo poema, recorren una amplia gama sentimental: anhelo, esperanza,
alegría, dolor, melancolía, hastío, des_ pecho, deseo de evasión y muerte. Emociones varias
atadas por un sentimiento dominante: el amor, que se define como motivo básico de la
inspiración becqueriana en la rima X, Los invisibles átomos del aire, y que encontramos ya
en todas las demás. Señalemos algunos hitos significativos: ilusión ascendente hasta que el
amor parece lograrse (rimas XVII, Hoy creo en Dios, y XXI, Poesía eres tú); y la descendente:
anhelo de evasión (LII, Llevadme con vosotras... Tengo miedo de quedarme con mi dolor a
solas); desesperanza (LIII, Volverán las oscuras golondrinas); hastío (LVI, Hoy como ayer,
mañana como hoy); y últimas rimas, las de la muerte hasta los dos versos finales, que cierran
la trayectoria lírico-vital de Bécquer:
Oh, ¡qué amor tan callado el de la muerte! 
¡Qué sueño el del sepulcro tan tranquilo!
Se han señalado diversas influencias literarias en la poesía de las Rimas: Espronceda, Zorrilla,
Musset, quizá Leopardi y sobre todo Heine. Sin duda que hay resonancias directas de todos
ellos. Pero ochenta años después de escritos
estos versos sencillos, nos impresionan en
especial por el tono de autenticidad que tienen y vemos en Bécquer un caso extraordinario
sobre todo de pureza, de sensibilidad. Su poesía es humilde, dulce, monótona, poesía de
tono menor. Pero de la lírica no suele quedar lo grandioso, sino lo que nace del fondo último
del sentimiento real cuando encuentra la palabra adecuada, por humilde que esa palabra nos
parezca.
De espíritu idéntico al de la poesía y no inferior en calidad artística es la prosa de las
Leyendas: vaporosa, delicada, rítmica, abundante en imágenes y sensaciones, prosa en una
palabra, de poeta.
En las leyendas becquerianas se objetiviza el mundo sentimental y lírico de las rimas, dando
forma a lo que el mismo Bécquer llamó "hijos de mi fantasía... revueltos en un rincón del
cerebro... que en mis noches sin sueño [pasan] por delante de mis ojos, pidiéndome... que os
saque a la vida de la realidad". Con mayor evidencia aun que la poesía, revelan las Leyendas
un aspecto importante del romanticismo literario de Bécquer: su interés artístico y
arqueológico, a la vez que poético, por la Edad Media. Casi todas las leyendas tienen un
ambiente medieval, de templos y claustros, románicos o góticos, monasterios, ruinas, calles
en sombra o palacios señoriales, captados con fino sentido artístico.
A primera vista, esto y el carácter caballeresco de los temas, pueden inducir a relacionar las
leyendas de Bécquer con las de Zorrilla. Son, sin embargo, muy distintas en estilo y espíritu.
En las leyendas de Zorrilla, como en casi todo el arte de las tradiciones, en verso o prosa, que
a partir del romanticismo adquiere enorme desarrollo en la literatura de habla castellana,
prepondera, junto con el estilo narrativo, el espíritu de aventura, de acción, de enredo; es
arte novelesco. En la leyenda de Bécquer, en cambio, impera lo misterioso, lo sobrenatural y
mágico; es arte lírico. Zorrilla es poeta de imaginación; Bécquer lo es de fantasía y
sentimiento. Siente la poesía de los lugares que le inspiran -casi siempre viejas ciudades
medievales o campos sombríos-, y siguiendo unas veces tradiciones populares y otras
inventando historias extrañas, va poblando esos lugares de fantasmas, mujeres ideales o
caballeros enamorados como su creador de lo imposible y etéreo. Precisamente la busca de lo
inalcanzable es el tema central de la mayoría de las leyendas. Recuérdense las más típicas: El
rayo de luna, Los ojos verdes, La ajorca de oro, Maese Pérez el organista, El monte de las
ánimas, El miserere. En todas ellas el protagonista muere o enloquece en la persecución de
algo quimérico, irreal. El arte de Bécquer no solamente pretende recrear imaginativamente el
pasado, como los escritores del movimiento romántico, sino apresar por medio de la
sensación el ambiente del pasado y el alma de las viejas ciudades, de las calles en sombra, de
las iglesias silenciosas y frías. En esto es también precursor de los poetas del 98. Por el
carácter misterioso y de ensueño que tienen las leyendas, tanto como a los españoles se
parece Bécquer a escritores del tipo de Hoffman, Grimm y Poe.