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LITERATURA ESPAÑOLA - Lope de Vega y la creación del teatro español
OTROS DRAMATURGOS DEL CICLO DE LOPE
TIRSO DE MOLINA. - Con este seudónimo es conocido el fraile mercedario Gabriel Téllez
(1584-1648), el más grande entre los lopistas. Tanto si lo consideramos cronológicamente -en
relación con el desarrollo del drama clásico- como si atendemos a los valores artísticos, Tirso
ocupa el lugar intermedio entre Lope y Calderón. Es el puente entre los estilos que cada uno
de ellos representa dentro del conjunto, sin la riqueza inventiva del maestro ni la perfección
casi geométrica que caracteriza al autor de La vida es sueno, no les sigue muy de lejos a
ninguno de los dos en cuanto a poder creador y belleza.
El teatro de Tirso, bastante abundante (se dice que escribió cerca de cuatrocientas comedias,
de las que se conservan unas sesenta), ofrece relieve en dos o tres aspectos muy distintos. El
principal sin duda es el del drama religioso de ideas, al que pertenecen sus dos comedias
más conocidas: El burlador de Sevilla y El condenado por desconfiado, obras maestras en el
género las dos. Su atribución a Tirso ha sido discutida sin razones suficientes para ello. Entre
tanto no se presenten nuevos argumentos convincentes, es legítimo seguir considerándolas
como suyas. Las dos presentan rasgos comunes: el origen legendario de los temas; la
semejanza en los personajes centrales, don Juan en El burlador y Enrico en El condenado; la
rapidez de la acción; la variedad de cuadros y ambientes poéticos; y el vivo sentimiento de la
naturaleza (escenas de Tisbea y Aminta en El burlador; atmósfera lírica en El condenado,
especialmente en los diálogos de Paulo con el pastor).
Don Juan y Enrico son personajes creados por el mismo autor. En ambos la fuerza vital se
manifiesta con idéntica intensidad. Ambos son burladores de mujeres, valientes, soberbios,
seguros de sí mismos, con la seguridad de una juventud impetuosa. Poseídos de enorme
dinamismo, no admiten más ley que la de su deseo, y en nombre de ella cometen los más
enormes desafueros.
El tema central de las dos obras es el de la salvación del hombre, planteado en términos que
son al mismo tiempo teológicos y humanos. Partiendo de la oposición típicamente barroca
entre materia y espíritu, vida y muerte, presente y eternidad, Tirso da solución distinta,
dentro de la más estricta ortodoxia, al destino eterno de sus dos burladores.
El problema teológico se presenta en ambos dramas en torno a dos ideas: por un lado, la de
la responsabilidad del hombre, el cual tiene que responder de sus obras, es decir, de su
conducta, ante el juicio de Dios a la hora de su muerte; por otro, la del libre albedrío, que
afirma la capacidad del hombre para salvarse por un acto positivo de voluntad, aun después
de haber cometido los mayores crímenes.
En El burlador, don Juan, cuando se dispone a engañar a sus víctimas, oye repetidamente el
aviso de que hay muerte y de que un día deberá dar cuenta de sus actos. Con la excesiva
confianza de la juventud responde "¡Tan largo me lo fiáis!" No escucha el aviso. Al final, es
ya tarde y se condena.
En El condenado por desconfiado, el problema aparece en forma más compleja. Enrico, el
bandido, forzador de doncellas, autor de crímenes tremendos, se salva porque en un
momento oye el aviso y cree que la fe, si es sincera y va acompañada de arrepentimiento
verdadero, puede borrar, por la misericordia de Dios, todas las malas obras. En contraste con
la salvación de Enrico, Tirso presenta la condenación de Paulo, el ermitaño, que por creer en
la predestinación, al revelársele que su destino será el mismo que el de Enrico, desconfía de
Dios y se lanza al mal. También oye la voz admonitoria, pero, cegado por la duda, no la
escucha y muere impenitente.
En ambos casos la doctrina está expuesta con claridad, no hay nada de arbitrario o falso: a
don Juan le condena la rebeldía vital, la confianza en sí mismo, la indiferencia ante el destino
último del hombre. A Paulo, que sólo se entrega al goce de la vida por debilidad, por
desconfianza en el poder divino, le condenan la rebeldía intelectual, la duda y timidez de
espíritu.
El burlador de Sevilla es, además de comedia religiosa, obra poética con rasgos de la
comedia de capa y espada. Posee también características de la comedia de costumbres con
significación social en cuanto supone una crítica
del libertinaje de las clases altas en la
sociedad española, representado por las demasías del marqués de la Mota y sobre todo de
don Juan; en éste logra Tirso individualizar el tipo del galán burlador de la comedia. Por eso
dice Aminta: "La desvergüenza en España se ha hecho caballería". Y su novio Batricío, por su
parte, repite con insistencia: "un caballero en mis bodas, ¡mal agüero!"
Podrían señalarse en El burlador, que es una de las obras maestras del teatro español, otros
valores; mas la trascendencia de la creación de Tirso y, al par, su mayor gloria consiste en
haber dado vida en ella a uno de los personajes más universales de la literatura. Del don
Juan de Tirso proceden los demás, empezando con el de Moliére, sin que en tres siglos los
grandes autores de todas las literaturas que se han sentido atraídos por este tipo humano
hayan modificado en lo esencial los rasgos con que sale creado de la imaginación del
dramaturgo español. Es más, en don Juan se simbolizan dotes psicológicas y caracteres
humanos que se adscribirán desde entonces a sus compatriotas, lo mismo que ocurre, en otro
plano espiritual, con don Quijote. Y hasta podría decirse que si es cierto que la vida copia a
veces al arte, este arrebatado burlador, concebido por un fraile español del Siglo de Oro, se
ha transformado en el modelo de todos aquellos que en la vida hacen de la conquista
femenina por medio del engaño la ocupación de su existencia.
Tirso es autor de otras obras notables de' tema religioso; pero es además excelente escritor
cómico en la fina comedia rústico-cortesana El vergonzoso en palacio o en la divertida pieza
de enredo, con elemento casi de farsa, Don Gil de las calzas verdes, o en la aguda sátira de la
psicología femenina de Marta la piadosa.
Excede a sus contemporáneos en el trazo de los graciosos rústicos y en el de personajes del
sexo débil. Sus mujeres son casi siempre decididas, vibres, astutas y muy sensibles a las
incitaciones del amor, aunque en algunas comedias, como La prudencia en la mujer, uno de
los buenos dramas históricos del teatro clásico, y La villana de Vallecas, creó mujeres de
noble entereza. Es, por último, Tirso, maestro del estilo, equidistante entre la fluidez lírica de
Lope y el rígido lirismo conceptual de Calderón.
En géneros no dramáticos escribió la Historia de la Orden de la Merced y dos colecciones de
prosa miscelánea y carácter narrativo: Los cigarrales de Toledo (1621) y Deleitar
aprovechando (1635).