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LITERATURA ESPAÑOLA - Francisco de Quevedo
EL ESCRITOR
Mayores aun que los contrastes psicológicos del hombre son los que presenta Quevedo como
escritor. Su obra resiste a todo análisis. Hay muchos Quevedos:
El teólogo, filósofo y escritor ascético de La cuna y la sepultura (1612), Constancia y
paciencia del Santo Job (1633), La providencia de Dios (1641), La vida de San Pablo Apóstol
(1643) y otras diez o doce obras del mismo género.
El político teórico y el moralista del Marco Bruto (1631) y la Política de Dios; o el apologista
de la historia de España en La España defendida y el Memorial por el patronato de Santiago
(1627-1628), o el comentarista crítico de los sucesos contemporáneos de Grandes anales de
quince días (1621), Lince de Italia (1628), El chitón de las taravillas (1630).
El crítico y polemista literario de Cuento de cuentos, La culta latiniparla, La perinola y la
Aguja de navegar cultos.
El novelista del Buscón, el satírico de los Sueños, el entremesista, el poeta, el escritor festivo
y cómico, el traductor de la Biblia y de los clásicos.
Quevedo manifiesta en esta obra variadísima la radical contradicción de su espíritu, espejo
de la contradicción de los tiempos. Oscila entre la austeridad tremenda del asceta para quien
la única realidad es la muerte, y la sátira desvergonzada de los "discursos festivos". El
discípulo de Epicteto, de Séneca, de Job, severo expositor de la doctrina estoico-cristiana, es
al mismo tiempo el humorista amargo de los Sueños, o el autor procaz de las Premáticas
contra las cotorreras.
Dentro del desequilibrio hay naturalmente un escritor de personalidad tan acusada, algo que
da unidad al conjunto: un sello o un estilo quevedesco inconfundible que reconocemos en la
sinceridad con que escribe; la fuerza arrebatadora, sin selección; la abundancia. Maestro del
conceptismo, su lengua es siempre, sea en la prosa o en la poesía, contorsionada, violenta,
densa, y una de las más ricas tanto en vocabulario como en capacidad expresiva que jamás
se ha escrito. En las ideas no fue muy original ni podía serlo dada la adhesión absoluta a la
ortodoxia católica de todo su pensamiento. La originalidad de Quevedo, que pocos escritores
han igualado, radica en el estilo, cargado en todo momento con el fuerte acento de su
personalidad.