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LITERATURA ESPAÑOLA - Francisco de Quevedo
"EL BUSCON" Y "LOS SUEÑOS"
El genio quevedesco alcanza su mayor intensidad en dos zonas opuestas: la visión cómica,
casi grotesca del Buscón o de los Sueños, y la poesía lírica. Es ante todo más que un pensador,
un gran satírico y un gran poeta. La Historia de la vida del Buscón llamado don Pablos,
exemplo de vagabundos y espejo de tacaños, además de ser una de las obras más
características de Quevedo, tiene la importancia de representar uno de los últimos
momentos en la evolución de la novela picaresca. Aunque se escribió al parecer hacia 1608,
pocos años después del Guzman de Alfarache, lo picaresco como "desvalorización de las
acciones humanas" llega en esta obra a sus formas más radicales.
Quevedo sigue el patrón común del género. Pablos, hijo de un barbero y de una bruja que
"reedificaba doncellas y resucitaba cabellos" cuenta su vida. Va primero a servir a un
estudiante con quien entra de pupilo en la escuela del Dómine Cabra, y luego a estudiar a
Alcalá. Vuelve a Segovia a recoger la herencia del padre, que había muerto en la horca. Se
instala en Madrid, donde, entre otras cosas, es mendigo y miembro de una cofradía de
pícaros. Va a Sevilla, visita otros lugares y desempeña varios oficios. Pasa algún tiempo en la
cárcel. Al final decide embarcarse para las Indias "a ver si mudando mundo y tierras,
mejoraría mi suerte. Y fuéme peor, pues nunca mejora su estado quien muda solamente de
lugar y no de vida y costumbres".
Lo que cambia en El Buscón cuando lo comparamos con el Guzmán u otras novelas del
mismo tipo es la visión y el estilo. Las diferencias obedecen desde luego al genio de
Quevedo, escritor muy personal en todo, pero reflejan el doble proceso característico de la
evolución del barroco en todos los géneros: concentración e intensificación. Concentración en
el sentido de qué la obra pierde la fluidez narrativa: se limita en el espacio (en El Buscón la
acción se concentra en España y en unos cuantos lugares a diferencia del amplio marco del
Guzmán y otras novelas) y en los temas hasta quedar reducida a una serie relativamente
escasa de cuadros y personajes genéricos: el poeta, el espadachín, el arbitrista, el estudiante,
etc.
A ello se une la intensificación en el espíritu y en la técnica. Desaparecen las digresiones
morales. La pintura de la vida es mucho más cruel. Pablos no es ni un muchacho ingenuo
como Lázaro ni un pícaro filósofo como Guzmán. Es el pícaro puro, completamente
insensible y amoral.
La técnica se caracteriza por el conceptismo extremado del lenguaje y el tratamiento
expresionista de lo cómico que llega a la desrealización caricaturesca. Los juegos de palabras,
chistes, asociaciones -fonéticas, abstractas o de imágenes- se suceden sin interrupción. El
padre de Pablos, barbero, era "tundidor de mejillas y sastre de barbas". El Buscón y su amo
hacen el viaje a la casa del Dómine Cabra "en un caballo ético y mustio, el cual más de manco
que de bien criado iba haciendo reverencias", y en la escuela pasan tanta hambre que, al salir,
los doctores mandaron que "por nueve días no hablase nadie recio en su aposento", porque
"como estaban güecos los estómagos, sonaba en ellos el eco de cualquier palabra".
Podrían citarse miles de ejemplos idénticos o de conceptismo mayor. El barroquismo no es
puramente verbal, todo en la obra adquiere cualidad plástica, gesticulante, irreal, a fuerza de
exagerar la realidad. Recuérdese como caso típico del arte caricaturesco de Quevedo la
descripción de la borrachera del tío de Pablos con un corchete, un porquero y un mulato
zurdo y bizco en el capítulo noveno.
En El Buscón se agotan las posibilidades de la picaresca. No cabe ir más allá. Marca de un
lado el límite entre la novela y la crítica de tipos y costumbres; de otro entre lo cómico y lo
fantástico.
De ahí pasa Quevedo a los Sueños o fantasías morales. Desaparece lo picaresco como género
y forma literaria para entrar en el terreno de la sátira pura, de la absoluta desrrealización. Se
publicaron en 1627, pero los primeros -El sueño de las calaveras, El alguacil alguacilado, Las
zahurdas de Plutón y El mundo por de dentro- están escritos entre 1607 y 1612; son, pues,
casi contemporáneos del Buscón. De 1622 es la Visita de los chistes, donde la visión se hace
más sombría, el desfile de tipos o el arte de
dar plasticidad a las ideas y conceptos más
alucinante. Añade luego El entremetido, la dueña y el soplón. En el último, no incluido
originalmente entre los Sueños -La hora de todos y la Fortuna con seso (1635)- llega Quevedo
a la síntesis completa de su pensamiento y de su estilo.
Con la idea siempre presente de la muerte, trasponiendo a los infiernos el espectáculo social
de la vida humana, con invectiva enorme y un furor imaginativo de que se encuentran pocos
ejemplos en la literatura, Quevedo traza un cuadro satírico de la sociedad en el que no hay
oficio, defecto físico o moral, idea o sentimiento que no esté representado de manera
grotesca, vivaz, gesticulante. En el estilo, el conceptismo de lo cómico es aun más exagerado
que el del Buscón; la pintura más caricaturesca y el estoicismo, la negación de la vida, más
absolutos que en ninguna de sus obras ascéticas.