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LITERATURA ESPAÑOLA - Francisco de Quevedo
GRACIAN
Sobre todos los autores didácticos de este tiempo descuella la personalidad literaria del
jesuita Baltasar Gracián (1601-1658), que forma con Quevedo la pareja de grandes prosistas
del conceptismo. Espíritu sutil y selecto, sagaz escrutador de lo humano, es el último y
quizás el más grande de los moralistas españoles.
Su obra presenta cuatro aspectos: Tratados morales: El héroe (1637); El poli_ tico (1640); El
discreto (1646); dos al parecer perdidos, El atento y El galante, nunca publicados; y el
Oráculo manual (1647), resumen de todos ellos.
Crítica y estética conceptista: Arte de ingenio: tratado de agudeza (1642), refundida y
ampliada en 1648 con el título de Agudeza y arte de ingenio.
El Criticón, novela moral en tres partes (1651-53 y 57) y El comulgatorio (1655), de temas
religiosos.
La mayor creación de Gracián, la medida de su genio literario, ha de buscarse en El Criticón,
alegoría de la existencia humana, cuadro múltiple en el que Gracián compendia su filosofía,
su concepción total de la vida, al que fluye toda su erudición y su capacidad inventiva. En
esta obra, Gracián expone todo su saber, fruto de la lectura, de la experiencia y de la
meditación, al narrar el largo viaje de Andrenio -el hombre natural e intuitivo-, acompañado
por Critilo -el hombre de la razón y la experiencia- desde una isla desierta hasta la isla de la
inmortalidad, donde descansan de sus trabajos. En su recorrido, los dos personajes de esta
novela filosófica pasan por las naciones del mundo, los caminos y puertos de la vida, de los
palacios y cortes y plazas de la ilusión, de la voluptuosidad, de la fortuna, de la hipocresía,
de la virtud y de otras mil alegorías.
Pero, más que en El Criticón, y aunque no en panorama tan amplio, el pensamiento moral, el
conocimiento directo del hombre, se encuentra, concentrado en esas quintaesencias tan
gratas a Gracián en las trescientas máximas del Oráculo manual y arte de prudencia. Es
además ésta la obra a la que debe Gracián el haber sido autor muy divulgado entre un
público de lectores cultos por toda Europa y que se le conceptúe entre los precursores del
individualismo moderno y entre los maestros de Schopenhauer y, en parte, de Nietzsche.
Sacada -como reza el subtítulo- de los aforismos que se discurren en sus anteriores tratados,
es la síntesis de todos ellos: heroísmo, discreción, galantería, arte del bien saber y del obrar
con cordura, imagen del hombre perfecto y, sobre todo, del hombre prudente, del hombre de
éxito.
Sería inútil buscar unidad en el pensamiento de Gracián tal como aparece
en esta obra.
Muchas veces se han señalado sus contradicciones, contradicciones inevitables como
resultado de la contradicción íntima que latía en la cultura española desde los comienzos de
la Edad Moderna y que da su dramatismo a la España crepuscular del siglo XVII.
Contradicción entre el concepto estrictamente laico y estrictamente religioso del mundo;
entre un sentido trascendente de fines divinos y otro inmanente de fines humanos; entre
realidad e idealidad. Sólo Cervantes logra superar la contradicción por medio del humor. En
Quevedo el drama adquiere su máxima tensión. Calderón lo envuelve en la metafísica
simbólica de su teatro. En Gracián se traduce en una moral equívoca sutilizada en la
expresión sibilina de su extremo conceptismo.
Con Quevedo, Saavedra Fajardo y Gracián se acaba la prosa española del Siglo de Oro. El
conceptismo cómico de Quevedo y el estilo equilibrado de Saavedra aún encuentran algunos
imitadores mediocres en el siglo XVIII. En cambio, el abstracto y conciso conceptismo
ideológico de Gracián no tiene quien lo continúe en toda la literatura castellana, a no ser
entre algunos prosistas de nuestro siglo, especialmente José Bergamín.