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LITERATURA ESPAÑOLA - Francisco de Quevedo
EL FIN DEL TEATRO CLASICO: CALDERON Y SUS CONTEMPORANEOS
ALGUNAS COMEDIAS DE CALDERON. - En su conjunto, el teatro calderoniano presenta
la misma variedad que el de sus predecesores. Cultiva los diferentes tipos de comedias que
ya señalamos en el estudio de Lope. Aunque no sea de lo más característico de su inspiración
se le considera, por ejemplo, maestro en la "comedia de capa y espada". Otra forma típica de
su producción es el teatro de tema mitológico del que son ejemplo las comedias Fortuna de
Andrómeda y Perseo, Ni amor se libra de amor o las zarzuelas -piezas poético musicales- El
jardín de Falerina, El laurel de Apolo o La púrpura de la rosa.
Mas las obras maestras de Calderón pertenecen principalmente a tres grupos:
1. El drama de inspiración nacional y del honor: en el que sobresalen El alcalde de Zalamea,
El médico de su honra, La niña de Gómez Arias, A secreto agravio, secreta venganza y El
pintor de su deshonra.
2. El teatro religioso-filosófico: en el que pueden incluirse La devoción de la Cruz, El mágico
prodigioso, El príncipe constante, El purgatorio de San Patricio, Los dos amantes del cielo; y
formando un grupo especial, los autos sacramentales que alcanzan en Calderón su máxima
significación, al par que su más acabada técnica. Nada ofrece el teatro español en este género
superior a la belleza y trascendencia de La vida es sueño (auto distinto de la comedia del
mismo título aunque con el mismo pensamiento), El gran teatro del mundo, Los encantos de
la culpa, El divino Orfeo o La cena de Baltasar.
3. La comedia filosófica como La vida es sueño.
Este resumen de la obra de Calderón debe suplementarse, para dar idea completa de su
importancia, con el análisis de tres de sus comedias, que se cuentan, sin duda, entre las
creaciones más altas de la literatura española: El alcalde de Zalamea, El mágico prodigioso y
La vida es sueño.
En El alcalde de Zalamea, el más perfecto de los dramas rústicos del teatro clásico, crea
Calderón un personaje de extraordinario relieve. Pedro Crespo es el héroe representativo por
excelencia de la actitud democrático-monárquica, que alienta en el fondo del pueblo español,
unida en el terreno de los valores morales al sentimiento del honor como síntesis de la
dignidad humana. Fuerte, contento con su humilde condición de villano, respetuoso con los
superiores y acatando siempre toda autoridad establecida, no acepta nada que vaya en
menoscabo de sus derechos. Ni se considera inferior a nadie ni consiente la más pequeña
acción que pueda empañar su honra. Respeta cuando es respetado. Trata con la cortesía
debida a don Lope, el general del ejército alojado en su casa. Cuando don Lope por soberbia
le habla fuerte, él, Pedro Crespo, habla fuerte; le recuerda que en lo que atañe al honor no
hay quien sea más que otro, porque el honor es patrimonio del alma, que es el don divino
por el cual todos los hombres son iguales. Y cuando, después de que el capitán ha forzado a
su hija, se ve elegido alcalde por el pueblo, el drama se carga de significaciones. Pedro
Crespo es a la vez el villano, ofendido en lo que más estima; el padre angustiado por el dolor
y el juez llamado a sentenciar su propia causa. Sobreponiéndose a los impulsos que le incitan
a reparar su honra, tomando la venganza por su mano, deja la espada a un lado, empuña la
vara de alcalde y sentencia al capitán. Ya no es el villano ultrajado, es el símbolo de la justicia,
el ejecutor de la ley y el representante del pueblo como clase social frente a los abusos de la
clase militar.
La obra se inspira en una de Lope del mismo título. Pero el desarrollo en la versión
calderoniana es más claro, la construcción más sólida y la figura de Pedro Crespo más
vigorosa y armónicamente dibujada. El alcalde de Lope se olvidó y el de Calderón ha
quedado como la gran creación española del género.
Lo mismo que en El alcalde de Zalamea se compendia la larga tradición de la comedia
democrática y villanesca, en El mágico prodigioso culmina el teatro religioso-teológico del
Siglo de Oro. Basada en la leyenda de San Cipriano y Santa Justina, esta comedia dramatiza
el doble tema fáustico del pacto con el demonio y la incitación de la vida. Es obra de gran
belleza, no limpia siempre de excesos barrocos. En ella Calderón combina la claridad en la
exposición de la doctrina central con un intenso lirismo. La doctrina es la del libre albedrío -
común a muchísimos dramas-: el hombre puede decidir entre el bien y el mal; puede
salvarse dominando sus propios instintos. Es lo que al fin hace Cipriano. El lirismo nos hace
sentir el poder de esos instintos, la fuerza del amor, sobre todo en la escena de la tentación
de Justina, una de las más hermosas del teatro calderoniano, donde toda la naturaleza se
conjura en forma inquietante para vencer su resistencia.
Con La vida es sueño alcanza Calderón su mayor universalidad. Se trata, sin disputa, de la
obra suprema del teatro español. Es una comedia estrictamente filosófica, pero de tema
novelesco y ambiente totalmente poético, en la que, a través del drama íntimo de
Segismundo, las ideas teológicas del teatro español adquieren mayor profundidad humana
que en ningún otro drama. El conflicto, de concepción estrictamente religiosa, entre el libre
albedrío y la predestinación -que toma en la obra la forma del influjo de los astros sobre el
carácter de Segismundo- se proyecta sobre las interrogaciones eternas del ser humano. ¿Qué
es la vida? ¿Qué es la realidad? Ante la evidencia que el hombre tiene de la muerte, del paso
de todas las cosas y ante las limitaciones que el mundo pone a la satisfacción de nuestros
instintos. ¿Cuál es el radio de la libertad humana?
Y teniendo yo más alma, 
¿tengo menos libertad?, 
se pregunta Segismundo cuando se compara con otros seres de la naturaleza. Y luego,
reducido de nuevo a su prisión, después de haber gozado, como rey, de la gloria, del poder,
del lujo, llega a la conclusión de que todo pasa como un sueño.
La solución está clara. Es, una vez más, la idea estricta de la ortodoxia católica. El hombre es
el único ser que tiene conciencia de la inmortalidad. Esta vida es sólo real, en función de la
otra, de la eterna. El fin de la vida humana es ganar la verdadera vida, la eterna; para ello el
hombre tiene que dominar sus instintos, fuente del mal. El mundo, la naturaleza engendran
el pecado. La fe, la gracia, la razón son las armas que Dios ha dado al hombre para combatir
sus inclinaciones a fin de que le guíen en el laberinto oscuro -como la caverna de
Segismundo- que es la existencia; y para librarse de las cadenas que le atan a su naturaleza
animal.
Lo interesante y lo característicamente español del drama es que en el fondo, el dilema no se
resuelve ni con el renunciamiento a la vida, ni como en Hamlet, con la violencia y la muerte,
sino con la aceptación de la vida, de las responsabilidades que ella impone -en el caso de
Segismundo el gobierno de sus estados- y sobre todo, de la ley moral:
A reinar, fortuna, vamos:
no me despiertes si duermo, 
y si es verdad no me aduermas;
mas sea verdad o sueño, 
obrar bien es lo que importa; 
si fuere verdad, por serlo;
si no, por ganar amigos 
para cuando despertemos.
Aparte de esta solución fundamental. mente española y católica, la obra conserva todo su
significado humano, porque en ella plantea Calderón un problema que tiene realidad en
todos los tiempos: la inquietante pregunta de si es un crimen el nacer, de la que dimanan las
dudas del hombre ante su destino, ante la felicidad y el dolor que con frecuencia se suceden
en la vida.