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LITERATURA ESPAÑOLA - La literatura contemporánea (1898-1939)
LA PROSA Y EL TEATRO DEL 98 Y EL MODERNISMO 
BAROJA. - Unido a "Azorín" por estrechos vínculos de amistad personal y literaria está el
otro escritor típico del 98, el vasco PIO BAROJA (n. 1872). Son los dos que mantuvieron por
más tiempo el aire de época y la hermandad literaria de la juventud. Y, sin embargo, es
difícil encontrar en la literatura dos escritores más opuestos que el delicado artífice levantino
de El alma castellana y el prosista agresivo de Juventud, egolatría, que practicó como normas
estilísticas lo que él llamó la "estética del improperio" y "la retórica en tono menor".
No faltan en Baroja ni la emoción del pasado ni el sentimiento del paisaje castellano, pero su
arte, más que el de ningún otro escritor de su generación, se basa en el presente y en la vida.
Baroja, burgués y abúlico como persona, es como escritor revolucionario y cantor de la
voluntad. Negó, inducido por su individualismo, la existencia de la generación del 98; mas
en gran medida todo en Baroja corresponde al concepto que nos hemos formado de ese
momento y de ese grupo: su juventud no conformista; el aire errante e inquieto que le
acompaña siempre en protesta sorda contra todas las formas de organización social; el
sentimiento lírico que trasciende de sus obras más aparentemente realistas; su misticismo
anarquista; la originalidad y rareza de su humor; su concepción pesimista de la vida a la
manera de Schopenhauer; su culto a la filosofía nietzscheana de la voluntad y de la acción; el
tono negativo; la angustia de sentirse fracasado, disimulada por un humorismo cínico; su fe
en la ciencia y su actitud revolucionaria sin esperanza ni en la revolución ni en el hombre; su
madurez sedentaria y escéptica.
Expresión, confesión y resultado de todas estas cualidades son sus varios volúmenes de
ensayos, todos autobiográficos y autocríticos como el ya citado Juventud, egolatría, El
tablado de Arlequín, Las horas solitarias, La caverna del humorismo y Divagaciones
apasionadas.
Pero Baroja no es ensayista y el mayor interés de estos libros consiste en ser documentos
personales, que revelan con algunas ideas de indudable originalidad las preferencias, escasas,
y los odios, abundantes, del propio Baroja.
Su importancia consiste en ser acaso el único gran novelista español del siglo XX. En él
continúa el realismo de los novelistas anteriores, muy modificado, por el fondo lírico,
personal de su sensibilidad. En medio centenar de volúmenes ha reflejado la fisonomía
moral de la España contemporánea como Galdós -a quien Baroja debe mucho, aunque él lo
haya negado con insistencia- reflejó la fisonomía de la España de su tiempo.
La novela barojiana, dentro siempre de líneas permanentes muy personales, presenta una
gran variedad de temas, ambientes y formas. Es difícil la selección, pero probablemente las
mejores, más vigorosas y frescas son las de su juventud, ordenadas por él en trilogías: Tierra
vasca - La casa de Aizgorri, El mayorazgo de Labraz y Zalacain el aventurero-; La vida
fantástica - Aventuras, inventos y mistificaciones de Silvestre Paradox, Camino de perfección
y Paradox, rey-; La lucha por la vida -La Busca, Mala hierba y Aurora roja-, y La raza - La
dama errante, La ciudad de la niebla y El árbol de la ciencia-. Esta última, publicada en 1911,
marca probablemente la culminación del arte novelístico de Baroja. Después escribió otras
muchas novelas, entre ellas los quince o veinte volúmenes de las Memorias de un hombre de
acción, pero no se advierte crecimiento como en Galdós. Baroja se repite.
La visión del mundo que su novela deja es amarga, sus personajes son todos un poco
desequilibrados: aventureros y vagabundos, cínicos y tímidos que se mueven sin saber bien
por qué. Todo aparece fragmentario, incoherente como manifestación de la vida que para
Baroja es algo ilógico y carente de sentido. En esto y otras muchas cosas es Baroja escritor
original y fuerte. En el fondo de su pesimismo, enteramente negativo en apariencia, late la
sinceridad de un espíritu generoso y su humor agrio esconde un temperamento sentimental
y lírico como el de casi todos los escritores de este tiempo.