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LITERATURA ESPAÑOLA - La literatura contemporánea (1898-1939)
EL NUEVO ESPIRITU: COMIENZOS, TENDENCIAS Y CARACTERES
"GENERACION DEL 98" Y "MODERNISMO". - Designan estos términos dos movimientos
convergentes con los que empieza en España la literatura contemporánea.
El primero es de significación preponderantemente espiritual e histórica. Se relaciona con la
crisis nacional producida por la pérdida de los últimos restos del antiguo imperio español a
consecuencia de la guerra con los Estados Unidos.
El segundo es reflejo más directo de las corrientes renovadoras europeas que hemos
señalado, tiene una significación predominantemente literaria, se manifiesta sobre todo en la
poesía, y en su origen inmediato se incuba en Hispanoamérica. Es allí donde varios
poetas -MANUEL GUTIERREZ NAJERA, JOSE MARTI, SALVADOR DIAZ MIRON,
JULIAN DE CASAL y JOSE ASUNCION SILVA- bajo la influencia de diversas corrientes, en
particular francesas, crean las nuevas formas poéticas, que unificadas por Rubén Darío,
influirán en la renovación de la poesía española.
Las raíces de ambos movimientos y, al mismo tiempo, los lazos que los unen se encuentran
en los anhelos innovadores, nacidos de la inquietud universal de la época. En todos los
escritores jóvenes de este momento confluyen - y son muy difíciles de separar- la
preocupación histórica por el porvenir de España, la preocupación por los problemas
generales del hombre individual y la preocupación por crearse un nuevo estilo.
Por el deseo de encontrar nuevos caminos se hermanan transitoriamente y emprenden
algunas tareas comunes varios escritores de temperamento muy diferente y de agresiva
individualidad: Unamuno, "Azorín", Baroja, Valle-Inclán, Benavente, Maeztu, y otros
jóvenes, cuya inquietud no llegó a producir obras de valor permanente. Es el grupo para el
cual, uno de ellos, "Azorín", inventó muchos años después el nombre de "generación del 98",
eligiendo la fecha de lo que se llamó el desastre nacional -la derrota de España por los
Estados Unidos- como el momento en que se definen sus vagos anhelos de reforma. En
realidad, esa fecha carece de significación literaria. Casi todos ellos habían empezado a
escribir antes y su firme orientación literaria no se advierte hasta después, ya en los
comienzos del siglo presente.
Lo que sí encontraron en el ambiente nacional de vilipendio, censura y autocrítica creado en
España por la derrota, fue terreno propicio para que se oyeran sus protestas contra la
generación anterior y contra el conformismo de las esferas oficiales y académicas. Su
insatisfacción con todo lo que les rodeaba se confundió con la insatisfacción nacional y en
ella hallaron estímulos para su afán revisionista y las numerosas interrogaciones que los
inquietaban: artísticas, filosóficas, históricas y personales.
Por un momento, todas esas interrogaciones se funden en una sola: ¿Qué es España?
Desentendiéndose del pasado inmediato, van a buscar el alma de España en su tradición, en
su lengua, en el fondo del pueblo, en sus grandes creaciones literarias, en el ambiente de las
viejas ciudades, en el paisaje. Pero a diferencia de los románticos, que se quedaron sólo en lo
pintoresco y externo, lo que estos jóvenes del 98 van buscando es su propia intimidad, su
propio espíritu. Y, viceversa, cuando obedeciendo al subjetivismo que flota en la atmósfera
espiritual de la época tornan los ojos hacia su propia intimidad, encuentran en ella como
motivo básico de su inquietud angustiada la angustia de España.
No es esta preocupación española lo único que tienen de común y es posible que tampoco
fuera en ellos lo más importante, pero sí es el tema más visible en sus primeras obras.
Además, esta confluencia entre la inquietud individual y la inquietud patriótica; o entre lo
nacional y lo universal se da entonces en casi todos los países y casi todas las literaturas:
Rusia, Italia, Francia, los países Escandinavos. Es un signo de los tiempos.
En estos escritores jóvenes se notan además ciertas influencias comunes extranjeras -las
corrientes citadas como preponderantes en la génesis del nuevo
espíritu- y españolas,
especialmente en Galdós, Giner de los Ríos y Costa y al descubrir sus afinidades colaboraron
transitoriamente en algunas empresas, que es la única justificación de englobar en grupo a
personalidades tan distintas. Asistían a las mismas tertulias, que pronto se disolvieron,
marchando cada uno de ellos por su lado; publicaron varias revistas y organizaron algunos
actos como la visita a la tumba de Larra; una excursión a Toledo en 1901 y la protesta contra
la concesión del premio Nobel a Echegaray.
"Azorín", después de recordar el espíritu de protesta y rebeldía que les animaba -el tono
negativo y revisionista-, puntualizaba sus coincidencias de tipo literario: "La generación de
1898 -dice- ama los viejos pueblos y el paisaje; intenta resucitar los poetas primitivos (Berceo,
Juan Ruiz, Santillana); da aire al fervor por el Greco ya iniciado en Cataluña, y publica,
dedicado al pintor cretense, el número único de un periódico: Mercurio; rehabilita a
Góngora...: se declara romántico en el banquete ofrecido a Pío Baroja, con motivo de su
novela Camino de perfección; siente entusiasmo por Larra...; se esfuerza, en fin, en acercarse
a la realidad y en desarticular el idioma, en agudizarlo, en aportar a él viejas palabras,
plásticas palabras, con objeto de aprisionar menuda y fuertemente esa realidad. La
generación del 98, en suma, ha tenido todo eso; y la curiosidad mental de lo extranjero y el
espectáculo del desastre -fracaso de toda la política española- han avivado su sensibilidad y
han puesto en ella una variante que antes no había en España".
A este resumen bastante completo, pueden agregarse dos notas más: su castellanismo,
traducido en hermosas páginas sobre el paisaje y el alma de Castilla, como expresión
máxima del genio español, de la unidad nacional; y el culto a la voluntad, como fuerza
creadora y vital, aprendido en Nietzsche. Notas tanto más significativas por el hecho de no
ser castellano ninguno de ellos y por la contradicción patente entre su ensalzamiento de la
voluntad y su abulia, su incapacidad personal, salvo algún caso aislado, para la acción e
incluso para mantener una fe firme en nada.
En el fondo había en todos estos hombres del 98 una contradicción radical entre lo que
sentían y lo que afirmaban. De esa contradicción básica nace lo que se llama su cerebralismo
(vivir y sentir intelectualmente lo que no se puede vivir y sentir en la vida real) y su
concepto pesimista del mundo y del pensamiento. Y así estos europeizadores terminan
haciendo de su pasión por España el móvil primordial de su espíritu; estos intelectuales
desprecian las ideas, exaltan la vida como Unamuno o establecen la supremacía de la
sensibilidad como fuente de la creación artística; estos antirrealistas pugnan -como dice
"Azorín"- por apresar en la palabra un sentido profundo de la realidad que no se satisface
con la apariencia externa. Finalmente, estos cantores de la voluntad, discípulos de Nietzsche,
terminan por refugiarse en un misticismo individualista como el de Unamuno para quien la
vida es angustia y el pensamiento una constante agonía; o poético y panteísta como el de
"Azorín", que quiere disgregar su alma en todo lo fugaz y menudo, o en el esteticismo de
Valle-Inclán, o en el nihilismo aparentemente cínico de Baroja.
La fusión entre lo que los nuevos escritores españoles pretenden y la escuela modernista se
realiza "oficialmente", por decirlo así, cuando Rubén Darío llega a España por segunda vez
en 1898. Las influencias serán mutuas. El poeta americano -orientado hasta entonces hacia lo
francés y hacia una poesía de tipo colorista, plástica, musical-acendra su espiritualismo
latente en el contacto con estos jóvenes serios, meditadores, y se va hispanizando poco a
poco. El cambio se manifiesta con toda evidencia en su libro Cantos de vida y esperanza
(1905). Por su lado, los jóvenes españoles se sienten deslumbrados
por el verbo egregio,
aristocrático del poeta de Prosas profanas. Así se hermanan en los comienzos de la nueva
literatura el afán de nueva verdad que estimula a los españoles y el afán de nueva belleza
nacido en Hispanoamérica. Los poetas que entonces o pocos años después empiezan su obra
-Antonio y Manuel Machado, Juan Ramón Jiménez, Francisco Villaespesa- y un prosista,
Valle-Inclán, adoptan las nuevas formas y el nuevo estilo. Son los que constituyen en el
sentido estricto del término la "escuela modernista", de la que algunos se separarán pronto y
en cuyos caracteres específicos se combinarán el cromatismo y la plasticidad del
parnasianismo francés con la vaguedad musical del simbolismo; el valor fónico y colorista
de la palabra con el complejo de sensaciones, la cenestesia, que Baudelaire había definido en
su soneto Correspondences, el exotismo con refinadas evocaciones parisienses, versallescas,
renacentistas.
Mas el fenómeno fundamental es la fusión de todas las corrientes renovadoras en un estilo
de época que a pesar de sus contradicciones alcanza unidad comparable a la de cualquier
otro de los grandes estilos, barroco, romántico, realista, etc. Y para el cual, ampliado y al
mismo tiempo deslindado el concepto, creemos que debe adoptarse la denominación general
de "modernismo", tal y como lo ha definido Federico de Onís en Antología de la poesía
española e hispanoamericana (1882-1932): "El modernismo es la forma hispánica de la crisis
universal de las letras y del espíritu que inicia hacia 1885 la disolución del siglo XIX y que se
había de manifestar en el arte, la ciencia, la religión, la política y gradualmente en los demás
aspectos de la vida entera, con todos los caracteres, por lo tanto, de un hondo cambio
histórico... Esta ha sido la gran influencia extranjera, de la que Francia fue para muchos
impulso y vehículo, pero cuyo resultado fue tanto en América como en España el
descubrimiento de la propia originalidad, de tal modo, que el extranjerismo característico de
esta época se convirtió en conciencia profunda de la casta y la tradición propias, que
vinieron a ser temas dominantes del modernismo". Para Juan Ramón Jiménez -testigo
valioso-, el cambio se produce por la virtud y la conjunción de "dos grandes revolucionarios
de dentro y de fuera, Unamuno y Darío, espíritu de la forma y ansia sin forma, doble
becquerianismo, mezcla paradójica en lo superficial, homogénea en lo interno".
La unión de lo español y lo hispanoamericano en el principio de la nueva era es hecho
significativo, porque uno de sus efectos más importantes en el terreno espiritual e histórico
fue el despertar de una conciencia de unidad hispánica que no pretendía, por supuesto,
negar las diferencias indudables que existían entre los dos mundos de habla española.
Tras un siglo de mutuas recriminaciones, hispanoamericanos como Rubén Darío, Rodó y
otros muchos volvieron con amor sus ojos hacia la cultura de la antigua España, fuente de la
suya propia, garantía de la comunidad espiritual de los pueblos hispanoamericanos; y
españoles como Unamuno ensalzaron con profunda comprensión la originalidad de las
literaturas del Nuevo Mundo, en el que veían la esperanza de permanencia de los más altos
valores españoles incluso cuando éstos dejasen de regir en la península.