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LITERATURA ESPAÑOLA - Cervantes
EL "QUIJOTE"
LA SEGUNDA PARTE. - Cervantes no percibe las últimas posibilidades de la obra hasta la
segunda parte, inferior a la primera sólo en cuanto invención de la pura fantasía, mas rica
aún en el contenido moral y psicológico. Es en la segunda parte cuando adquieren don
Quijote y Sancho su gran dimensión espiritual.
En la primera parte, las aventuras se suceden sin que don Quijote, ante la evidencia de sus
descalabros, reconozca su error. Para él las ventas siguen siendo castillos; los molinos,
gigantes; los borregos, ejércitos, y Dorotea, la princesa Micomicona. El que los demás
personajes, Sancho particularmente, no lo adviertan así, se debe a su ínfima condición, a su
ignorancia de la ciencia caballeresca o a engaños de los encantadores. Mas en la segunda
parte, don Quijote recorre el largo camino del desengaño -más amargo que todas las
derrotas-. Empieza por la desilusión, que él no confiesa, pero en lo íntimo siente, de ver a su
Dulcinea transformada, por la industria de Sancho, en una tosca labradora. Se ve luego
atropellado por la fuerza animal de los toros. Sancho se le insubordina y le maltrata. Es
víctima de la burla más cruel de todas: la de sentirse agasajado como caballero de verdad,
pero ser al mismo tiempo objeto ridículo, para placer frívolo de los duques y de los señoritos
barceloneses. Llega -humillación inconcebible, doloroso reconocimiento de su debilidad- a
huir del campo de batalla en la aventura del rebuzno. El golpe final es su derrota por el
bachiller Sansón Carrasco.
Al agotarse su fe, entra la cordura y con la cordura la muerte. La ilusión se acaba, pero no
por eso disminuye la grandeza de la figura. Corona sus hazañas ficticias con la más grande
de todas las hazañas reales que es, según él reconoce, la de vencerse a sí mismo. Entonces
nos revela Cervantes, ya en el terreno de la realidad más alta, la realidad moral, la verdadera
significación de su héroe. Porque loco o no, el pobre hidalgo de la Mancha es ante todo
encarnación de la bondad: Alonso Quijano, el Bueno, que nunca, ni en el desenfreno de su
locura, ha hecho, a sabiendas, mal a nadie. Queda así satirizado con genial ironía, con
fantasía cómica no igualada, lo quimérico y falso de la caballería, en tanto que se salva,
sublimado, lo noble de su ideal, que es la más elevada de las aspiraciones del hombre: el
poner la vida al servicio del bien.
No es menos sorprendente ni significativa la transformación de Sancho. Comete aquí -en la
segunda parte- algunas de sus mayores bellaquerías: la farsa del encantamiento de Dulcinea,
la agresión a su señor. No desvirtúa Cervantes, por tanto, su naturaleza ni su individualidad.
Y, sin embargo, el escudero fiel se salva, revelándose lo más auténtico de su calidad humana:
su honradez natural, que resplandece en la intachable conducta de su gobierno, del que sale
desnudo como entró, y ese fondo de ilusión latente allí en la oscuridad de su mente simple,
que le induce a querer reanimar los ideales de su señor cuando el desaliento se apodera de
don Quijote.
En el capítulo final, digna coronación de la obra, Cervantes no deja duda sobre la estrecha
fraternidad que une a esta extraña pareja: el noble caballero loco que sólo de ideales vive y el
rústico hombre del pueblo para quien la vida no tiene, en apariencia, más horizonte que el
de la satisfacción de las necesidades inmediatas.
Dice don Quijote en la hora de la verdad suprema, recobrando ya enteramente el juicio a las
puertas de la muerte: "y si estando yo loco fuí parte para darle el gobierno de la ínsula,
pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se lo diera, porque la sencillez de su
condición y fidelidad de su trato lo merecen". Añadiendo: "Perdóname, amigo, de la ocasión
que te he dado de parecer loco como yo haciéndote caer en el error en que yo he caído". A lo
cual, Sancho responde alentando a su señor a que no se muera y persista en la consecución
de sus ideales, con palabras, como todas las suyas, cargadas de sensatez, pero que muestran
hasta qué extremo se ha identificado con la vida de su señor, sin la cual la suya carecerá ya
de razón de ser.
Así cierra Cervantes en una página de conmovedora melancolía la singular historia del
hidalgo loco.