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LITERATURA ESPAÑOLA - Cervantes
BIOGRAFIA Y CARACTER
LA VIDA EN ESPAÑA; CERVANTES, ESCRITOR. TRABAJOS, PICARISMO Y FRACASO. -
Cuando vuelve a España, reprimidos ya por la adversidad los ímpetus de la juventud,
todavía le aguardan a Cervantes numerosos sinsabores. Pronto ve desvanecerse la esperanza
de obtener el premio de sus sacrificios. Empieza así una lucha sin tregua con un destino poco
clemente. Se instala en Madrid. Pasa luego en Portugal algún tiempo. No encuentra asiento
fijo. Se hace escritor. Produce obras de diferente género, sobre todo teatrales, buscando
probablemente la aclamación del público y algunos ingresos, pero no tiene gran éxito. En
1584 se casa con doña Catalina de Salazar y tampoco en el matrimonio parece que encontró
la felicidad. Se ve obligado a vivir de empleos humildes, entre ellos el de comisario de
provisiones para la Armada Invencible.
Reside diez años en Sevilla y otros lugares de Andalucía; viaja por sus pueblos. Es pobre y
debió de pasar apuros para asegurarse la subsistencia. En 1597, por la quiebra de un
banquero con quien había depositado ciertos fondos públicos, es encarcelado en Sevilla. En
estos años frecuenta seguramente el trato de gentes bajas, que quizá le atrajeran por su
humanidad más que las altas. No le faltarían tampoco ocasiones de contemplar las mil
formas de vida picaresca que abundaban en Sevilla, emporio económico, entonces, de
España y puerto de salida hacia las Indias. Conoció asimismo por ventas y caminos gentes
de toda condición, la vida de la España andariega, el ambiente campesino el ambiente
ciudadano, que van dejando en su mente impresiones de la mayor importancia. Con ellas
teje su obra. En 1590 intenta que le den un cargo en América. Más que el espíritu de aventura,
amenguado en la madurez, le induce a ello probablemente, como al Buscón de Quevedo y a
otros muchos desgraciados, el deseo ilusorio de mudar de fortuna mudando de tierra.
Después de otra temporada de encarcelamiento en la ciudad andaluza (1602), se traslada en
1604 a Valladolid. Se ve envuelto allí también en cuentas con la justicia a consecuencia de un
suceso en el que un caballero fue herido a las puertas de su casa. En el proceso se probó que
ni Cervantes ni su familia tuvieron la menor participación en el hecho, pero aparecen
declaraciones poco favorables para una hermana suya y para Isabel de Saavedra, hija natural
del novelista.
Entre tanto, ha aparecido el Quijote (1605). Su éxito de público fue inmenso, casi sin
precedentes. Sin embargo, no le produjo ni dinero, porque Cervantes seguirá quejándose de
pobreza hasta la muerte, ni la estimación de los compañeros de letras. Lope, en pleno triunfo,
le trata siempre con desdén; Lupercio L. de Argensola habla en contra ele él al conde de
Lemos, cuya protección había solicitado Cervantes para
pasar a Italia en su séquito;
Avellaneda, seudónimo del autor del falso Quijote, cuya identidad no se ha descubierto, le
hace víctima de ataques e insultos. No obtuvo, sino en pequeñísima medida, ni siquiera el
favor de Lemos y del arzobispo de Toledo, mientras otros mecenas poderosos colmaban de
mercedes a escritores mediocres.
A pesar de todo, los últimos años de su vida, en los que fija la residencia en Madrid, parecen
haber sido bastante serenos. Cervantes ha dominado con paciente serenidad el dolor de sus
desdichas. Se sobrepone al fracaso. Las grandes obras se suceden: las Novelas ejemplares
(1613); la segunda parte del Quijote (1615); Persiles y Segismunda (obra póstuma, publicada
en 1617). La amargura de su existencia encuentra al fin paliativo en la conciencia del propio
valer y de la inmortalidad de sus
creaciones, la mayor satisfacción que puede sentir un
escritor. En los prólogos al Quijote o a las Novelas ejemplares hay pruebas repetidas de que
Cervantes conoce el alcance de su creación. Pocos días antes de morir escribe el prólogo de
Persiles, página de la que ha dicho con razón Angel Valbuena que "es uno de los momentos
de más intensa humanidad en la producción cervantina".
El autor, Cervantes, va, caballero, como el héroe inmortal creado por su fantasía, en un rocín
tardo por los caminos de la Mancha, y encuentra en pleno campo a varios viajeros. Alguien
menciona su nombre y un estudiante le saluda con exagerados epítetos. Cervantes acepta
agradecido y cortés los elogios de su admirador, no sin rechazar como error "en que han
caído muchos ignorantes" su fama de escritor festivo y regocijado. Luego, "con el pie ya en el
estribo, con las ansias de la muerte", según dice en la dedicatoria del mismo libro, se despide
con tranquila alegría de la vida: "A Dios, gracias; a Dios donaires; a Dios regocijados amigos
que yo me voy muriendo y deseando veros contentos en la otra vida". Días después fallece
en Madrid el 23 de abril de 1616.
No hay por qué lamentar las desgracias de Miguel de Cervantes ni el nivel aparentemente
vulgar de su existencia. Como otros grandes genios, llegó por la senda del dolor y del
fracaso a la visión suprema en la que se penetran los recónditos secretos del arte y de la vida.
Pudo también a fuerza de experiencia, que rara vez se obtiene en el triunfo y la riqueza,
conocer, observar y pulsar todos los aspectos de la vida española en su grandeza y su
miseria; en su ilusionismo heroico y en la triste realidad de una decadencia ya inminente. De
ella iba a dejarnos en su obra el espejo más fiel.