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GEOGRAFIA ECONOMICA - La población humana
DISTRIBUCION EN LA AMERICA DE NUESTROS DIAS
El fenómeno reflejo apareció en América: en los Estados Unidos no fueron las tierras
subtropicales del golfo de México las que elevaron sus efectivos humanos a grados de densidad
comparables a los de Europa, sino Nueva York y la región conocida con el apelativo de la Nueva
Inglaterra. El carbón y el hierro de Pennsylvania tenían más importancia económica que las
plantaciones de algodón del Sur o los cereales y la ganadería del Oeste. El suelo y el clima
cumplían su misión y se poblaban antes las costas del Pacífico que el altiplano salobre de Idaho,
Utah y Nevada, pero el grueso de la población se radicaba en los Estados del Este, donde la
industria y el comercio ofrecían ancho campo a las actividades secundarias y terciarias, en las
que se ocupan dos tercios de la población humana en todos los países desarrollados.
En la América del Norte las zonas más pobladas se encuentran entre el trópico de Cáncer y el
paralelo 45°. En Asia es este mismo paralelo el que señala el límite de las grandes
concentraciones humanas. En cambio, en Europa, las mayores densidades de población se
hallan entre los paralelos 400 y 600. No hay duda de que son éstas las regiones más aptas para la
vida humana, como lo son
las del hemisferio sur, entre los paralelos 300 y 450; pero estas
últimas son sumamente reducidas si se las compara con sus equivalentes del hemisferio norte.
Sin embargo, dentro de estas zonas de suelo productivo y de clima templado, aparecen como
manchas muy pronunciadas los centros industriales y mercantiles que motivan las grandes
aglomeraciones de seres humanos. Londres, con sus nueve millones de habitantes, es la
culminación de este fenómeno en una isla como la mitad del Paraguay, que contiene cuarenta y
siete veces la población de este último país; no obstante, el nivel de vida de los británicos, sin
contar con un suelo y con un clima comparables a los del Paraguay, es superior en muchas veces
al de los paraguayos. Tal es la eficacia de la cultura y de la industrialización en sus efectos
ponderables sobre las posibilidades de la vida humana. Como decíamos al principio, la
inteligencia del hombre ha modificado, en parte, la rigidez de las leyes físicas, y al crear su
propia economía ha creado su propio mundo, distinto de aquel mundo elemental de la
agricultura, de la ganadería y de la pesca.
El caso de Gran Bretaña se reproduce en Bélgica y Holanda y en todo el centro-oeste de Europa.
París, Berlín y Moscú reúnen a más de cinco millones de habitantes en sus respectivos
perímetros urbanos. Pero estas ciudades tienen comunicación terrestre continua con un extenso
continente, mientras que Gran Bretaña es una isla que carece de alimentos y materias primas
para el sostenimiento de su población y en el caso de un bloqueo prolongado se vería
condenada no sólo al hambre y a la desnudez, sino a la muerte. La presencia de una tan crecida
masa humana en una isla fría, de exigua producción agrícola, es un testimonio elocuente de la
solidez de las leyes económicas y de su relativo triunfo sobre las leyes físicas. La isla de Java, de
población igual a la de Gran Bretaña, pero de superficie menor en dos tercios de la de ésta, no
puede parangonarse con Gran Bretaña por dos razones: primera, porque su suelo es de los más
ricos del planeta, y su clima, con ser tropical, es benigno, sano, y en todos sentidos favorable a la
vida animal y vegetal; y segunda, porque el nivel de vida de los javaneses es en muchas veces
inferior al de los británicos y, no sólo viven de sus propios recursos, sino que exportan muchos
alimentos y materias primas.
En América se reproduce el cuadro de Europa con caracteres idénticos. Más de un quinto de la
población del Canadá —el tercer país del mundo en extensión— se halla reunido en las
márgenes del lago Ontario y del río San Lorenzo. Nueva York y cuatro de los Estados que le
rodean reúnen la cuarta parte de la población de los Estados Unidos; en torno a los centros
industriales de Chicago y Detroit se reúne una quinta parte; la población de California y de toda
la costa del Pacífico crece rápidamente. La ciudad de México comprende una décima parte de la
población de todo el país. Río de Janeiro y San Pablo ofrecen igual proporción con respecto a los
habitantes del Brasil. Montevideo tiene más de un tercio de la población total del Uruguay, la
zona de Buenos Aires un cuarto de la población argentina, y la ciudad de Santiago un quinto de
la población chilena. En algunos casos la centralización administrativa favorece las
aglomeraciones humanas pero, en la época moderna es, por encima de todo, el desarrollo
industrial y mercantil el eje de las más nutridas concentraciones. Hemos citado la provincia de
Kiangsu, en la que el centro industrial y mercantil de Shanghai, el más importante de China,
provocó la más densa concentración humana. El ejemplo del Japón, las pequeñas islas pobladas
por setenta y cinco millones de habitantes, con centros como Tokio, de más de siete millones;
Osaka, de tres y medio, y varias ciudades que exceden del millón, bastaría para demostrar los
rápidos frutos de la industrialización sobre los efectivos humanos, pues el Japón, sin
inmigración, duplicó su población en menos de un siglo.