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GEOGRAFIA ECONOMICA – Manufacturas e industrias livianas
LA ERA DEL MAQUINISMO
La metalurgia, tradicional y peculiar en cada país, perdió mucho de su genio diversificador con
el desarrollo del mecanismo moderno. Pero la fundición, el torno y la forja, después del primer
espasmo industrial, resucitaron las antiguas artes y el preciosismo del detalle en los objetos de
uso y en los elementos decorativos. Igual ocurrió con la cerámica, después que la loza fabricada
en serie hubo invadido todos los hogares. El propio aluminio y el hierro colado y galvanizado,
que habían desplazado la antigua batería de cocina, sustituyen ahora las olvidadas calderas y
cacerolas de latón y cobre, y la alfarería clásica busca el renacer de gustos añejos. La mezcla de
lo antiguo y lo moderno se observa en la industria, como en los espíritus. El material sanitario
salido de los hornos eléctricos busca en las líneas, en los colores y en los estilos los rasgos y el
ambiente de los baños perfumados de los tiempos pretéritos. La cristalería fina resurge frente al
vidrio universalizado y plebeyo y al exhibicionismo del espejo biselado.
Pero la era del maquinismo se impone lo mismo en Europa que en Norteamérica, en la U. R. S. S.
como en el Japón, o en los países del hemisferio sur. Cada día se hace más difícil encontrar quien
labre un capitel, quien ilustre un libro con originalidad, quien construya un mueble con
maderas nobles e incrustaciones nacaradas. Todo se hace en serie, todo lo hace la máquina. Y el
maquinismo alimenta al hombre, viste al hombre, recrea al hombre, y lo convierte cada día más
en un producto de serie. Si por un lado va siendo más difícil encontrar quien consagre su vida a
las artes manuales, por otro resulta también excepcional encontrar quien lo estime o esté en
condiciones de retribuir. lo. Y las zonas retrasadas del planeta donde el maquinismo no ha
entrado a fondo, son más pobres cada día y languidecen bajo el apremio de una
industrialización que necesita expansión y espacio y que las absorbe o las anula con su sólo
aliento.
La construcción de viviendas en serie que se ha iniciado en muchos países, entre los cuales Gran
Bretaña se destaca notablemente, demuestra que el maquinismo es un rasero de profunda
significación social, que puede ofrecer a la mayoría la parte alícuota de bienestar económico, al
igual que la cinta del elevador de granos levanta las bolsas de maíz o la rotativa cuenta los
diarios impresos. Este género de construcciones va substituyendo al de los palacios, y la cocina
eléctrica, el refrigerador y el calentador ocupan un lugar principal y
no quedan medios ni
espacio para el detalle artístico o singular. El cemento ha eliminado a la piedra y hasta el vulgar
ladrillo es muchas veces pintura o imitación. El cemento, fruto también de los hornos eléctricos,
ha dado a la era del maquinismo su color gris y sus construcciones de estilo cubista, desnudas
de todo asomo de decoración, ostentando abiertamente su sentido utilitario.
Sin embargo, es muy probable que el trabajador industrial de hoy se halle en mejores
condiciones de seguridad y de confort que el artesano de la época medieval. Como decíamos al
principio, acostumbramos a juzgar la historia por la comparación entré las sociedades primitivas
sobrevivientes y las más desarrolladas industrialmente, y, puestas a escoger, las masas
productoras de los Estados Unidos, de Europa o de Australia no cambiarían su situación por las
de China, del Afganistán o del centro de Africa. Londres, Nueva York, Tokio, París, Berlín o
Moscú, son máquinas trepidantes, donde el hombre cumple el papel de plasma vivificante,
anónimo, sumido en el ritmo de una palpitación de motor y en el equilibrio del volante
graduador de la producción en masa. La máquina unida a los hombres, les fija su tarea, los
iguala, los descansa y les impone la capacidad de dirección, de distribución y de consumo. La
producción y la transformación corren por cuenta de la máquina, que ni se fatiga, ni protesta, y
que se complace en trabajar sin interrupción y en aumentar su rendimiento en cada nueva etapa.