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PSICOLOGIA - El precio de la civilización es el sufrimiento
Todo cuanto el hombre adquiere de ventaja sobre el animal, lo hace pagando un alto precio: el
animal solamente tiene dolores; el hombre tiene, además, penas, y éstas con frecuencia le son
tan insoportables que le llevan a suprimir voluntariamente su existencia mediante el suicidio.
En efecto, el hombre es el único Ser civilizado, pero también es el único Ser capaz de
suprimirse voluntariamente. Todos los grandes pensadores modernos confirman, con
palabras diversas pero con el mismo criterio, que solamente sufriendo se eleva el hombre al
plano espiritual. La renuncia a los goces sensuales, la retención de los impulsos primarios, es
lo que crea en nosotros la necesidad de imaginar y adoptar normas de acción más complejas y
da lugar a la investigación, al arte, a la cultura y a la civilización. Tal retención, claro es, no se
explica solamente, como algunos sociólogos ingenuos creen, por el mero hecho de que el
hombre se haya visto obligado a vivir en grupo (pues hay infinidad de animales gregarios en
los que la vida en común no ha llevado a desarrollar ningún hábito de autocensura), pero,
cuando menos, hay que reconocer que la vida en grupo es un motivo inicial de la misma.
En efecto, tan pronto como las "ganas" de un individuo coinciden con las de otros y son varios
los "concurrentes" a la obtención de un bien cualquiera (pedazo de carne, objeto valioso, lugar
preferido para descansar, etc.) surge la obligada necesidad de que todos renuncien a él menos
uno. Al principio tal renuncia era mecánicamente impuesta por el más fuerte, a testarazos, es
decir, a golpes. Luego, como a todos les dolían los cardenales y las heridas, se estableció, casi
automáticamente, la primera cola, o sea, que se hizo un turno por la posesión de tales bienes y,
al ser fijado ese turno por la costumbre, quedó instalada la "norma" o ley social, que
constituye el llamado DERECHO y es la base de toda organización humana. Así, pues, el
primer derecho reconocido fue, sin duda, el de la fuerza física y contundente. Más tarde fue el
de la "fuerza mágica", y mucho después lo fue el de la "fuerza razonante", pero es evidente
que siempre la norma de conducta entrañó, a la vez, una limitación y un progreso.
Por eso cuando Heidegger —el filósofo existencialista— nos dice que la vida humana es, ante
todo, preocupación y angustia (y por tanto, sufrimiento), coincide con Klages, que afirma la
oposición irreductible entre el alma (principio rector de la vida animal; pues que alma
significa esencia animal) y el espíritu (principio, según él, rector de la vida humana). Y
también coinciden ambos con Freud, el cual ha escrito que el gran dilema del Hombre consiste
en ser: un Salvaje sano o un Civilizado enfermo. El primero libera todos sus impulsos
destructivos al exterior y así se hace malo para los demás pero bueno para sí; el segundo, en
cambio, los alberga y los sufre, siendo bueno para los demás y malo para sí.
Claro es que la inmensa mayoría de los hombres y mujeres civilizados logra superar ese
dilema siendo alternativamente un poco malos para sí y para los demás, o sea, un poco santos
y un poco demonios, un poco cultos y un poco salvajes. Por eso se ha dicho que la persona
humana es "una inestable síntesis de iniciales contradicciones". La psicología profunda nos ha
demostrado que uno de los aspectos más curiosos de las actividades psíquicas es el
funcionalismo de los llamados "procesos o mecanismos de compensación y de auto-
regulación", gracias a los cuales llegamos a evitar el sufrimiento impuesto por la cultura sin
necesidad de ser pecadores, delincuentes o neuróticos manifiestos. Vale la pena que demos,
pues, la siguiente exposición sucinta de los mismos.