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PREHISTORIA - El Período Neolítico
CULTO A LOS MUERTOS
Hemos visto precedentemente, y lo ampliamos en el Curso de Arqueología, cómo el hombre del
Paleolítico —aunque de Mortillet lo niega tercamente— enterraba a sus muertos, dotándolos de
verdaderas sepulturas, acompañados de ajuar funerario primitivo y tiñendo, a veces, sus huesos
de rojo. El hombre del Neolítico retoma este culto a los muertos, creando muy diversos tipos de
sepulturas. En ello, como en todo lo demás, confirma el carácter local de su cultura. Por lo
pronto, emplea el simple hoyo de tierra. Esta simplicidad extrema parece no estar de acuerdo
con su adelanto en otras manifestaciones culturales. Quizá por ello, esta tumba tan fácil de
realizar es relativamente poco empleada en la Europa occidental, siendo en Alemania más
frecuente que en Francia. Sin embargo, en este último país, en el departamento del Marne se
han hallado sepulturas de este tipo en las cuales los cuerpos eran enterrados replegando las
extremidades sobre el tronco, un poco a la manera paleolítica, pero orientando de Norte a Sur
los pequeños hoyos verificados en la tierra.
SEPULTURA NEOLITICA EGIPCIA. La ilustración nos presenta el tipo de tumba en la cual el
extinto era depositado en posición encogida con brazos y piernas replegados, y rodeado de sus
pertenencias, entre las que se destacan cántaros y ánforas para las provisiones. Esta tumba fue
hallada en la Necrópolis de El Amrah, cerca de Abydos (Egipto).
Tumbas similares han sido señaladas en el valle del Nilo por Joly, desde 1888.
También continuaron manteniéndose las sepulturas en grutas. Y donde no las había, se
construyeron abrigos artificiales. El barón de Baye los ha estudiado en el departamento francés
que acabamos de citar. En algunos casos el hombre neolítico ha llegado a construir verdaderos
hipogeos, abiertos en los yacimientos de tiza —que no deben ser confundidos con las "minas de
sílex", de que antes se habló.
Estas construcciones comprendían una o dos cámaras, en las que se depositaban los cadáveres y
su ajuar funerario. Tanto las grutas naturales como estas intencionalmente practicadas por el
hombre eran luego cerradas con lajas de piedra o gruesos maderos. A veces los enterramientos
eran numerosos, agrupados regularmente por camadas, unos encima de otros, en dos hileras,
dejando entre ellos una especie de pasadizo practicable. Ciertas características de algunas de
estas grutas artificiales han permitido a Cartailhac suponer que fueron también utilizadas como
capillas funerarias para ciertos cultos mágico-religiosos. Otras, en su opinión, debieron servir
como lugar de sepultura para jefes o personajes de categoría superior.
Algunos autores, como de Mortillet, han supuesto que los dólmenes —cuya área de extensión
cubre Escandinavia, Inglaterra, Bélgica, Francia, Portugal, España, Suiza, Italia, Hungría y los
Balcanes, en Europa; toda la costa norte lindando con el Mediterráneo, en el Africa; la Siria y el
Asia Menor, el Afganistán, el Beluquistán, la India, Corea y el Japón, en Asia— pertenecían al
período Neolítico. Pero estudios más modernos han demostrado por el reiterado hallazgo de
rastros metálicos, que pertenecen a épocas posteriores. Dejemos, pues, este problema para la
oportunidad que realmente le cuadre.
En cambio, debemos señalar, como nuevo ejemplo de la diversidad de las maneras culturales
del Neolítico, que si bien en algunas regiones europeas todas las tumbas neolíticas demuestran
la costumbre de la inhumación, como por ejemplo en Suecia, Noruega y Dinamarca, otros
lugares de Europa nos advierten del uso de la incineración: por ejemplo, Francia, Turingia y
Prusia occidental. Sin duda los procedimientos de destrucción o preservación del cuerpo
humano después de la muerte estaban en estrecha relación con ideas acerca de un más allá;
nada conocemos de éstas en forma tal que nos sirva para hacer una interpretación adecuada.
Señalemos, de paso, que ni en Inglaterra, ni en Italia, ni en Suiza, se han encontrado huellas de
incineración. Las sepulturas en dos tiempos (es decir, con descarnamiento previo de los huesos
y entierro final de éstos) se han practicado desde el Paleolítico. En el Neolítico parecen haber
continuado en uso en distintas regiones de Europa, con un área de distribución muy amplia,
que comprende desde Inglaterra a Rusia.
En cambio, es propio del período Neolítico el practicar la trepanación de los cráneos. Esta
operación —que ignoramos si se verificaba in vivo o post mortem—, se nos revela por los
hallazgos de los cráneos de los sujetos que la han sufrido, hallados en tumbas correspondientes
a este período. Algunos autores han interpretado esta costumbre como destinada no a intentar
la curación de enfermedades sino a procurar los pequeños trozos circulares del casquete
craneano —llamado comúnmente "calota", en Antropología— para emplearlos como fetiches o
amuletos. Algunos de estos pequeños fragmentos han sido encontrados. Se los había provisto
de agujeros de suspensión, para unirlos a collares. Más aun, en el yacimiento de Stradonitz, en
Bohemia, se ha encontrado un fragmento de calota decorado con dibujos geométricos incisos,
semejantes a los trabajos que realizan aún los habitantes de algunas islas de la Oceanía.
Desgraciadamente, sólo los ritos funerarios nos aportan débiles atisbos de lo que debieron ser
las religiones y las preocupaciones ultraterrenas de los hombres del Neolítico. Todo cuanto se
ha escrito sobre el particular, que no es poco, es el resultado de inferencias, más o menos lógicas
o más o menos ingeniosas, deducidas de los restos materiales que aquellos lejanos hombres nos
han dejado.
Estas dificultades se han hecho aun más intensas por el fracaso a que han conducido todos los
intentos de reconocer la existencia de un valor alfabético a las inscripciones figurativas
neolíticas, que no son, posiblemente, sino expresiones puramente artísticas o, a lo más,
mnemónicas. El último y más rotundo de esos fracasos es el producido a raíz del hallazgo del
supuesto "alfabeto neolítico" de Glozel. Este hallazgo espectacular fue logrado en Francia por
Morlet y Fradin, quienes lo comunicaron a la Academia de Inscripciones, de París, a la Sociedad
de Antropología y a otros centros de cultura, sin merecer más que una desdeñosa o irritada
atención. La cosa no hubiera pasado, quizás, a mayores, si Salomón Reinach y el Mercure de
France no hubiesen apoyado a los autores nombrados, quienes eran, antes de este affaire, casi
totalmente desconocidos.
El ruido que las publicaciones del Mercure provocaron, así como la intensa agitación polémica
que Reinach desplegó, sirvieron para hacer popular este asunto, sacándolo del medio
estrictamente científico en que debió haberse desenvuelto. Pronto llegó hasta las revistas de
music-hall y los diarios vespertinos y populares del boulevard. Morlet y Fradin presentaban
guijarros con incisiones variadas, cuya disposición recordaba la de los signos de la escritura
cuneiforme, y que decían recogidos del subsuelo de Glozel. Llegaron a mostrar hasta noventa y
tres signos diferentes (lo que, ya de por sí, hubiese demostrado que no eran alfabetiformes)
afirmando que eran encontrados en terrenos netamente neolíticos. A pesar del apasionamiento
defensivo de Reinach y de la buena voluntad de otros autores que le seguían —en parte por su
prestigio y en parte por su posición oficial de director del Museo de Saint-Germain—,
investigaciones posteriores de laboratorio, basadas en observaciones microscópicas,
demostraron que los galets de Glozel no eran otra cosa que falsificaciones modernas en las que
el microscopio revelaba, implacablemente, las partículas de materia fresca invisibles al ojo
humano. Así fracasó la última y más espectacular tentativa de "inventarnos" un alfabeto
neolítico.