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PREHISTORIA - El descubrimiento de los metales
ALBORES DE TECNICISMO
La comprobación del endurecimiento de los objetos trabajados con esa mezcla determinó su
utilización voluntaria. De allí nació la aleación habitual de ambos metales, realizada en casi
todas las culturas metalúrgicas con un criterio puramente empírico.
Ello se revela por el examen de series algo nutridas de objetos del mismo tipo. Ese examen
permite, por lo general, comprobar que la agregación del estaño al cobre se efectúa en
proporciones que oscilan grandemente. No hay un criterio fijo para cada tipo de objetos
realizados. Hasta en un mismo yacimiento suelen encontrarse objetos del mismo tipo en los
cuales el ensayo del metal revela muy diversas proporciones de estaño. Sin embargo, todas ellas
llegan hasta un cierto límite, generalmente no mayor de la cuarta parte. Hay una espléndida
razón para eso, que ha sido comprobada por nuestras modernas nociones acerca de la
composición y propiedades de los metales. Si a una porción dada de cobre se le agregan partes
de estaño, la mezcla aumentará su dureza hasta llegar a un límite extremo, dado por la unión de
dos partes de cobre con una de estaño. La combinación resultante adquiere una dureza tal, que
ya no puede ser trabajada por los métodos habituales. Requiere serlo por la lima metálica, con
una penosa y lenta acción de desgaste. Vale decir, que se torna muy dura; lo que permite
suponer que no pudo ser empleada en trabajos metalúrgicos primitivos, y que de haber llegado
a serlo, hubiera requerido una labor ardua y demasiado prolongada, sin ventajas apreciables. Y
si, por hipótesis, se siguiera aumentando la proporción de estaño, a expensas de la del cobre, la
dureza de la mezcla se resentiría en relación con aquel aumento. El metal fundido resultante se
romperla en pedazos fácilmente.
Estas reglas primarias han sido, sin duda, rápidamente conocidas por los confeccionadores de la
metalurgia de la Edad del Bronce. Ello les ha permitido ir evolucionando hasta graduar con
bastante exactitud, al menos en las mejores manifestaciones de esta industria, las cantidades de
cobre y estaño requeridas para conceder a cada objeto la dureza que mejor convenía para los
fines a que se le destinaba. De esta manera aparece, por unión de ambos metales, el bronce,
material compuesto que reúne condiciones ideales para su empleo en la fabricación del ajuar
instrumental. Además, su color amarillo brillante —que le aproxima al espléndido fulgor del
oro—, la facilidad de llenar de una manera más perfecta
que el cobre nativo todos los
intersticios del molde de piedra, y otras ventajas, en parte ya recordadas, le transforman en el
elemento sobre el cual ha de reposar una industria —y aun un arte— tan importante como para
que todo el tiempo en que se usa predominantemente sea bautizado con su nombre.
Las ventajas recién recordadas de colmar muy perfectamente todos los lugares del molde
permiten obtener, una vez enfriado el metal depositado en él, piezas de una superficie mucho
más tersa y unida. Esta falta de granulaciones externas, que no tiene nunca el cobre puro, da
una terminación mucho más fina y pulida a los objetos de bronce. Además, permite diseñar
directamente sobre el molde de piedra decorados en bajo o alto relieve, cuyas líneas resaltarán
luego fielmente en el objeto, por la susodicha propiedad del metal en fusión de llenar todos los
resquicios del molde. Esta condición permite decorar las piezas, no ya por el lento y difícil
trabajo, empleado anteriormente (es decir, tallando las figuras decorativas sobre la pieza
metálica concluida), sino por un procedimiento técnico mucho más breve y seguro, ya que la
fidelidad de la decoración es absoluta. Ello, en cambio, conspira un poco contra la originalidad
artística. Antes cada pieza recibe una decoración única, pues aunque el artista quiera repetir el
motivo, ocurre —lo que es propio en todo arte manual— que imprimirá leves variantes de
confección o de diseño en cada caso particular. Ahora, en cambio, el molde de piedra permitirá
la repetición, sin variantes, de un único
diseño efectuado en el molde. Sin embargo, no debe
inferirse de ello (como podríamos estar tentados de hacerlo si nos dejáramos llevar por nuestros
hábitos comerciales modernos) que se repitan "en serie" los objetos decorados. Las condiciones
de vida en pequeñas comunidades eran tales que, pese al empleo reiterado de los moldes, los
objetos no se repetían hasta la saciedad, como sucede en nuestros días.
El empleo del bronce, por la natural dureza resultante de su mezcla, permite aliviar
considerablemente, también, las etapas de la fabricación. Con el cobre solo es necesario forjar y
endurecer la lámina metálica por medio del martillo. Esto supone un trabajo lento y de gran
esfuerzo muscular, y aun así no alcanza nunca a proveer al instrumento del grado de dureza
natural que obtiene el bronce. Modernamente existen diversos procedimientos químicos de
endurecimiento del cobre. Pero esos procedimientos eran totalmente desconocidos por las
culturas metalúrgicas de la antigüedad. En cambio, se sabía, sí, endurecer aun más el bronce por
la reiteración de las fundiciones, o por el agregado, en la mezcla nueva, de escorias (restos de
antiguos instrumentos de bronce). Esto es justamente lo contrario de lo que ocurre con el cobre
puro, al cual las refundiciones repetidas le aumentan la elasticidad pero no la dureza.
BRONCES ORNAMENTALES. Empuñadura de espada —con su pomo redondo, visto desde
arriba, en la parte superior— que muestra las típicas decoraciones geometrizantes de la Edad de
Bronce.