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MUSICA - Evolución de la música
INVENCION DEL PIANO
Ayudó a este progreso armónico, de manera principal y decisiva, el invento del piano. Antes,
disponían los compositores del clavicémbalo (clavicémbalo, en italiano; clavecín, en francés)
para probar sus obras o para componerlas. Pero el clavicímbalo es un instrumento que,
aunque aparentemente parezca igual que el piano, esencialmente es distinto. Ambos son
instrumentos de teclado y de cuerda. Pero en el clavicímbalo las cuerdas son pulsadas por
medio de una especie de uña, hecha de caña, de asta, o del caño de una pluma (el plectro de la
lira clásica) como en el laúd o la mandolina, mientras que en el piano las cuerdas son
percutidas por medio de un martillito. Pero el piano primitivo, el pequeño piano de mesa, era
el clave; no se llamó piano hasta que se inventó el pedal, o sea la palanca que, movida por el
pie, levanta los apagadores y permite que el sonido continúe, y hace que, al mismo tiempo,
resuenen por simpatía las cuerdas que corresponden a los sonidos concomitantes del principal,
lo que enriqueció extraordinariamente el timbre y la calidad del sonido. El inventor del
mecanismo del pedal llamó al nuevo instrumento pianoforte por la facultad que éste adquiría,
de ejecutar los sonidos, desde el más leve matiz al más fuerte: del pianissimo al fortissimo.
Después su nombre se abrevió en el de piano.
La creación del piano fue trascendental para la evolución de la música. No diremos que su
invento fuera la causa de que aparecieran las grandes obras de la escuela romántica, de Weber,
de Schubert, de Schumann, de Chopin y de Wagner. Pero sí puede afirmarse que la misma
fuerza interior que impelía al genio musical a buscar nuevo y más ancho camino a la evolución
de la música, fue la que aguzó el ingenio y guió la mano de los más hábiles constructores de
instrumentos hasta encontrar el tipo definitivo, y que no ha podido ser superado ni
perfeccionado, del actual piano.
El sonido seco, ácido, del clavicímbalo no aceptaba más que las notas cortas, poco sostenidas, y
por tanto, para mantener la sonoridad, tenía que valerse de las notas repetidas, de los trinos,
de las apoyaturas, mordentes y toda clase de fioriture y adornos. El piano posee, además de
todas cuantas posibilidades era capaz el clavicímbalo, la resonancia general, el sonido tenso y
sostenido, la potencia lograda por el redoblamiento de las notas de los acordes que el pedal
hace coexistir, y por la fuerza que puede imprimirle la acción enérgica de las manos del
ejecutante, al lado de la fineza y la suavidad de una pulsación graduada hasta el extremo, cosa
que el teclado del clavicímbalo, como el del órgano mismo, desconocían en absoluto.
Hasta la aparición del piano, la música orquestal no tuvo esta sonoridad pastosa, resonante,
magnífica, como de un órgano lleno de humanidad y de vibración vital y de los más variados
y sugestivos matices. Los compositores anteriores al piano usaban de los instrumentos de la
orquesta para hacer ejecutar las líneas melódicas, o las voces de la armonía o del contrapunto,
de sus composiciones. Pero no supieron imaginar aquellas resonancias orquestales. Beethoven,
con su genial visión interior, las intuyó en la última de sus grandes sinfonías, la novena. Pero
cuando el pianoforte fue creado era ya sordo, y le fue imposible comprobar el efecto de la
resonancia pianística y aplicarla, con la segura base de la experiencia, en la composición
orquestal.
Fue
Liszt, el famoso y gran pianista, el primero que supo hacerlo. Su técnica
pianística la transportó a la orquesta. E hizo que la orquesta sonara como un maravilloso
pianoforte.