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MUSICA - Evolución de la música
ETAPAS DE LA MUSICA
La música ha seguido, en su desarrollo, las etapas mismas que hemos señalado para el arte en
general.
El período primitivo fue el de los primeros ensayos —hacia los siglos XII y XIII— de una
polifonía bárbara e ingenua, que comienza con el canto del pueblo en la iglesia, en el cual las
melodías religiosas o las canciones profanas se entonaban por la voz de los hombres a la 8ª
baja de la de las mujeres, mientras que los impúberes, con su registro indeciso, lo hacían a la 5ª
o a la 4ª entre las de aquéllos. Era el llamado organum. A éste sigue el discantus, esto es,
cantos separados, en el que empiezan a aparecer los primeros intentos de imitaciones en las
calas, inocentes, pero sugestivos ensayos de fuga —si no fuera mucho decir—, con sus 8ª-, y
unísonos seguidos, y sus largos pedales, como los del viejo Perotino, uno de los más salientes
músicos de entre los pocos cuyo recuerdo ha quedado de aquella época primitiva.
Poco a poco, los compositores van perfeccionando su técnica. Sus obras son cada vez más
completas y complejas, hasta llegar a las grandes construcciones polifónicas de las escuelas
italiana, española y flamenca, correspondientes a los centros de civilización de la época: Italia,
España y Flandes. Es la época del polifonismo vocal, llegado a su cumbre en el siglo XVI. Son
astros de eterna luz, entre los polifonistas italianos, y por encima de todos ellos, Perluiggi de
Palestrina, cuyas composiciones imponen por la grandeza de la concepción y la avanzada
técnica contrapuntística; entre los flamencos, Jannequin des Pres y Roland de Lassus, autores
de algunas curiosas obras descriptivas y pintorescas, como "¡Oh, qué buen eco!", "Los pájaros",
"La batalla de Marignan"; y entre los españoles, Morales, Guerrero y Victoria, éste, profundo e
intenso corno ninguno, de un ardiente misticismo, expresado en una técnica que ya va más
allá del puro contrapunto y empieza a entrar en el campo de la armonía expresiva.
Los autores de este tiempo se sirvieron del coro para la composición de sus grandes creaciones
musicales. Era, entonces, el conjunto de voces humanas —de niño y de hombre, pues la mujer
no podía entrar en el recinto del coro de la iglesia, y eran obras religiosas la mayoría de las que
se escribían, y era el templo el lugar público en que se ejecutaba la música, como hoy lo es la
sala de concierto y el teatro— el medio de expresión más completo y sonoro de que disponían
los compositores, pues la orquesta no existía aún como un organismo constituido. En general,
las obras religiosas —misas, motetes, improperios—las componían sobre temas litúrgicos del
canto llano. Alguna vez usaban también motivos populares. Las obras profanas —madrigales,
canciones amatorias o festivas—, solían escribirlas sobre tonadas o aires que cantaba el pueblo.
Y ya desde tiempos anteriores (siglo XIII en adelante) en las cortes y en los salones de los
príncipes tenía su asiento la música instrumental culta. Los ministriles y los trovadores
cantaban sus romances o sus trovas acompañados por los laúdes. Para la danza y el concierto,
a los instrumentos pulsados, arpa y laúd, se juntaron los instrumentos de viento, flautas, oboes
y primitivos fagotes, y los de teclado, los viejos y pequeños órganos portátiles o de salón, y la
espineta, lejana antecesora del piano, que, como una caja, para tocarla se colocaba sobre una
mesa. Pronto aparecieron las violas de arco, la viola da braccio, y la viola da gamba, que se
tocaban (ya lo dice su nombre: de brazo y de pierna) como el violín la primera, y como el
violonchelo la segunda. Con ellas la música instrumental encontró el camino de su formidable
desarrollo, que más adelante había de culminar en la maravillosa orquesta sinfónica moderna.
El perfeccionamiento de estos instrumentos de arco llega, en el siglo XVII, a un punto que
luego no ha podido ni aun ser igualado. El célebre Stradivarius es el más famoso de los lutiers
(constructores de instrumentos de cuerda) de la escuela italiana, la superior a todas. Los
instrumentos que llevan su firma son los más preciados. En este tiempo quedaron fijados los
tipos, mejor diríamos, los arquetipos, de los instrumentos de arco: el violín, la viola, el
violonchelo y el contrabajo. Sólo en éste, el más grave de la familia, posteriormente se han
introducido modificaciones en la forma y en la medida, haciéndolo más grande para darle una
sonoridad más robusta, propia para servir de base a la potencia sonora de la gran orquesta
moderna.
Establecidos los tipos definitivos de los instrumentos de arco, quedó ya de hecho fundada la
orquesta. Y empieza entonces la creación de las obras orquestales que han de constituir la
cúpula magnífica —ya no se subirá más alto—del edificio de la música.
En Italia, centro que fue del arte desde el Renacimiento, floreció, antes que en otra parte, la
composición orquestal. Vivaldi (siglo XVII) es, entre los italianos de su tiempo, el músico de
más valor; sus "conciertos" no han perdido en prestigio, sino que son cada día más apreciados.
Pronto el cetro de la música orquestal pasará a manos de los compositores alemanes. Y lo
retendrán, de una manera vigorosa e indiscutible, hasta fines del siglo XIX.
Haendel y Bach, en el siglo XVII y comienzos del XVIII, son los primeros de la pléyade
impresionante, por su número y por su altísimo valor, de grandes músicos germanos. En
Haendel la melodía acompañada priva sobre el polifonismo sólido y formidable que domina
en Juan Sebastián Bach. Es este polifonismo el que da vida y juventud perenne a las obras de
este extraordinario genio, que, a través de los tiempos, las escuelas, las tendencias y la
evolución, conservan la facultad de impresionar hondamente a todo el que las oye. Y es esta
solidez de estilo lo que ha de dar carácter y valor a la escuela germana. En las cortes de los
príncipes de la Iglesia o del siglo, de Austria y de Alemania, de Bohemia y de Hungría, el
estilo orquestal va tomando un desarrollo portentoso. El viejo Haydn, músico de la corte del
príncipe Esterhazy, lleva la sinfonía a su forma definitiva. Mozart continúa e ilumina con su
divino estro el glorioso camino de esta forma musical, que Beethoven, dócilmente, seguirá en
los comienzos de su vida artística para romperla con fuerte garra al llegar a la madurez de su
genio.
Con las admirables obras de los polifonistas de los siglos XVI y XVII, y las creaciones
sinfónicas de los músicos italianos y germanos del setecientos y principios del ochocientos, la
música recorrió el período arcaico y avanzó rápidamente hacia la etapa de la perfección, el
período del arte clásico.
Esta perfección la alcanzó, la música, con la gran creación orquestal del siglo XIX. Los músicos
de este tiempo tienen ya en sus manos todos los elementos de la obra musical, llegados a su
completo desarrollo. El conocimiento y dominio de las leyes y los efectos de la armonía, con
los períodos cadenciales y el empleo de las modulaciones, dio a la melodía una amplitud de
línea y una intensidad expresiva desconocidas de las épocas anteriores; y el progreso
extraordinario de la técnica instrumental, y la nueva concepción de la sonoridad de la orquesta
y de las múltiples y coloridas combinaciones que se ofrecían, sugirieron al músico ideas
nuevas y efectos insospechados, tanto en la concepción musical en sí, como en la manera de
expresarla.