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MUSICA - La interpretación
CLASES DE INTERPRETES
Hay tres diferentes clases de intérpretes: el CANTANTE, el INSTRUMENTISTA, y el
DIRECTOR DE ORQUESTA.
EL CANTANTE fue el primer intérprete, y también el primer músico. Pero el verdadero arte
del canto no apareció hasta fines del siglo XVII y principios del XVIII, en que se descubrieron
sus reglas y su técnica. Fue Italia la cuna del bel canto, y fueron los castrati los que lo llevaron
a tan alto grado de perfección y esplendor, y de dominio técnico, que no ha sido superado.
Cuando un niño poseía una bella voz con excepcionales condiciones para el canto, se le
sometía a una infamante operación "contra natura" con el objeto de que conservara, al pasar a
hombre, la voz de soprano, enriquecida, entonces, con el volumen y la potencia de una mayor
caja torácica, y de una inteligencia interpretativa más desarrollada. Uno de los más célebres
castrati fue el famoso Farinelli, que pasó la mayor parte de su vida en la corte de España
gozando de todos los honores y del máximo poder junto a los soberanos Felipe V y Fernando
VI.
El bel canto fue la base de la escuela operística italiana, de tal modo que muchas de sus obras
debieron su vida y su éxito al gran arte de los cantantes que las interpretaban. En todas las
cuerdas hubo extraordinarios artistas: sopranos y contraltos, tenores y bajos. Pero han sido los
registros más aptos para la melodía cantable, soprano y tenor, los que más han brillado. Dura
todavía el renombre de la Bastardella, la Malibrán, la Patti, y de la más reciente, María
Barrientos. De los tenores, Gayarre, el navarro, y Caruso, el napolitano.
El bel canto ha decaído mucho, por dos causas: primera, porque el estilo de la composición
musical evolucionó hacia un género que no permite la manifestación de los principales
recursos en que se apoyaba la técnica de aquel "virtuosismo" vocal que hacía calificar de divos
(dioses) a los cantantes que lo poseían; y segundo, porque, en la actualidad, es raro que
quienes emprenden la carrera del canto se avengan a someterse a la estricta disciplina de un
régimen de seis u ocho años de continuado .y severo estudio, como lo hacían los antiguos
cantantes.
LOS INTERPRETES INSTRUMENTISTAS más
célebres han sido los que han cultivado los
instrumentos de clave (el piano), y los de arco (el violín). En la actualidad la técnica del piano
ha llegado a un grado tal de perfección, y su estudio se ha extendido tanto, que son infinitos
en el mundo los que lo dominan a fondo y son capaces de actuar como verdaderos concertistas.
Es, por lo tanto, muy difícil, hoy, brillar entre tantísimos buenos pianistas. Listz puede
considerarse como el creador de la gran escuela pianística moderna, modificada y
perfeccionada, después, como consecuencia de los nuevos estilos de composición. Han sido, y
son, tantos los pianistas célebres, que es difícil escoger los nombres de los más significativos.
Señalaremos sólo algunos. Después del de Liszt, citemos el del genial Antón Rubinstein, el del
famoso Ignacio Paderewski, y el de los vivientes Alfredo Cortod y Arturo Rubinstein.
La escuela violinística nació en Italia en el siglo XVII. La fama de Corelli y Vivaldi perdura. En
la primera mitad del XIX, Paganini impresionó al mundo con sus ejecuciones prodigiosas, que
parecían obra de magia. Todavía hoy no se ha develado del todo el secreto de su asombrosa
técnica. Después de él aparece el español Sarasate, como otra gran figura del arte del violín.
No han sido superados estos dos extraordinarios violinistas. En la escuela franco belga
sobresalió Isaye por la calidad elevadamente artística de sus interpretaciones. En la actualidad
es Kreisler el de más renombre entre los muchos y excelentes virtuosos del violín.
De los instrumentos de arco ha sido el violín, por su tesitura brillante y lo desarrollado de su
técnica, el que ha logrado mayor número de famosos concertistas. Después del violín es el
violonchelo el que le sigue —aunque a distancia, y no por la calidad, sino por la cantidad— en
el número y valor de sus cultivadores. Cuando ya el violín lucía en las manos de los grandes
violinistas como un instrumento solista propio para mostrar sus variadísimos recursos, tanto
para el canto expresivo como para las posibilidades técnicas, el violonchelo era considerado
sólo como un instrumento acompañante o para hacer, simplemente, el bajo de la armonía.
Hasta el siglo XIX no se le reconoció digno y capaz de actuar como solista y concertista. Haydn
escribió un concierto para violonchelo. Boccherini fue un célebre violoncelista y compuso
también un concierto para este instrumento. Popper hizo progresar mucho su técnica.
Actualmente es Pablo Casals el primero de los violoncelistas y hasta se le reputa como el
primero entre todos los concertistas de todos los instrumentos. Otro gran violoncelista es
Gaspar Cassadó, que en algo puede considerarse como discípulo de Casals, ambos hijos de
Cataluña.
La viola, por las condiciones de su timbre, bello y melancólico, pero poco variado, no ha
tenido cultivadores de gran fama.
En cambio, el contrabajo, a pesar de su grave tesitura y de su poca agilidad, ha tenido algunos
célebres concertistas, como Bottessini, que fue además compositor y director de orquesta.
Entre los instrumentos de cuerda pulsada, la guitarra ha dado grandes concertistas. El
fundador de la moderna escuela de guitarra fue Fernando Sor, a fines del siglo XVIII y
principios del XIX, continuada por Francisco Tárrega y representada hoy por Andrés Segovia,
todos españoles. También el arpa ha permitido que brillaran en su ejecución concertistas de
valor. Hoy en día es, seguramente, el primero de ellos Nicanor Zabaleta.
Todos los instrumentos de viento tienen excelentes ejecutantes, pero pocas veces actúan como
concertistas.
EL DIRECTOR DE ORQUESTA es el intérprete puro. Se diferencia de los demás intérpretes en
que su técnica es relativamente muy fácil. Los instrumentistas
necesitan largo y constante
estudio para llegar a un dominio completo del mecanismo de su instrumento. En cambio,
cualquier músico puede dominar en poco tiempo la manera de marcar el compás. Pero hay
una diferencia esencial entre el concertista y el director de orquesta: el instrumento del
concertista es inerte; el del director es vivo: la orquesta. De donde se deduce que el director ha
de poseer especiales facultades para poder imponer su voluntad sobre la voluntad de los
músicos a sus órdenes, y hacer que éstos toquen, no como ellos sientan, sino como él desee y
quiera. Esta facultad de sugestión es lo que caracteriza el arte del director. Pero además
necesita, para ser un buen director, poseer el gusto fino y la comprensión profunda del sentido
de las composiciones que ha de interpretar, para transmitir al público, a través de la ejecución
orquestal, la idea y la emoción que infundiera el autor en su obra, llegando, a veces, hasta a
intensificarlas y superarlas.
El arte del director de orquesta es relativamente moderno. Antes, el primer violín o el primer
contrabajo, marcaban con el arco el ritmo; o el músico que tocaba el clave, con movimientos de
las manos o de la cabeza, señalaba el compás. Héctor Berlioz, el gran músico francés de la
época romántica, fue uno de los primeros en dar a la dirección de la orquesta el valor y la
importancia que actualmente tiene. Desde entonces ha habido muchos virtuosos de la batuta.
Hans Richter fue un gran director de la época wagneriana. Arthur Nikish ha sido, acaso, el
más célebre; y el más brillante, Felix Weingartner. Y hoy, el que goza de más fama es Arturo
Toscanini.
¿En qué consiste la interpretación? Es decir, ¿sobre qué elementos de la ejecución musical se
apoya, o qué modificaciones introduce sobre ellos? En realidad, la interpretación descansa,
principalmente, en el ritmo, y de él en el valor absoluto de la duración de las notas. Esto es: en
hacer que unas notas duren mayor o menor tiempo que el que les corresponde como fracción
del compás, en darles esta ligera oscilación que es efecto y causa a la vez, de la sensibilidad y
la emoción estética; y también en dar a las notas el ataque y el acento precisos en unos casos, y
en otros el suave y arrastrado paso (el discreto portamento), intenciones todas, que no es
posible fijar con exactitud por medio de signos, en la partitura, y que sólo el verdadero artista
sabrá interpretar y traducir llevado por el certero impulso de su intuición inspirada.
Además, el intérprete ha de penetrar en el sentido de la obra, en su estilo y su carácter, y ha de
tener en cuenta la época y la escuela a que pertenezca, condiciones todas que han de influir en
la manera de ejecutarlas. Y ha de atender, además, lo que es de suma importancia, a la forma
general de la composición, para que ésta se presente al auditorio con la gradación justa de su
desarrollo y de sus efectos.
Por eso las obras musicales necesitan, para llevarlas a la realidad, no sólo al ejecutante, sino
también al intérprete capaz de sentir y expresar estas finezas y matices de dicción y fraseo que
son el alma y la vida de la música.