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HISTORIA DE LA CIENCIA - El siglo XX
EL MUNDO FISICO: EL MACROCOSMOS.
SONDEO DEL UNIVERSO CON
INSTRUMENTOS MAS PODEROSOS
La exploración del espacio realizó grandes adelantos gracias al creciente alcance de los
instrumentos de observación. Los refractores con lentes dieron paso a los telescopios de
espejos, cuyo porvenir habían preconizado Herschel y Lord Rosse con justa razón: son
formidables aparatos abrigados por enormes cúpulas y servidos por un batallón de
especialistas. El año de 1909 vio aparecer un telescopio con 150 centímetros de diámetro,
superado un decenio después por un gigante de 250 centímetros y cuyo objetivo pesa un
centenar de toneladas, del cual se enorgullece el observatorio de Mount Wilson en los Estados
Unidos. Mas, desde la plataforma de Mount Palomar se dirige hacia el firmamento un ojo
todavía más gigantesco; su espejo, con un diámetro de 508 centímetros, pesa 400 toneladas, su
montaje acaba de ser terminado y ya comienza a rendir sus pruebas. Paralelamente al
creciente tamaño de estos instrumentos, los espectrógrafos agrandaron enormemente sus
prismas. Bloques de cristal hasta de 40 kilogramos despliegan la luz sideral en cintas de medio
metro de ancho, decuplando la dimensión máxima de los espectros, tal como eran en 1900. El
simple aparato de Kirchhoff se ha transformado en una verdadera máquina para descifrar
señales estelares.
¡Cómo se agrandó enormemente el horizonte métrico del Universo! El siglo XIX no conocía
otro método para medir las
distancias que el procedimiento trigonométrico de Bessel, cuyo
alcance era inferior a 500 años luz. Recordemos que un año luz equivale al camino recorrido
por la luz en un año, o sea, en cifras redondas, 10 billones de kilómetros (1013 km). Mas en la
segunda década de este siglo WALTER S. ADAMS (nacido en 1876) encontró un criterio
espectroscópico que permitió extender una decena de veces el radio de las distancias
mensurables. Sin embargo, este límite pronto fue franqueado gracias a la observadora
norteamericana HENRIETTA LEAVITT (1868-1921), que descubrió en 1911 una estrecha
relación numérica entre el brillo absoluto de ciertas estrellas variables —las cefeidas— y la
duración de la oscilación de su luminosidad. El poder del método es realmente asombroso: de
algunos millares de años luz llevó el cartabón métrico a profundidades espaciales de millones
de años luz. Comparables a faros cuya luz intermitente permite al marino orientarse en la
noche del océano, las cefeidas son los reflectores intermitentes del océano galáctico. Como
estas estrellas oscilantes abundan en el espacio, tan lejos como llegan nuestros telescopios, así
podemos medir distancias. Fue este método el que permitió a Shapley medir las dimensiones
de la Galaxia, y a Hubble determinar las distancias de las nebulosas espirales.