Textos    |    Libros Gratis    |    Recetas

 

.
HISTORIA DE LA CIENCIA - Importantes progresos en la Biología
LOS PRIMEROS INVESTIGADORES DEL PASADO DE LA TIERRA
Buffon es el primer investigador del pasado de la Tierra. Buscó el origen de la Tierra y de los
otros planetas en una colisión del Sol con un corneta, y discernió en la evolución de nuestra
morada planetaria siete épocas. Asignando a cada una características geobiológicas, calculó su
duración; en oposición a la cosmología bíblica, atribuyó sin vacilar al globo terráqueo una
lenta evolución y gran antigüedad. Setenta y dos mil años, estima Buffon, pasaron desde el
nacimiento de nuestro planeta hasta la sexta época que vio la aparición del hombre: período
sin duda ínfimo en comparación a los 2.000 millones de años que la ciencia actual confiere a la
corteza terrestre, pero considerablemente más largo que los 5.000 años señalados por la
teología y la ciencia del siglo XVII al pasado de la Tierra. Además, en la obra de Buffon
aparecen por primera vez los fósiles de las especies desaparecidas como testigos de épocas
acabadas de la historia del globo.
La presencia de fósiles en las rocas estratificadas dio bien pronto lugar a más de una hipótesis.
Esos enigmáticos restos, creían unos, se habrían formado en la Tierra en la época de la
creación; y sin embargo, nunca llegaron a poseer vida. Serían lusus naturae, modelos
inconclusos de la futura creación. Formaciones privadas de vida, esos fósiles, pretendieron
otros, crecían sobre las rocas como hacen los cristales en las soluciones. El gran artista
Leonardo da Vinci y el clarividente danés NIELS STENSEN (1648-1686) habían reconocido el
origen orgánico de los esqueletos fosilizados, y Buffon se dio cuenta' del primordial papel que
los seres prehistóricos, cuyos restos petrificados son los fósiles, debían representar en la
historia de la Tierra. Sin embargo, fue el francés GEORGES CUVIER (1769-1832) quien hizo el
primer estudio sistemático de esas formas de una vida extinguida y reconoció los importantes
servicios que los fósiles habrían de rendir, como instrumentos cronológicos, en la valoración
del pasado. Cuvier y el inglés WILLIAM SMITH (1769-1839) se dieron clara cuenta de que los
animales no habían sido siempre los mismos sobre la superficie de la Tierra y de que la fauna
de un terreno caracteriza, por consiguiente, su edad: doble axioma que constituye la base de la
Paleontología. Sólidamente apoyado en la Anatomía comparada y ricamente provisto para
esos estudios comparativos por la admirable colección del Museo de París, entonces única en
el mundo, Cuvier logró poner en evidencia el axioma de que cuanto más antiguos son los
fósiles, más difieren de los animales actuales. Del caos de los hechos supo extraer con
habilidad las ideas conductoras que no solamente le permitieron orientarse en el reino de los
animales vivientes, sino también reconstruir por primera vez la fisonomía de la fauna del
pasado. Estableció el "principio de las correlaciones de las partes", que exige, como condición
indispensable de la existencia de un tipo dado, la estrecha interdependencia de los órganos
cuyas funciones deben completarse. El organismo animal es el resultado de esas relaciones
necesarias, que determinan así cuáles entre los tipos teóricamente innumerables son realmente
posibles en la naturaleza. Guiado por este simple principio que hoy en día se nos aparece casi
como un postulado de la lógica, Cuvier llega, a menudo apoyándose solamente en pocos
fragmentos de huesos, a reconstruir completamente los esqueletos de gigantescos animales
que en la época terciaria habían poblado áreas de lo que hoy es Francia. Fue menos feliz en la
tarea de explicar la causa de la desaparición de tantas formas de vida y de la aparición de otras.
Visiblemente influido por sus creencias religiosas, creyó en la realidad de una serie de
catástrofes de las cuales la última habría sido el diluvio bíblico. Cada uno de los cataclismos
geológicos habría destruido fauna y flora de la época precedente, que se restablecieron, cada
vez, por consecutivas creaciones. Aunque artificial, esta teoría, apoyada por el enorme peso de
la autoridad de su autor, ejerció desfavorable y extraordinaria influencia, pues fue mantenida
hasta mediados del siglo XIX por los discípulos del gran paleontólogo, que eran más
cuvieranos que el mismo Cuvier.
La Paleontología y la Geología son, históricamente, ciencias gemelas: los progresos de una
coinciden con los de la
otra. El alemán ABRAHAM G. WERNER
(1750-1817), verdadero
dictador de la geología durante la juventud de Cuvier, enseñaba que todas las capas rocosas
de la Tierra se habían formado con materias químicas precipitadas de un océano universal.
Esta opinión concordaba muy bien con la del gran paleontólogo francés, puesto que, según
Werner, cada una de las inundaciones que depositó una masa rocosa se habría producido
súbitamente, en forma catastrófica. Al igual que el catastrofismo de Cuvier, que encontró un
temible adversario en la doctrina evolucionista de Lamarck, la hipótesis de Werner encontró
también una irreductible oposición cuando —en el último decenio del siglo— JAMES
HUTTON (1726-1797) publicó su Teoría de la Tierra. La historia del pasado debía explicarse,
no en función de cataclismos más o menos imaginarios, sino, afirma Hutton, por los cambios
operados en el curso de una lenta evolución de la superficie del globo, provocada por fuerzas
observables todavía. La Tierra se desgasta continuamente por la acción de los mares, ríos,
lluvias y vientos; el sedimento arrastrado por el agua forma una capa que se solidifica con el
tiempo y engendra una roca. Hutton interpreta los estratos como lechos de antiguos mares y
lagos, explicando el nacimiento de las montañas por movimientos y levantamientos de la
corteza terrestre. Estas ideas terminaron por triunfar gracias al inglés CHARLES LYELL (1797-
1875), padre de la geología moderna; en sus célebres Principios de la Geología, éste demostró
que las fuerzas modeladoras de la superficie de la Tierra, agentes físicos, químicos y orgánicos,
continúan lentamente, bajo nuestros ojos, su obra transformadora, de modo semejante a lo que
acontece con las arenas del Sahara, cuya acción, apenas perceptible en un año, sepulta
pirámides en el curso de milenios.