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HISTORIA DE LA CIENCIA - Fundadores de la Química moderna
DESDE STAHL HASTA LAVOISIER
Hacia 1720, las ideas teóricas de los químicos no se diferenciaban mucho de las que animaran
a Paracelso. En cambio, hacia 1820 se habían vuelto, en sus rasgos esenciales, semejantes a las
que profesamos hoy. Estos cien años, de los cuales la mayor parte pertenecen al siglo que
estamos historiando, representan, pues, el período de la laboriosa gestación y del nacimiento
de la Química moderna.
Al igual que Aristóteles, los químicos, en los umbrales del siglo XVIII, consideraban el agua y
el aire como elementos y ensayaban describir las reacciones con la ayuda de principios
marcadamente vitalistas. Las lecciones de Boyle, con su claro concepto del elemento químico,
estaban olvidadas, y la teoría del flogisto, desarrollada por Stahl, servía para interpretar una
gran parte de los fenómenos experimentales. GEORG ERNST STAHL (1660-1734), médico del
rey de Prusia, popularizó las ideas de su maestro Johann J. Becher, dándoles forma más
doctrinal. Cuando los cuerpos, enseñó, arden o se calcinan, escapa de ellos un elemento vital,
un principio ígneo, el
flogisto; cuando se recupera por reducción la sustancia original, el
flogisto es incorporado de nuevo al cuerpo. Los metales son cuerpos compuestos; al calentarse
pierden su flogisto convirtiéndose en cal metálica (óxido), pero basta calentar la cal con carbón
u otro cuerpo rico en flogisto, para ver regenerarse al metal original. Por supuesto, Stahl no
ignora que la combustión exige la presencia del aire. El papel del aire, aunque importante, es,
según Stahl, pasivo: en el vacío, el flogisto no puede separarse del cuerpo, y el aire es el que
permite su escape recogiéndolo. Sin duda, después de las investigaciones de Mayow y Boyle
se sabía que los metales al quemarse aumentan de peso, hecho cardinal que los flogistas se
vieron obligados a ignorar o atribuir al flogisto un peso negativo, cosa que hicieron en efecto
los más ortodoxos de sus filas. A pesar de todo, la teoría de Stahl, puramente cualitativa, que
presentaba la realidad al revés, tiene el innegable mérito de haber unificado los fenómenos de
calcinación y combustión que el siglo anterior todavía había separado.
La mayor parte de los grandes químicos de la época se adhirieron a la doctrina flogística, lo
que, sin embargo, no les impidió realizar descubrimientos fundamentales. El inglés STEPHEN
HALES (1677-1761) creó los primeros dispositivos para recoger gases, preparó varios de éstos,
pero sin reconocer las diferencias químicas entre las sustancias aeriformes. Empero Joseph
Black, de quien ya hemos hablado, descubrió que el "aire fijo" —el anhídrido carbónico—
posee propiedades muy distintas de las del aire común, y el inglés HENRY CAVENDISH
(1731-1810), filósofo excéntrico y experimentador de primera magnitud, aisló y estudió el "aire
inflamable" —el hidrógeno de hoy—, encontrando que con el aire ordinario forma una mezcla
explosiva. El boticario sueco KARL WILHELM SCHEELE (1742-1786) e, independientemente,
el teólogo unitariano JOSEPH PRIESTLEY (1733-1804), obtuvieron por calentamiento de óxido
rojo de mercurio y de otros óxidos el "aire de fuego" o "aire deflogisticado", es decir, el oxígeno
de nuestra nomenclatura. Priestley estableció con toda claridad que el oxígeno mantiene la
combustión y que la presencia de oxígeno es indispensable para la respiración de los seres
vivientes. Las investigaciones de Cavendish, Scheele y Priestley se entrecruzan y se completan.
Al quemar "aire inflamable" en "aire deflogisticado" —esto es, hidrógeno en oxígeno—
Cavendish muestra que el producto de la combustión es agua. Si la proporción volumétrica
del oxígeno y del hidrógeno es de 1 a 2, ambos gases, comprueba Cavendish, desaparecen
para formar un peso de agua igual a la suma de los pesos de los dos gases. Por otra parte, los
experimentos de Scheele y de Priestley dejan fuera de duda que el aire es una mezcla de dos
gases. Así, agua y aire —dos "elementos aristotélicos"— terminan por revelarse cuerpos
compuestos. Además, Scheele realizó un número extraordinario de hallazgos: descubrió la
barita, el magnesio, el cloro; obtuvo muchos ácidos orgánicos e inorgánicos; la glicerina, la
aldehida y la caseína se agregan a la sorprendente serie de sus descubrimientos.
Estos éxitos se acumularon hacia 1780 y enriquecieron incomparablemente el patrimonio de
los conocimientos químicos. Sin embargo, todos estos grandes experimentadores mantuvieron
la doctrina de Stahl: revisar la teoría del flogisto y el concepto cardinal del elemento bajo la
nueva luz de los conocimientos adquiridos fue obra de Lavoisier.