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HISTORIA DE LA CIENCIA - La Física del siglo XVIII
PROBLEMAS DEL CALOR
Los físicos de la época posgalileana  sabían medir perfectamente la temperatura gracias a los
termómetros de escala fija perfeccionados por los académicos florentinos, discípulos de
Galileo. Pero la fundamental diferencia entre temperatura y cantidad de calor no fue
claramente reconocida hasta las investigaciones del médico escocés JOSEPH BLACK (1728-
1799), quien demostró que ciertas sustancias para elevar su temperatura en un grado
demandan más calor que cantidad igual de otras sustancias. Además, el experimentador
escocés observó que la fusión del hielo o la evaporación del agua hirviente roban al medio
grandes cantidades de calor —"calor latente"— sin alterar por ello sus temperaturas. Las
experiencias de Black impresionaron vivamente a JAMES WATT (1736-1819), mecánico de la
Universidad de Glasgow. Estudiando el calor latente del vapor, se propuso aumentar el débil
rendimiento de la máquina de Newcomen, máquina que servía para elevar agua. Watt
introdujo notables mejoras en el antiguo modelo, particularmente en el condensador,
destinado a absorber el calor latente del vapor, y construyó la primera máquina de vapor.
La mayoría de los investigadores de esa época, incluso Black y Watt, consideraban el calor
como una extraña sustancia sin peso, un fluido sutil, increable e indestructible —llamado
"calórico"—, que pasaba de un cuerpo a otro sin que su cantidad sufriera modificación alguna.
Sin embargo, hacia el año 1798 la atención de BENJAMIN THOMPSON, CONDE DE
RUMFORD (1753-1814), fue atraída por la enorme cantidad de calor que se desarrollaba
durante el barrena-miento de tubos de cañón. "Admitamos, reflexionó Rumford, que el
calórico escondido en la masa del bronce fuera exprimido como el agua de una esponja por la
presión de la mecha. Entonces sería menester admitir que una cantidad finita de bronce oculta
una cantidad infinita de calor, dado que el calor fluye tanto tiempo como dure la perforación
del tubo". Para verificar su idea, Rumford hizo taladrar una masa metálica sumergida en agua,
y comprobó que después de dos horas el agua terminó por hervir. Era evidente que por el
frotamiento de la mecha se había creado calor. "Lejos de ser una sustancia, concluyó Rumford,
el calor es movimiento". Esta sagaz conclusión de Rumford encontró pronto apoyo en los
ensayos (1799) del químico Davy; sin embargo, la naturaleza cinética del calor debió esperar
más de medio siglo para ser poco a poco aceptada.