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HISTORIA DE LA CIENCIA - Progresos en Biología
CONSECUENCIAS DE LAS IDEAS DARWINEANAS
Desde los tiempos de los Principia de Newton ningún libro científico había despertado tanto
interés, pero es cierto también que en ninguno había sido expuesto de una vez tal cúmulo de
hechos para apoyar una hipótesis. Sin embargo, los argumentos de Darwin estaban lejos de
convencer a todo el mundo. Mientras sus partidarios Lyell, Huxley, Haeckel y otros
consideraban la doctrina como un verdadero "relámpago en la oscuridad", los adversarios,
Owen, Agassiz —apoyados por muchos de los viejos geólogos y biólogos—, sólo vieron en las
nuevas ideas un tejido de suposiciones arbitrarias y hasta absurdas. A las filas de los
adversarios se sumaron los teólogos, encabezados en Inglaterra por el obispo Wilberforce, que
denunció desde los púlpitos al autor de la revolucionaria teoría como el anticristo del siglo
XIX, que procuraba destronar a Dios. En abierta contradicción con la Biblia, la doctrina
transformista había reemplazado con el mecanismo de la selección natural a la Providencia en
su papel de creadora de las diversas formas de seres vivientes. Según el punto de vista
teológico, la falta más grave de la doctrina concernía al origen del hombre; Darwin había
evitado desarrollar la aplicación de su tesis al hombre, pero su discípulo ERNST HAECREL no
retrocedió ante las últimas consecuencias de la idea darwiniana (1866), seguido pronto por el
maestro mismo, que reunió en un libro apasionadamente discutido, publicado en 1871, las
pruebas del origen común del hombre y de los monos antropoides, vástagos divergentes del
mismo tronco. La controversia, larga y encarnizada, no logró, sin embargo, debilitar la
influencia de las ideas de Darwin y entrañó, al contrario, la consecuencia de que el
"darwinismo" —un evolucionismo exagerado que crearan los teóricos germanos— fuera
aceptado hacia fines del siglo como un sistema filosófico o aun como una especie de religión.
Rechazando el tradicional dualismo del alma y del cuerpo, la doctrina monista propalada por
Haeckel terminó por proclamar que el hombre sólo era una aglomeración de materia y energía.
La crítica objetiva y ponderada que siguió a los momentos de efervescencia aclaró muchas
incoherencias de las ideas del gran inglés. Es muy difícil sostener que la selección natural baste
para explicar el mecanismo de la transformación de las especies; la transmisión de los
caracteres adquiridos es rechazada por la ciencia actual; la conservación de las razas
privilegiadas y "la supervivencia del más apto" —pilares de la teoría— son conceptos mal
definidos que arrastran a círculos viciosos. Pero estas manifiestas debilidades dejaron intacto
el núcleo de la teoría: el principio de la evolución, pronto confirmado y de modo siempre más
amplio por irrecusables pruebas de los hallazgos paleontológicos. Las capas de la corteza
terrestre empezaron a entregar significativos documentos de la vida desaparecida: al
descubrimiento del archaeopterix en Alemania, animal de la era secundaria que fuera a la vez
pájaro y reptil, siguió en Bélgica el del iguanodonte, gigantesco antepasado de lagartos
contemporáneos. Los hallazgos de los paleontólogos norteamericanos CHARLES OTNIEL
MARSH (1831-1899) y HENRY
FAIRFIELD OSBORN (1857-1935) revelaron una fauna
insospechada, frente a la cual el gliptodonte y el paleotherium de Cuvier hacían papel de
enanos: la monstruosa legión de los dinosaurios, a los que la estructura de sus esqueletos
coloca, a pesar de la diferencia de tamaños, indiscutiblemente en la línea genealógica de
especies actuales. Entre tanto, el hallazgo del cráneo del hombre ancestral en Neanderthal
(1856) no fue un descubrimiento aislado: los restos fósiles del hombre primitivo salieron de su
tumba, en Java en 1894, en Bélgica en 1886, en Inglaterra en 1917, llenando gradualmente las
etapas intermediarias entre el antepasado simiesco y el Homo sapiens de los tiempos
históricos.