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HISTORIA DE LA CIENCIA - Los griegos
LOS JONICOS: EL ORIGEN DE LAS COSAS
En los umbrales del siglo VI a. de C., cuando nuestra historia comienza, ninguna colonia
griega se encontraba en situación más favorable que las jónicas de las costas del Egeo para
servir de intermediarias entre la vieja cultura de Oriente y la que en ese momento pugnaba
por surgir en Occidente. Sus colonos mantenían amistosas relaciones con las gentes de la
Mesopotamia, donde, a pesar de la invasión persa, la luz de la ciencia de Nínive y Babilonia
no se había extinguido; por otra parte, sus comerciantes y marinos llegaban hasta Egipto, cuna
primera, en orden cronológico, del pensamiento científico. Entre los comerciantes que viajaron
a esos dos países se encontraba TALES DE MILETO (639-568), fundador de la Escuela Jónica.
En el país del Nilo aprendió de los agrimensores Geometría. Mas, ¡qué diferencia entre los
maestros y su alumno; donde aquéllos sólo veían casos aislados, Tales encontraba teoremas
generales! Reconoce la igualdad de los ángulos opuestos de dos líneas que se cortan, la
igualdad de los ángulos básicos del triángulo isósceles, la proporcionalidad de los lados en
triángulos que tienen ángulos iguales. Descubre el hermoso teorema de que un ángulo inscrito
en una semicircunferencia es siempre rectángulo. En una palabra, es el primero en hacer
verdadera geometría. Su sagacidad entrevé elegantes aplicaciones de algunos de los teoremas
hallados, y sorprende, como nos cuenta Plutarco, a los egipcios demostrándoles cómo la
semejanza de triángulos permite calcular la altura de cualquiera de sus pirámides a partir de
la longitud de su sombra, puesto que la primera está con la segunda en la misma relación que
la altura de una vara vertical cualquiera con la longitud de su sombra.
Se afirma, además, que Tales logró predecir un eclipse de sol y que descubrió la desigualdad
de las cuatro estaciones astronómicas.
Nada más característico para probar la osadía del espíritu griego que las especulaciones
cosmogónicas de los jónicos: apenas conocían los fenómenos primordiales y ya procuraban
remontarse al origen de las cosas. Buscaban la sustancia primaria y única cuyas
transformaciones engendrarían la variedad de los fenómenos. Según Tales, el agua era la
materia primitiva, y estaba en la base de todas las cosas; ANAXIMENES DE MILETO, otro
pensador jónico, no compartía esta opinión; según éste, el aire se ha vuelto, por sucesivas
condensaciones, agua y después tierra sólida y además, por rarefacción, engendró el fuego. En
oposición a ambas doctrinas, HERACLITO DE EFESO (floreció hacia el 500 a. de C.) hacía del
fuego etéreo la sustancia inicial del cosmos. Quizás estas especulaciones nos parezcan pueriles,
y, sin embargo, revelan una convicción presente durante toda la larga historia de la ciencia,
nunca desmentida aún por la ciencia más moderna: la convicción de la unidad fundamental
de la naturaleza.