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HISTORIA DE LA CIENCIA - Los griegos
HIPOCRATES: CADA EFECTO TIENE SU CAUSA NATURAL, AUN EN LA MEDICINA
En Grecia, como en las antiguas civilizaciones de Oriente, la medicina primitiva se confunde
con la magia: los primeros médicos eran sacerdotes; las primeras clínicas, templos. Las causas
de las enfermedades no residían en el organismo de los pacientes sino en acciones de seres
sobrenaturales, dioses o demonios. Resultaba, pues, lógico que se buscara curar mediante
prácticas religiosas: por encantamientos, exorcismos, sacrificios expiatorios u otras fórmulas
mágicas. Mucho antes que los países orientales, Grecia supo liberarse, gracias a su espíritu
realista, de la carga de las supersticiones y prejuicios hereditarios, adquiriendo así un concepto
concreto y racional de la salud y la enfermedad. La profesión médica pasa a manos laicas, la
observación se vuelve guía en el estudio de las enfermedades y el arte de curar —
adelantándose en este respecto a otras ramas del conocimiento— se transforma en ciencia
experimental. A partir del siglo VI surgieron centros de la ciencia médica, entre otros la
célebre escuela de Kos, cuya nombradía está encarnada en el gran maestro HIPOCRATES, que
vivía en el año 400 a. de C., y a quien la historia —consensu omnium— confirió el título
honorífico de padre de la medicina.
Verdadero iniciador de la medicina racional, Hipócrates rechazó de plano la hipótesis de una
intervención divina en el desarrollo de las enfermedades y procuró descubrir, por medio de la
observación, los efectos de causas naturales en el organismo humano, sometido a las múltiples
influencias de los alimentos y del medio. Encontrar la causa de la enfermedad, después prever
su evolución —como los astrónomos de su época sabían prever el curso de los planetas—, son,
según Hipócrates, las primeras tareas del médico y las condiciones previas del arte de curar. El
cuerpo humano —enseña la teoría hipocrática— está constituido por cuatro humores —la
flema, la sangre, la bilis amarilla y la bilis negra— cuya armoniosa disposición garantiza la
salud y cuyas perturbaciones se manifiestan como enfermedades. Curar no es otra cosa que
restablecer el perdido equilibrio de los humores. Como el organismo tiende por sí mismo a
restablecer el estado de equilibrio, el médico debe ayudar las fuerzas naturales en su lucha
contra la enfermedad. Haber reconocido claramente el valor curativo de los agentes naturales
—vis niedicatrix naturae—, haber preferido en su terapia buen aire y alimentos sanos al
empleo abundante de drogas, prueba, quizás, y es lo más elocuente, la justeza de las
observaciones de Hipócrates y de sus discípulos. Agreguemos que para la época, la escuela
hipocrática poseía un admirable conocimiento de las enfermedades del aparato respiratorio y
de los ojos, y fue la primera en reconocer que el asiento de la inteligencia es el cerebro.
La doctrina hipocrática del equilibrio de los humores, cuyos orígenes se pueden rastrear hasta
Empédocles y aun hasta los pitagóricos, prevaleció durante 2.000 años; mas la influencia
profunda de la escuela de Kos sobrevivió al Renacimiento, y sus huellas persisten aún hoy en
gran número de términos técnicos de la medicina moderna.
De la vida y personalidad del médico de Kos casi nada sabemos; parece que llevó una vida
errante, y se cuenta que murió a los cien años de edad. Médico ideal, dotado con todas las
cualidades de un filósofo, Hipócrates terminó por convertirse en una figura semilegendaria,
semejante a la de Pitágoras. "Cada época, dice Sigerist, se ha formado una imagen divina de
Hipócrates. Cada una puso en ella sus aspiraciones. Lo que a sus médicos faltaba, siempre se
encontró en Hipócrates, que constantemente fue el monitor que sacude las conciencias y el
guía que conduce".